Diario de Valladolid

Los últimos de la sierra de Francia

Desde hace cuatro años las calles de Mogarraz (Salamanca) se han transformado en una Sala de Exposiciones que recuerda a sus antepasados. Son los rostros de aquellos que en la década de los 60 optaron por quedarse a vivir en su tierra en lugar de emigrar. ‘Retrata2/388’ es la memoria viva de la última generación de pobladores de la Sierra de Francia

Fachada de la iglesia y de una vivienda-ENRIQUE CARRASCAL

Fachada de la iglesia y de una vivienda-ENRIQUE CARRASCAL

Publicado por
Henar Martín Puentes

Creado:

Actualizado:

Nada más entrar a Mogarraz desde la carretera de Béjar, el visitante se encuentra a su paso con un monolito de diez metros de altura realizado con aperos de labranza. Es el recuerdo de un pasado no muy lejano, el de aquellos hombres y mujeres que dejaron un día su modo de vida en el medio rural. Una alegoría a los que se vieron obligados a emigrar a Alemania, Suiza o Francia y que Florencio Maíllo quiso recordar con la escultura.

El artista mogarreño ha vuelto a fijar su mirada artística y humana a esos otros héroes anónimos que se quedaron y que, como él mismo dice «fueron los guardianes del pueblo», testigos de la «diáspora poblacional que se vivió durante los años 60» en esta zona de la Sierra de Francia.

‘Retrata2/388’ recoge los rostros de aquellos que optaron por quedarse a vivir en la comarca. «En el fondo de su alma, de su corazón, es un acto de recuerdo a aquellos que decidieron quedarse por amor a esta tierra», asegura la alcaldesa de Mogarraz, Concepción Hernández.

Su villa puede presumir de ser Conjunto Histórico desde el año 1988. Pero más allá de esa catalogación, de lo que ella y sus gentes se sienten verdaderamente orgullosas es de la exposición que desde hace 4 años ha reclamado la atención de turistas de todos los rincones.

«Llegan miles de visitantes. No puedo darte una cantidad exacta» responde la regidora cuando se le pregunta por el número de turistas que han llegado atraídos por los ecos de la muestra pictórica en la que ha colaborado el Ayuntamiento y la Diputación de Salamanca. «Lo que si puedo decirte es que ha habido un antes y un después tras esta exposición. Han venido de Houston, de Texas, de Miami. Ha sido impresionante. Cuando la pusimos en marcha he de confesar que ni yo ni el propio artista imaginábamos que iba a tener tanta repercusión».

Medios internacionales se han fijado en este museo en la calle en que se ha transformado el pueblo desde el año 2012, cuando se organizó la instalación pictórica con los retratos que cuelgan de las fachadas de las casas. Su colocación no es casual. Cada uno de ellos se ha colgado en la fachada de la casa donde habitaron.

Pasear por sus callejuelas empedradas es conocer la vida de Amparo, situada junto a la imagen de su padre, o la de la tía Quintina que según nos cuenta Maíllo «era muy querida, vivía en la casa de enfrente de donde yo nací y se dedicaba a varear los colchones».

Las historias de sus gentes conforman esa ‘intrahistoria’ que un buen día el propio Miguel de Unamuno nos describió para referirse a la vida tradicional y cotidiana. La de aquellos hombres que hacen historia de manera inconsciente.

«Lo que más me ha sorprendido quizás sea el carácter eminentemente social y colaborativo de todo el mundo. Se ha logrado algo extraño y es que cada una de las personas del pueblo se convierta en ‘cicerone’ contando las anécdotas, los recuerdos de cada persona y las historias que envuelven la exposición», relata Fabio de la Flor, comisario de la muestra. Él mismo se autodenomina como un admirador más de la obra de Maíllo: «lo que me terminó de enamorar de esta muestra fue su absoluta generosidad con la tierra que le vio nacer».

«Mogarraz se ha revitalizado. Con esta inciativa se ha conseguido volver a poner en el mapa y se ha logrado que aquellas personas que permanecían calladas recuperasen ese protagonismo que habíamos olvidado”, asegura el comisario que reivindica la importancia acciones como ésta: «es una necesidad elevar el medio rural, otorgarle la importancia que se merece».

Un conjunto de fotografías encontradas en una maleta vieja y realizadas en el otoño del año 1967 fue el inicio de todo. Las realizó Alejandro Martín Criado, un militar retirado aficionado a la fotografía con una cámara ‘Yashica’ a 388 vecinos que necesitaban renovarse el carnet de identidad, para evitarles realizar un viaje hasta Salamanca, que en aquella época, podía considerarse una odisea.

«En un garaje cogió una sábana y la colgó con una cuerda. Así empezó retratando uno a uno a todos los vecinos», recuerda la regidora del pueblo 49 años después de aquel día.

Los clichés hubieran quedado en el fondo de un cajón. O en una bolsa de basura de no haber sido por su esposa que las guardó como oro en paño durante décadas. En una mudanza apareció esa joya de la historia del pueblo. Y fue entonces cuando Martín Criado le pide a Florencio Maíllo que digitalice los doce carretes que guardaba enrollados y los pase a vídeo.

«Cuando lo vi me quedé escalofriado. Era mi pequeño mundo antropológico de la infancia», relata con la misma emoción el artista mogarreño que tenía 5 años cuando se realizaron las fotografías.

A pesar de la impresión que le causó aquello, devolvió los originales y el nuevo formato, un vídeo Beta, del que ni siquiera hizo copia.

