MIS FAVORITOS: RESTAURANTE SAN POLO (SALAMANCA). VENANCIO BLANCO
Diálogos entre pan y vino
La sencillez y humildad del escultor salmantino se plasman en sus gustos culinarios. Caldos y pescados conforman los platos de su mesa.
Sus manos vetustas recuerdan las de un labriego. Las arrugas que se hunden en su piel dejan entrever el paso del tiempo y el trabajo del que han sido testigo. A sus 93 años, Venancio Blanco (Matilla de los Caños del Río, Salamanca, 1923) mantiene una mente lúcida y despierta que poco tiene que envidiar a la de un chaval. «Recuerdo las sopas de ajo que tomaba cuando vivía en el pueblo», dice esbozando una sonrisa, mientras nos confiesa que la timidez «la dejó aparcada al cumplir los 90».
Hombre de gustos sencillos, personalidad castellana y fuertes convicciones religiosas, Venancio ha pasado toda su vida dialogando con cada una de las esculturas que, primero soñaba en su imaginación y luego hacía realidad mediante el modelado de algún material. Ahora le gusta conversar entre amigos, los que conserva en su Salamanca natal a donde viaja siempre que puede. Su vida sigue vinculada a su taller de Madrid, aunque hasta el próximo mes de marzo va y viene desde la capital hasta la ciudad charra para visitar la exposición Retratos que se exhibe en la Sala de Santo Domingo. Ochenta obras, entre esculturas y dibujos que a modo de homenaje, rinde tributo a su difunta esposa María Pilar (falleció el pasado mes de abril de 2016). Junto a ella pasó 60 años. Toda una vida. «Lo está llevando con dolor, pero desde una serenidad profunda de un hombre de fe», apostilla su hijo Paco, vicepresidente de la Fundación que lleva el nombre de su padre.
Personalidad de fieles costumbres, elige siempre el mismo sitio para hospedarse: El Hotel San Polo, levantado sobre las ruinas de la antigua iglesia románica que lleva su nombre. Un enclave único para el que quiera conocer la Salamanca monumental. Allí dice encontrarse «como en casa».
La sencillez y humildad de Venancio se trasladan de igual modo a sus gustos culinarios. «Para la cocina fui muy torpe». Siempre se dejó llevar por la maestría de su mujer, encargada de llevar la iniciativa en los fogones de la casa. Ahora la recuerda saboreando los platos que a ella le gustaban, entre los que se encuentran los espárragos. Una forma de sentirse cerca de ella. Siempre que va al San Polo elige sopa de cocido, que junto con los caldos, las judías verdes, la legumbre, el bacalao o la trucha, conforman los platos presentes en su dieta. Todos ellos se los sirve con una atención exquisita el jefe de Cocina, José María Blanco. Nadie como él sabe darle el punto de cocción que a él le gusta. Antonio, Merce y Eva son los otros empleados del restaurante que con el tiempo se han convertido en su ‘otra familia’.
Tiene la costumbre de empapar un trozo de pan en la copa de vino. Un recuerdo más de la niñez que le retrotrae a su vida en el pueblo. Habla con la sabiduría que da el tiempo y la experiencia de vida. «La vida es alegría, es invención, amistad, si le quitas cualquiera de estas cosas pierdes la vida», dice entre risas, mientras saborea con gusto un jamón de Guijuelo (como buen salmantino, no podía ser de otra manera), que acompaña con una copa de vino de la tierra.
Premio Castilla y León de las Artes en 2001, Venancio se muestra paciente y metódico. Creador de volúmenes y formas, su obra ha estado marcada por su visión sobre la religión y la tauromaquia, como ejes vertebrales de su temática.
Habla con sutileza y elegancia en el discurso. «El dibujo te enseña a observar y a hacer un análisis de la materia», explica. Ahora su mirada está puesta en su ausente María Pilar, con quien dialoga continuamente y a quien no deja de dibujar desde el recuerdo, en cualquier papel e incluso servilleta que encuentra.
Cuando se le pregunta cuál ha sido el mayor sueño alcanzado en su vida responde sin dudar ni un instante: «el mayor sueño está por venir».