B.I. ARROYO (DOP RIBERA DEL DUERO)
La tradición refleja la realidad
Impulsora de la DO Ribera del Duero, posee una bodega subterránea del siglo XVI calificada como una de las catedrales del vino
Aunque Bodegas Ismael Arroyo se inauguró en el año 1979, la tradición por el vino viene de más lejos en la familia. Situada en Sotillo de la Ribera, Ramón, hijo del fundador, bodeguero y actual gestor comercial, cuenta que ya sus abuelos fueron premiados en concursos comarcales y regionales por vinos elaborados por ellos mismos. «Mi abuelo paterno se llevó un premio en 1948 y el materno en 1951. Por este último le dieron 500 pesetas y una copa, que todavía conservamos».
Por eso no es de extrañar que siguieran este camino y que el patriarca empezara a plantar en unas viñas heredadas. «Mi padre tenía mucha afición por el vino y decidió hacer su propia bodega», afirma Ramón.
Un poco más tarde, en el año 1982 y gracias a la iniciativa de un grupo reducido de viticultores bodegueros de la zona, entre los que se encontraba Ismael, y con el apoyo de la Diputación de Burgos, se creó la Denominación de Origen Ribera de Duero. «Cuando se firmó en Madrid estaban mi padre y mi hermano, entre otros», apunta Ramón orgulloso.
A la bodega de elaboración hay que añadir el uso de otra subterránea cuyo origen se remonta al siglo XVI. Considerada por algunas revistas especializadas como una de las catedrales del vino se ubica en un monte próximo al pueblo, y disponía de 1.200 metros cuadrados de superficie que se ampliaron hace 25 años hasta los 2.000 metros para unir ambas. Con una temperatura constante de entre 11 y 12 grados y una humedad del 70%, en las barricas no hay problema de rezumes y el vino no tiene casi merma. «Al estar a una temperatura baja y a una buena humedad hay muy poca evaporación del vino», indica el bodeguero. Como consecuencia la crianza se hace muy lenta pero segura porque los vinos evolucionan despacio. «Cuando los sacamos al mercado son vinos muy longevos que aguantan muy bien el paso del tiempo», resume.
Disponen de 25 hectáreas de viñedo propio pero también compran uvas a 40 viticultores del pueblo desde hace 38 años. La variedad que plantan es la tinta del país o tempranillo, utilizando el sistema tradicional, de vaso, en la mayoría, y alguno en espaldera. Existen diferentes tipos de suelo, en ocasiones hasta tres distintos. «Normalmente las viñas se colocan en colinas, de norte a sur, orientadas hacia el río, de tierra arenosa con canto. Además hay tierras suaves, a veces de arcilla», especifica Ramón añadiendo que no son de regadío porque son más propensos a coger enfermedades y la maduración de la uva sería peor.
Entre sus marcas se encuentra la de Mesoneros de Castilla, imagen de un rosado y un tinto joven, que se embotellan directamente desde el depósito, además de un tinto con seis meses de barrica de roble americano.
Otra marca es Valsotillo con el que elaboran un tinto con seis meses de barrica, esta vez mitad en roble francés y americano, cuyas uvas proceden de la finca Buenavista. También un crianza, con 12 meses de barrica y seis meses en botella, y varios reservas, uno con dos años en barrica y uno en botella; otro de vendimia seleccionada, con 24 meses de barrica y un año en botella y un gran reserva con 30 meses en barrica y tres años en botella. Estos dos últimos los elaboran más o menos cada cuatro años con una producción pequeña de unas 10.000 botellas. «Los hacemos cuando la analítica va bien para hacer un vino de estas características, que sea longevo y que aguante el tiempo en el mercado», subraya Ramón.
Producen unas 300.000 botellas al año de las cueles exportan el 65% y el resto se queda en España. Empezaron a implantarse en EE.UU. en el año 1986, gracias a un importador que se interesó por sus vinos debido a la puntuación recibida por una revista americana del sector, que le concedió a uno de ellos una calificación superior a un Vega Sicilia. De ahí se extendieron a Oregón, California, Nueva York y Chicago. Después llegaría el mercado europeo, con Suiza, Inglaterra y Alemania. «Muy fieles a la marca, llevamos 34 años con ellos», añade.
Echando la vista atrás Ramón recuerda que los comienzos fueron duros. Al principio hacían solo 40.000 botellas al año y vendían caja a caja, intentando dar a conocer sus vinos. Poco a poco fueron mejorando la elaboración, la calidad de la uva y ampliaron su producción. Buscaron distribuidores e importadores y consiguieron hacerse hueco. A la vez, una serie de premios y reconocimientos han distinguido su labor. «Empezamos muy despacio, costaba que la gente apreciase la calidad de los vinos. Pero cuando los iban conociendo no tenían duda».
Han apostado por el enoturismo y preparan visitas guiadas a la bodega. Trabajan con varias empresas a nivel nacional que les envían a muchos turistas extranjeros, la mayor parte americanos, y también españoles. «La nuestra es una de las bodegas preferidas porque es distinta a las demás. La bodega subterránea llama mucho la atención por su historia, y lo bien conservada que está».
A partir de ahora su intención es ampliar la bodega. Por otra parte, han plantado tres variedades de uva blanca para hacer vino blanco de forma experimental, pero para sacar una producción pequeña. «Estamos esperando a ver qué variedades mete el consejo regulador para llevarlo a cabo», concluye Ramón.