Los invisibles del vino

Es curioso que, en los tiempos que corren, todavía tengamos que contratar a un detective para saber quién es el dueño de la bodega, cómo se llama el enólogo y dónde están las viñas dentro del término municipal. Eso sí, la etiqueta que sea bonita y de diseño. Y la ‘contra’, diciendo tonterías hasta la extenuación. «De nuestras mejores uvas». «Cultivadas con mimo y maestría». «Elaborando con pasión…». Estas cosas todavía se leen en algunas etiquetas de vinos con denominación de origen. Confieso que aparco toda información y todo vino que llegue jugando al despiste, sin nombres ni tierra ni vínculo.

Ahora, que hasta las cervezas vienen firmadas por maestros cerveceros y los quesos por maestros queseros, resulta que algunas bodegas ocultan la paternidad de forma incomprensible. Me da igual que sea un obispo, un catedrático, un constructor o un notario quien esté detrás de la inversión. Y que, además, el enólogo elabore en otras bodegas o micro–oxigene por teléfono. Pero el vino de calidad, el de la denominada ‘cultura del vino’, no debe ser invisible. Sin esos datos, un vino solo tiene acidez, alcohol y polifenoles que pongo en duda. Ya sé que esta práctica no es pecado ni delito, pero sienta mal a los que vemos en el vino algo más que flavonas y antocianos. Hay páginas web de bodegas en las que ni Wally querría que se le buscara porque están completamente vacías.