BODEGAs ALISTE (FIGUERUELA DE ABAJO, ZAMORA)
Pasión por la tierra y el vino
Javier de Jesús Pérez elabora en plena Sierra de la Culebra zamorana vinos de tempranillo, syrah y verdejo que son herederos de la tradición y de las características del terreno
Javier de Jesús Pérez lleva a rajatabla la máxima de que el vino, el buen vino, empieza a elaborarse en la viña, en su caso en el cerro La Pasión, un paraje orientado al sur, situado a 900 metros de altitud en el término municipal de Figueruela de Abajo, en plena sierra de La Culebra y dentro de la recién aprobada reserva de la biosfera de la provincia de Zamora.
Hoy no es tierra de vinos, pero lo fue. En Figueruela hay censadas 100 hectáreas de viñedo pero apenas se mantienen activas 50 y Javier de Jesús anda empeñado en reivindicar desde hace una década que esta zona zamorana puede ser también origen de grandes vinos de calidad. «Es el único pueblo de la ribera del río Aliste que mantiene la tradición vitivinícola porque goza de un microclima favorable», explica.
Hace más de 30 años, su padre Claudino empezó a elaborar vino en la viña del Carrerón, una tierra que Javier ha recuperado replantándola con verdejo autóctono.
Poco a poco ha ido conquistando viñedos amueblándolos con tempranillo, en un 90%, y con syrah, en el 10% restante. Esa misma proporción se mantiene en cada terreno que va incorporando al proyecto empresarial de este «hacedor de vinos», como le gusta llamarse, asentado en Bilbao.
Javier de Jesús es un enamorado de la comarca en la que sus padres hicieron su vida hasta que tuvieron que emigrar al País Vasco.
Trabaja los viñedos y elabora el vino «confiando siempre en la tierra», una tierra pedregosa, de pizarra, con cuarcitas, arenisca y piedra mollar, «propicia para los vinos de calidad».
Por eso conserva sus viñas en un entorno «totalmente natural en el que se respeta al máximo la diversidad».
En los vinos que Bodegas Aliste saca al mercado se unen tres generaciones: el saber tradicional de Claudino, similar al de otros vecinos que hicieron vino para autoconsumo, la pasión por la tierra y por el vino que ejerce Javier y el nombre de su hija, Marina, que da identidad al caldo más característico de la bodega.
El Marina de Aliste se elabora «con mimo» con todo el cuidado que permiten las cantidades controladas de uva con las que trabaja la bodega. El fruto llega hasta la bodega en cajas y, tras la selección, se realiza el despalillado para fermentar tras un ligero estrujado.
La fermentación se realiza en barrica de roble francés de 300 litros y lo hace con la tapa abierta y al amparo de las levaduras autóctonas.
«El mismo respeto que tenemos por la tierra que sostiene nuestras viñas lo tenemos por el vino, en el que ejercemos una intervención mínima», dice Javier.
El vino no es sometido a ningún filtrado. «Se aprovecha el frío del invierno», intenso en Aliste, «para eliminar los residuos por decantación». Durante el proceso, el vino ha permanecido doce meses en contacto con la madera.
Ese mismo proceso para elaborar «un vino que sepa a vino, a fruta» es el que sigue a la hora de sacar al mercado el Geijo, un nombre que remite a las grandes piedras de cuarzo blanco que se reparten por las tierras.
El mosto fermenta en barricas con sus propias lías, lo que exige bazuqueos constantes y espaciados para lograr un verdejo fresco y brillante.
Los continuos reconocimientos que han logrado los vinos de Bodegas Aliste, sobre todo el Marina, parecen dar la razón a Javier de Jesús a la hora de defender el potencial de la zona en la elaboración de grandes caldos.
Especialmente orgulloso se siente de que haya sido designado en 2011 como Mejor Vino de Restaurante de España, tras competir con otros 300 de 23 denominaciones de origen.
Los mercados también han respondido de manera favorable a la propuesta vitivinícola que llega de la sierra de la Culebra zamorana. La mayor parte de los vinos de Bodegas Aliste se vende en el mercado nacional, fundamentalmente el País Vasco, mientras el resto se destina a los consumidores de Estados Unidos y Bélgica.
La producción de la bodega, fijada en 8.000 botellas, no crecerá mucho más. «No quiero tener una fábrica de vino», señala Javier de Jesús, sino «mantener el control sobre todo el proceso, desde la viña hasta que se descorcha la botella y eso sólo puedo lograrlo limitando el número de botellas».