Paredes palaciegas repletas de historia
La familia Lamagrande aprovecha la rehabilitación de un antiguo palacete de 1880 situado en el centro de Cacabelos, en plenoCamino de Santiago, para dar vida a un recoleto alojamiento repleto de encanto, con una coquinaria de producto y guiños a la cocina japonesa
Hay hoteles y hoteles. Habitaciones con alma y otras que repiten estereotipos y que impiden al viajero distinguir si está en el Bierzo... o en Sebastopol. Proyectos que respetan y engrandecen la historia de los edificios que ocupan. Y algunos que sirven para que no fenezcan víctimas de la piqueta, devolviendo el esplendor de sus tiempos de gloria.
La plaza Mayor de Cacabelos y sus calles aledañas saludan cada día a decenas de peregrinos. Y allí permanece como testigo de este paso fugaz un palacete levantado en 1880. Allí, la familia de los Burgueño tenía un comercio que alimentó sin límite el oropel de un edificio en el que no se escatimó ni un céntimo y en cuya construcción participaron los mejores oficios accesibles en la época. Todo el esplendor burgués concentrado en una construcción repleta de poderío.
El anticuario Balbino Lamagrande se hizo con el edificio hace una veintena de años, aunque no fue hasta el año 2011 cuando decidió devolverlo a la vida, montando sus tres hijos una cafetería a pie de calle. Con este negocio consolidado, comenzaron unos años más tarde a dar vida a un completo complejo hotelero, montando un restaurante en la primera planta y destinando la segunda y el bajo cubierta a un recoleto hotel de diez habitaciones, distintas y repletas de encanto.
La rehabilitación del palacete se prolongó durante más de dos años, con un trabajo minucioso para devolver el esplendor que los mejores artistas de la época plasmaron en el edificio señorial. Forjas labradas como si fuera filigrana por unos artesanos riojanos, estucos y pinturas fueron recuperando su belleza con un trabajo paciente que permitió devolver su esencia y adecuar para su uso hotelero las diferentes estancias, desde la sala de música con todas las fábulas pintadas alrededor hasta las diferentes alcobas y estancias.
La sensibilidad de Lamagrande le llevó a guardar y conservar todo lo que tenía algún tipo de valor que albergaba el edificio, que se restauró y volvió a reubicar a medida que la obra avanzaba. Y de este modo se fue tejiendo un hotel bautizado como Hostal SigloXIX –en honor al siglo en el que se levantó– repleto de encanto, con pinturas y muebles originales, baños repletos de encanto y estancias únicas con vistas excepcionales a la villa del Cúa y al entorno mágico del Bierzo.
«El hostal es algo único porque ya existía todo lo que contiene. De otra forma, ni con mucho dinero se hubiera podido hacer; se hubiera tirado el edificio y se acabó», señala Balbino Lamagrande.
Pero no fue el caso: el hostal permite disfrutar hoy del esplendor de un edificio representativo de la arquitectura burguesa de finales del siglo Diecinueve en la que se conservan todos los estucos marmolados, pinturas murales y frescos que decoran los techos de las estancias originales, jarrones de porcelana, piezas únicas como una del siglo Dieciocho procedente del casino de Lyon, e incluso los suelos de castaño que sujetaban antaño el primer y el segundo piso.
El alojamiento, al que se accede por una impresionante escalera, dispone de diez habitaciones, siete en la segunda planta (tres individuales y cuatro dobles) y otras tres en el bajo cubierta, incluidas dos suites de 50 metros cuadrados con baño –una de ellas con jacuzzi– y vistas impresionantes. Todas las estancias son distintas, con una decoración moderna que combina armarios y mobiliario de época, unas con la típica galería, otras con la pared de canto rodado original, alguna con cabeceros coloridos de gran belleza, otras con lavabos tallados minuciosamente en madera... Un oasis a los pies del Camino de Santiago.
Junto a la zona de descanso, el hotel realiza una apuesta fuerte por la gastronomía, donde diferencia la oferta de la cafetería –con menú del día y propuestas de corte sencillo– del restaurante de la primera planta, articulado en varias estancias con diferente y llamativa decoración y donde se pone sobre la mesa una cocina casera, de producto y temporada con inspiración mediterránea, a lo que suma jornadas de cocina japonesa.