OLIVIA JABONES
Jabones que crecen como la espuma
Paula González, ‘reconvertida’ en Olivia, empezó en Segovia vendiendo jabones naturales desde una habitación de su casa y, en poco más de tres años, ha pasado a facturar un millón de euros con sus propias fórmulas y las del libro de su padre. Su olftato en las redes ha ayudado.
Apostó por la venta online como recurso de supervivencia y practicó el packaging y toda la terminología de la mercadotecnia aprendida en sus estudios de Relaciones Públicas y Publicidad. Inventora de jabones y bálsamos, su olfato en redes sociales e Internet condujo a Paula González Lanero al éxito empresarial.
Su nombre comercial, Olivia, ha anulado el del DNI de esta madrileña de nacimiento y segoviana desde hace casi un decenio. Comenzó en 2012 vendiendo los jabones naturales que su padre, químico, fallecido repentinamente, había dejado preparados en una habitación de su casa. Ella estudiaba entonces en el Campus segoviano de la UVA y, cuatro años después, su facturación se acerca al millón de euros.
Ha ido duplicando las cifras de venta, de año en año, y adaptando un negocio, que nació como proyecto autofinanciado, «sin ninguna ayuda externa de bancos o herencias», señala. ¿Cómo se consigue? «Con cultura del sacrificio. Me he dejado parte de mi salud, de mi vida social y familiar, pero he conseguido dejar de ser la hippie que vendía jabones en casa», señala.
De la exclusiva venta por Internet que, durante meses, llevó a cabo en solitario, ha pasado a tener una exquisita y acomodada tienda física, en pleno centro del casco histórico. Además mantiene, muy cerca del Acueducto, un almacén para disponer de los productos que sigue elaborando con fórmulas de los libros de su padre y ayuda de laboratorios externos. Ha creado cuatro puestos de trabajo directos y, de forma indirecta, da trabajo a más de una veintena de personas, entre agencias de mensajería, laboratorios y proveedores.
Procura ir por delante de las tendencias de la cosmética de formulación y analiza pormenorizadamente desde la camomila azul de Marruecos, «buen antioxidante», a la arcilla azul de moléculas de metal, ingredientes puros, usados en Nueva Zelanda e Islandia.
Su clave para este éxito empresarial asegura que está relacionada con la «identidad del producto». «Tratar de hacer cosas diferentes sin defraudar nunca tu propia identidad», lo llama ella. Las redes sociales han hecho el resto, porque Olivia está presente en todas ellas; solo así ha sido posible vender sus productos registrados en un centenar de tiendas de España y, desde hace poco, también en Portugal y en Argentina.
¿Por qué no a más países? Paula enseguida responde. «Siempre estamos rompiendo el stock; de momento no tenemos más posibilidad de fabricación artesanal sin incumplir nuestro criterio de calidad», señala.
Y es que a medida que las ventas han crecido, su nombre multiplica su eco en las redes y otras marcas, que ella misma testa, llaman a su puerta demandándola como punto de venta. «Las marcas nos mandan sus productos para que los probemos, los conozcamos, porque nos requieren ahora como puntos de venta. Sin probarlo no aceptamos nada. Además de que el producto llame la atención, ha de ser bueno, de calidad», defiende.
Sigue fiel a su origen: sin descuidar el volumen del que es capaz de atender, ni la forma de presentación, con embalajes llamativos, de esos que entran por la vista. Entre medias le ha dado tiempo a ser feliz madre de un hijo, Fabio, que le ha inspirado algunos de los últimos nombres registrados: ‘Amor del bueno’ y ‘Fly to the moon’.
Ha sabido adaptarse a la normativa y las exigencias de las leyes que rigen para productos cosméticos. Cuenta que, tras la venta de aquellos primeros jabones que su padre dejó en la habitación de su casa, readaptando fórmulas, ideó cómo personalizar jabones para bodas. Fue un buen nicho que le permitió echar a andar con la primera tienda física que, luego, trasladó al actual emplazamiento, en la Plaza de Doctor Laguna.
Llegó a crear hasta trescientas fórmulas diferentes. «Entonces, Sanidad llamó a mi puerta y se acabaron las fórmulas personalizadas que no están permitidas al ser una empresa de cosmética, más allá de las registradas». Lanzará próximamente otras cuatro marcas ya preparadas.
Cambió el rumbo del negocio a tiempo de perecer de éxito, y comenzó a vender otras marcas comerciales «para aprovechar todos los nichos de mercado». «Cuando empiezas a crecer hay que terminar el proyecto. En España hay demasiado miedo al fracaso y hay que arriesgar», sostiene.
Ahora vende marcas de prestigio junto a sus jabones y velas de aromas. Y ha aprendido a llevar un auténtico negocio que exige de auditoría anual «para no perder el norte y saber lo que hay que hacer en cada momento».
Sus clientes, hombres y mujeres, proceden de todo el territorio nacional y en muchos casos son españoles por el mundo, sobre todo de Francia, Finlandia, Suiza, Italia y Alemania, que piden por Internet lo que un día conocieron. Discreta y cumplidora de la Protección de datos, no quiere poner nombre y apellidos a sus celebrities, muchas de las cuales ocupan portadas de las revistas del corazón o de las páginas naranjas de los periódicos más serios.
Si parece indudable que esta joven empresaria supo adaptar las fórmulas de los jabones, también ha sabido aprovechar las técnicas aprendidas de marketing y venta. Los nombres comerciales de Olivia apelan directamente a cada por qué. Así en su web www.oliviatheshop, reitera el uso de ingredientes naturales y añade comentarios como «No usamos manteca de palma porque algún día esperamos visitar el Amazonas y ver el pulmón de la tierra». Y subraya el concepto reciclaje en la elaboración y presentación de cada cosa.
Aquella joven que llegó a Segovia a estudiar, ha visto su sueño cumplido. «Vender jabones ha dejado de ser un hobby para convertirse en un negocio de responsabilidad del que dependen varios empleos». Es feliz entre esos jabones que crecieron en tiempo de crisis y supieron llegar como la espuma hasta rincones insólitos.