Sin embargo, el artista no podía borrar de su mente aquellas fotografías. Unos años después, le pide a la viuda de Martín Criado inmortalizar para siempre esos retratos con el fin de donárselos de forma desinteresada a sus vecinos. «Fue una necesidad vital. Quería dialogar con cada uno de ellos», explica agredecido a ‘Ita’, que es como conocen en el pueblo a Ángeles, la viuda que custodió aquellas fotografías, una joya histórica y documental del pueblo. Sin ella nada de lo que ha ocurrido en Mogarraz hubiera sido posible. De forma metódica y cuidadosa preparó un álbum en el que ordenó alfabéticamente y por familias aquellas 388 fotografías tipo carnet que su difunto esposo había realizado tantos años atrás. «las fui colocando poco a poco, me quedaba hasta altas horas de la madrugada ordenándolas, con el tiempo y gracias a la ayuda de la gente del pueblo conocía a todos y cada uno de ellos, era como si fueran de mi propia familia».

Durante el proceso de creación de los retratos el artista utilizó la técnica encaústica, realizada con pigmentos naturales mezclados con cera de abejas que ya se empleaba desde la antigüedad y que resiste mejor las inclemencias meteorológicas. Y como soporte utilizó chapas metálicas que él mismo recicló de la escombrera. Curiosamente son las mismas con las que sus gentes protegieron las casas cuando se marcharon. «Lo he hecho con una similitud de la idea de protección de la vivienda con la protección de la imagen», explica.

La obra es el resultado de miles de horas de trabajo durante cuatro años. Empezó a pintarlas en 2008. «En cada una de ellas me pasaba cuatro o cinco horas o incluso una jornada entera», dice el artista que confiesa que en función de su estado anímino se ha expresado de una manera o de otra.

Lo que en principio iba a ser una muestra temporal para seis meses se ha ido alargando en el tiempo y ya son más de cuatro años los que llevan expuestas las obras. «No puedo decirte hasta cuándo perdurarán los retratos colgados de las casas, me imagino que de forma espontánea serán los propios vecinos, propietarios de las obras, quienes las irán recogiendo de forma esponánea», cuenta la alcaldesa, que en cada momento aprovecha para volver a dar las gracias a Francisco Maíllo por la generosidad con el trabajo realizado.

Esa «cartografía humana», como el propio autor califica a su obra se ha ido ampliando durante estos años. De los 388 retratos iniciales realizados tomando como referencia las fotografías de 1967, ha ido aumentando el fondo artístico porque expressa petición de los vecinos. «Me pedían que inmortalizara a sus antepasados y ahora el conjunto ha ido aumentando, la cifra actual ronda los 740 retratos» explica.

Dicen los que se han acercado a visitar la exposición que pasear por sus calles es algo mágico, una experiencia única. «Al principio, cada vez que salía de mi casa y veía la mirada de mis padres no podía evitar llorar y emocionarme», comenta uno de los vecinos orgulloso.

Sus obras, están retratadas con la mejor mirada «es una mirada de vida, la que yo recuerdo cuando era niño. En mi obra no se puede buscar arte contemporáneo, no quiero que el que venga aquí busque una pintura moderna e innovadora. Simplemente he querido que se vieran reflejados los verdaderos protagonistas» cuenta Maíllo, que permaneció en el pueblo hasta los 14 años, edad a la que se vió obligado a abandonar su casa para continuar los estudios de Bellas Artes.

«Era el pueblo entero con el que dialogaba y con el que compartí mi infancia y adolescencia», narra.

Medio siglo después Mogarraz, y con él sus gentes se han reencontrado. Es emocionante –cuenta la alcaldesa– ver cómo todos hablan de sus antepasados. Parece que han vuelto a renacer. Cuando tienes los sentimientos a flor de pel parece que volvieras a escuchar sus voces, sus susurros, sus bromas, sus quejas».

De hecho muchas familias que viven dispersas fuera de la comunidad, se han reencontrado en el pueblo gracias a esta exposición y han aprovechado para fotografiarse con los retratos de sus antepasados. «Es una de las cosas que más me han emocionado en este tiempo», asegura el pintor, que ha dedicado parte de su vida a estudiar el proceso migratorio que sufrió la Sierra de Francia. De hecho su tesis doctoral es una investigación sobre este drama social que se ha hecho extensible a tantos otros núcleos de Castilla y León.

«Cuando más gente se marchó fue cuando construyeron el pantanop de Yesa, en Aragón» recuerda una voz. A falta de conocer la fecha ni el motivo exacto lo que está claro es que el éxodo rural que se vivió desde finales de la década de los 50 y durante los 60 dejó a muchos pueblos con un paisaje fantasmagórico. «se perdió la mitad de la población en muy poco tiempo. Había más de 300 caballerizas en los años 60 en Mogarraz. Ahora ya no ha quedado ninguna», recuerda Maíllo.

Ese silencio que durante años se implantó en los pueblos parece que con la exposición se haya conseguido mitigar. «La colección de retratos expuestos ha conseguido dos funciones: una exógena, porque desde fuera está viniendo muchas personas a conocerla; y la otra endógena, es una vivencia interior. Es una memoria viva». detalla el comisario de la muestra, Fabio de la Flor.

Mogarraz se ha humanizado, ha puesto rostro y mirada a su pasado histórico. Un pasado que, como el otros tantos pueblos de nuestra geografía, nunca debiera caer en el olvido. 

tracking