Diario de Valladolid

Cervezas San Frutos

Con nombre de Santo

Comenzaron hace 3 años elaborando 20.000 litros de una rubia y han duplicando anualmente la producción, llegando a los 100.000 litros, 4 tipos y próximamente estrenarán nuevas referencias

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TERESA SAINZ TEJERO
Valladolid

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Hace tres años que Adrián y Mateo Sanz de Santos apostaron por hacer cervezas artesanales que se diferenciaran claramente de los sabores más corrientes que ofrece la bebida alcohólica industrial de mayor consumo en España.

Las suyas son cervezas aromáticas, «vivas, sin filtrar y hechas con mucho cariño», apuntan; capaces de evolucionar en botella porque están hechas en su totalidad con escogidos ingredientes como las maltas mejores nacionales y otras maltas especiales traídas de Bélgica y Alemania.

Además, estos dos segovianos defienden con pasión las bondades del agua de la sierra de Guadarrama, procedente de manantiales que brotan entre el granito, sin aportar apenas mineralización a esa mezcla de malta molida y agua caliente (entre 65º y 72º) que macerará para que los azúcares se conviertan en mosto.

Ese es el secreto de sus ingredientes: la calidad del lúpulo de León y levaduras de alta fermentación que aportan a la producción artesanal, que el último año rondó los 100.000 litros, cuatro especificidades concretas. «No se parecen en nada una cerveza y otra», apostillan.

Ése ha sido en buena medida el truco de su éxito.

Se estrenaron en el mercado con la más asequible para el gran público: una Rubia–Blond Ale, de cuatro grados y medio que resulta ser la más recomendable para alternar. «También es la que más nos ha costado», señalan al unísono estos dos hermanos, versados en la elaboración artesanal tras instruirse en algunos de los rincones europeos más potentes en cervezas.

Es también la con la que lograron abrir puertas al mundo cervecero, necesitado de mayor cultura para saberlas beber. «De hecho, cuando abrimos nuestra bodega, en Castilla y León, había dos cerveceras: una en Segovia y otra en Valladolid. Ahora solo en Segovia somos seis», subrayan.

Dicen de esta Rubia alada y barbuda en color granate que «es una cerveza suave, rica en aromas». «Fue muy difícil de lograr porque en cuanto te vas de lúpulo se disparan el amargor y los aromas», explica su director comercial.

Tras aquella sacaron «después de muchas pruebas», sus otros tres tipos ya consolidados: la más fuerte por graduación y aromas es la India Pale Ale, inspirada por las clásicas pale Ale británicas que en la época colonial, al tener que alargar su conservación para llegar en largas travesías a la India, añadieron lúpulo a las pale ale corrientes y así, subidas de alcohol, llegaban en buen estado a puerto.

Defienden sus creadores que la Especial tostada (envasada en negro) es la más compleja, con seis grados y medio de graduación y un tostado con aromas a caramelo.

Luego llegó la de Trigo, con casi seis grados; una witbier con el 40% de malta de trigo y un 60% de cebada, cuyo sabor recuerda a las cervezas alemanas (por el empleo de la levadura de trigo de aquel país) y a las belgas, al adjuntar coriandro y cáscara de naranja.

Las cuatro referencias, en colores distintos, lucen un logotipo alado y con nombre de santo patrón de Segovia, la ciudad en la que instalaron su bodega cervecera, uniendo santidad y nombre: SanFrutos.

Adrián y Mateo proceden de la localidad de Muñoveros, y junto con otro amigo, Pablo Matamala, diseñador free lance, afincado en Madrid, consiguieron superar el difícil trance de cualquier producto recién elaborado: nombrarlo para darlo a conocer y crear un logotipo comercial que funcionara.

Cuenta que les dicen de todo sobre la conseguida imagen de marca: «hay quien dice que parece algo satánico; otros que ven a San Frutos bendito».

Sus Sanfrutos (todo junto) están presentes en buena parte de restaurantes, bares y tiendas de Segovia, Madrid, Valladolid y buena parte de la Comunidad. Y próximamente empezarán a hacer una cerveza más fuerte y recomendable para beber como sustituta de los combinados de ron o ginebra.

Al principio, su idea fue crear una cervecera con restaurante incorporado, al estilo de algunas de las mejores bodegas de vino. Pero ellos querían estar cerca de Segovia y la normativa impedía el doble juego de restaurante y bodega.

Descartaron así la parte gastronómica y se dedicaron finalmente a la elaboración desde la bodega situada en el Polígono de Hontoria, a escasos kilómetros de la capital. Aunque no descartan regresar a la idea primigenia si logran, en otra ubicación, ampliar bodega y lanzar el aspecto complementario dedicado a la restauración.

En tres años han ido duplicando producción, pasando de los 20.000 litros elaborados en 2013 a los casi 100.000 del último ejercicio. Su facturación: 350.000 euros.

Producen en pequeños lotes de 2.500 litros, en función de la demanda. Sus lotes prevén una caducidad de un año, aunque las pruebas de cata de su particular bodega, les han permitido comprobar que «dos y tres años después, se conservan perfectas».

Una llenadora isobárica, traída de Austria, garantiza la presurización de cada botella y al no estar pasteurizada, defienden su «evolución en botella».

No añaden nunca adjuntos como el habitual arroz que usan los cerveceros industriales, aprovechando que la ley permite invertir los términos de los ingredientes, de ahí las diferencias de sabor y aromas entre las habituales bebidas de supermercado y las artesanales que van ganando terreno.

Defienden estos dos jóvenes cerveceros que su producto, como toda buena cerveza, hay que beberlo escanciado en vaso para apreciar los aromas que el botellín obstruye, y a temperaturas superiores al frío que se recomienda para las industriales de las grandes cerveceras.

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