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CRÓNICA GASTRONÓMICA - RESTAURANTE PEDRO OLIVAR (VALLADOLID)

Festival de platos marinos

Detalle del comedor de la planta superior de este céntrico restaurante vallisoletano.-I.M.

Publicado por
RODRIGO PADILLA
Valladolid

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Esta casa sorprende ya desde la entrada, con una barra que representa a la perfección a un barco encallado en la Meseta, donde ya se anticipan una buena muestra de las tentaciones que se pueden degustar: almejas finas, percebes, gambita de Huelva cocida, ostras, camarones... y una larga lista de suculencias marinas que trasladan al comensal hasta la costa.

La casa alberga recetas donde la tradición es el punto de partida. Y el territorio imaginario del que se alimenta el restaurante es el litoral. Nadie que visite este restaurante por primera vez debe dejar de probar algunas de sus especialidades como el arroz con bogavante, sensacional y en raciones generosas.

Para empezar, unas espectaculares almejas finas a la sartén de un tamaño extra y un sabor delicioso con una salsa que invita a tomar pan y no dejar ni un resto en la bandeja. Lo mismo ocurre con las ostras de Arcade, Baiona, de un tamaño extra y un intenso sabor yodado y potencia oceánica. Fantásticas. O con unas suculentas navajas a la plancha... Tentaciones que invitan a la gula aunque la factura se dispare.

La carta de mariscos incluye otras tentaciones en forma de una exclusiva langosta del Cantábrico o unas coquinas espectaculares... Conviene dejarse aconsejar, según el día y lo que haya llegado directamente desde la costa.

Platos marinos que seducen con un amplio apartado de pescados finos, tratados en la cocina con sensibilidad y puntos de cocción milimétricos que realzan su sabor: lenguado, lubina o rape negro a la plancha, cocochas de merluza en salsa verde, salmonetes de roca fritos y hasta angulas a la bilbaína.

El capítulo carnívoro es el más sucinto de la carta (chuletillas de lechal y varios cortes de carne roja) y el apartado goloso es correcto, con unos sencillos canutillos de crema o unos ricos pasteles de crema caseros.

El servicio de sala es espectacular, de los que ya casi es imposible ver, y la carta de vinos es muy breve. Es quizá el único pero de una casa en la que se disfruta con mayúsculas. No es un restaurante para ir todos los días:los precios, que no las ganas, no son aptos para todos los públicos.