Diario de Valladolid
Ana Carazo, con los vinos que representan el proyecto enológico que ha puesto en marcha en el pueblo de sus antepasados.-ARGICOMUNICACIÓN

Ana Carazo, con los vinos que representan el proyecto enológico que ha puesto en marcha en el pueblo de sus antepasados.-ARGICOMUNICACIÓN

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Javier Pérez Andrés

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Matanza de Soria es uno de esos pequeños pueblos de la Ribera del Duero soriana que ha encontrado la salvación de sus viñas gracias a la iniciativa de un proyecto nacido por voluntad de una de las hijas del pueblo. Ahí estaban, a más de 900 metros de altura, en el curso alto del Duero, esperando una oportunidad. Afortunadamente, todo llega y, en este caso, ha sido de la mano de la joven enóloga Ana Carazo. Las viejas viñas han encontrado el camino del futuro en la figura emprendedora de esta joven enóloga.

Ana Carazo es de la añada del 84. Temperamental y decidida, tiene una meta clara: construir algún día la bodega junto a la puerta verde de la casa familiar, en el pueblo de sus mayores, Matanza de Soria. Y conseguir que la etiqueta de su vino La Loba sea conocida en los mercados de los vinos de calidad del mundo. Ese será el homenaje a su abuela Leoncia, de quien heredó el coraje, pero también el apodo familiar, La Loba. Por eso, a Ana le encanta que la llamen ‘la loba del Duero’, aunque siempre aclara que «de la Ribera soriana». De este lugar le viene la fuerza a esta joven enóloga, que lleva en el mundo del vino desde la añada de 2002. De momento, tanto su abuela como la puerta verde de la casa ya están dibujadas en la etiqueta de uno de sus vinos.

Cuando era pequeña, y siempre durante el verano, Ana Carazo jugaba entre los majuelos del pueblo. Ha pasado el tiempo y hoy está pendiente del ciclo vegetativo de las mismas viñas que contemplaba en su niñez: las del Hoyo, las de Valumbría, las del Alto del Tío Saturio y hasta las cepas de la ladera de la Cañada. Precisamente de estos majuelos, y otros más del pueblo –entre todos no pasan de tres hectáreas– nacen sus dos tintos amparados por la DO Ribera del Duero, La Loba y La Lobita.

Ana creció en un entorno cultural ligado a la tradición vitícola, pero también en el ámbito de una familia ligada a la distribución de vinos. Su padre, Eulogio Carazo, fue el introductor de muchos vinos de Castilla y León y de la Ribera del Duero en Alicante. Por lo tanto, estaba predestinada a vivir por y para el vino. De ahí que, poco a poco, terminara estudiando Enología en la Escuela de Requena, cantera de muchos enólogos españoles. A partir de ahí, Ana se formó trabajando en viña y bodega en distintas zonas de Castilla y León, no solo en Ribera, sino también en El Bierzo, y algunas temporadas en el Valle del Loira. En este caso, fue de la mano de su vecino y colega Bertrand Sourdais, quien le abrió las puertas de la bodega de su familia, en Cravant-les-Côteaux. Con este cimiento, Ana Carazo ha logrado que sus tintos ribereños sean ya un apunte enológico del Duero.

A Ana Carazo la fuerza le viene de la propia historia de su pueblo, Matanza de Soria. Cuentan las crónicas que, en tiempos, se enfrentó al mismísimo Almanzor, cuando regresaba de Calatañazor camino de Medinaceli. Ahora, la batalla se centra en construir la pequeña bodega donde elaborar sus vinos, en el solar y el terruño de donde proceden todas las uvas con las que se crean sus tintos. Ana sabe que la altitud de las viñas –más de 900 metros– es un valor añadido. Hoy, elabora 6.500 botellas, la mayor parte de La Loba. Comercializa sus vinos con la añada, tras un ligero paso por el roble, aunque La Loba hace la maloláctica en barrica, mientras que La Lobita fermenta en roble francés.

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