Sangría, ¿por qué no?

Habrá que hacer un hueco en la mesa del verano, entre las emergentes cervezas artesanas con sellos de autor. Los de la malta y la cebada han ido tomando posiciones en la mesa del restaurante, hasta lograr arrinconar al vino con todo el descaro. Bromas aparte, lo cierto es que, en esta época del año, con las altas temperaturas que nos asisten, quien ofrezca el vino en el mostrador y en la mesa puede desplegar un buen racimo de cualidades. Desde los espumosos a los de aguja, pasando por los controvertidos frizzantes. Y, por supuesto, los varietales blancos de moda en la región: albarín, godello y el rey de los jóvenes aromáticos, el verdejo. Pero hay más: el tinto, frío sin miedo; los criados en roble, frescos; y el rosado… nada se puede decir del campeón de la playa, la bodega y los mostradores del verano.

Los vinos compiten en el estío con las bebidas refrescantes y, en especial, con una pariente próxima: la sangría, una bebida que tiene muchos seguidores entre los defensores de la cultura del vino. Y, en este caso, se podría sumar otro pariente lejano, que es la limonada, aunque en muchas fiestas de pueblo algunas peñas la destrozan de tal modo, que lo último que se aprecia es el vino, tan envuelto en especias, cítricos destilados y demás lindezas. A pesar de todo, y con todos lo respetos a los vinos tranquilos, el de aguja es una maravilla, al igual que beber un vaso de fría sangría, siempre que el tinto sea joven y aporte el potencial frutal de nuestros cepajes.