Diario de Valladolid

ORGANERÍA ACITORES

La magia de dar voz a órganos mudos

El Taller de Organería Acitores lleva más de tres décadas devolviendo el alma a los órganos ibéricos de iglesias, monasterios y conventos. En este tiempo ha construido artesanalmente un centenar de órganos nuevos. Castilla y León cuenta con el 50% de este tipo de artesanos

El maestro organero Federico Acitores muestra uno de los órganos en el que está trabajando.-BRÁGIMO

El maestro organero Federico Acitores muestra uno de los órganos en el que está trabajando.-BRÁGIMO

Publicado por
Almudena Álvarez

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Hace ya más de 30 años que Federico Acitores, organero, artesano y autodidacta, se propuso devolver la voz a los órganos mudos que agonizaban en iglesias y monasterios. Ya de pequeño, de monaguillo, le robaba interés el órgano de la iglesia de Torquemada, pero no fue hasta su época de estudiante, en los frailes en Valladolid, cuando aprendió a tocar el instrumento.

Después de una etapa marista en Chile, regresó a España sin haber perdido un ápice del interés por la música en general y por la Organería en particular. Decidió entonces ir a Barcelona «donde trabajaba el único organero de España, Gabriel Blancafort», para formarse con él, según relata.

Durante cinco años trabajó en su taller, descubrió los secretos que ocultan tubos y maderas. Y conoció a su mujer, Ana María de la Cruz, que no tenía ninguna relación con la música pero que desde entonces no ha dejado de escucharla.

Cuentan que en aquella etapa se estaba fraguando la Asociación de Amigos del Órgano de Valladolid y la Junta de Castilla y León empezaba a cultivar una sensibilidad especial por aquellos instrumentos que en el 90% de los casos estaban mudos. «Empezaron a reclamarnos y decidimos montar el taller en Torquemada, el pueblo natal de Fede», explica Ana.

Dicho y hecho regresaron a tierras castellanas. Corría el año 1982 y, en un local que antes había sido panadería y que les prestó Isidora, la madre de Federico, nacía, con 85.000 pesetas de capital, el Taller de Organería Acitores. Una década después se trasladaría a las actuales instalaciones situadas en el Polígono Industria de Torquemada, en el que desde entonces se conoce como ‘el camino de los pianos’, aunque lo que allí se trabaje sean órganos.

En sus inicios, el principal objetivo del taller era afrontar la ardua tarea de restaurar los órganos que estaban callados. El primer encargo fue un órgano de la iglesia de Medina de Rioseco, al que siguió el de la Catedral de Astorga. «Enseguida nos vimos con trabajos muy grandes», apunta Ana María.

De forma paralela empezaron a llegar encargos para construir órganos nuevos, como el del Monasterio de Santa María de Sobrado en Galicia. «Un órgano que se construyó hace 30 años y se toca todos los días», asegura Federico. Y con el tiempo, curiosamente, han hecho «más órganos nuevos que restauraciones», apunta.

A medida que llegaban los encargos iba creciendo el equipo del taller, al que se fueron incorporando tuberos, mecánicos, carpinteros, armonistas, montadores. Así hasta 13 personas formadas en la tradición organera española y dirigidas por Federico, el maestro organero, con la ayuda de sus socios Alfonso de la Cruz, contramaestre; Pascal Teubel, jefe de taller, y Ana de la Cruz, que se encarga de la administración y del diseño de cada nuevo instrumento.

Cada artesano se ha especializado en una parte del instrumento, lo que permite tener siempre tres proyectos en marcha y acometer un máximo de seis cada año. Este es hoy uno de los pocos talleres de España con capacidad para construir íntegramente todos los elementos que forman un órgano. Y uno de los dos que hay en Castilla y León, donde trabaja el 50% de los artesanos que se dedica al órgano ibérico en España.

En cifras, el resultado de su infatigable labor se traduce en casi 80 órganos restaurados y un centenar de órganos nuevos

–«ahora estamos construyendo el 101», apunta Federico-, para iglesias, conventos, monasterios y conservatorios.

Restauraciones entre las que figuran los órganos de las catedrales de Burgos, Málaga o Córdoba; el del convento de San Agustín de Filipinas; los dos órganos de la iglesia de Los Clérigos en Oporto; y los del Monasterio de Pombeiro y la iglesia de Torre de Moncorvo en Braganza en colaboración con la empresa portuguesa Atelier Samthiago.

Y nuevos instrumentos para el Santuario de Covadonga y el de Santa Gemma de Barcelona; para la Catedral de Logroño y los conservatorios de Salamanca, Murcia, Palencia, Segovia, Orense, Tarrasa o Bilbao.

Trabajos que pueden llevar entre tres y cuatro meses y hasta dos años, según los requerimientos de cada instrumento, porque un órgano puede llegar a tener 40.000 piezas diferentes. Algunas restauraciones sobresalen por el reto técnico que suponen, como el de Covadonga, «un mueble de 15.000 kilos colgado de la pared», y el de Támara de Campos (Palencia), que está apoyado sobre una columna y es único en el mundo.

O por ser el más antiguo, como el del Monasterio de las Huelgas Reales de Valladolid, de 1706. Y otros, como el de Santa Gema, tienen el honor de ser «el órgano más grande que hemos hecho». Diez metros de ancho por diez de alto, 12.000 kilos de peso, tres teclados y 3.600 tubos, algunos de ellos de seis metros de altura y casi todos diferentes, le otorgan este récord.

«Pero nos implicamos igual en todos ellos», puntualiza Federico. Porque todos son «objetos únicos» que requieren muchos conocimientos técnicos, formación continua, sensibilidad y respeto, en «un oficio complejo y apasionante» que toca distintas disciplinas: arquitectura, diseño, instrumento, carpintería, ebanistería, metalurgia, mecánica, acústica. Y todo de una forma artesanal para que cada órgano tenga su propia sonoridad y su alma.

Además, en la restauración, la complejidad añadida está en que «cada órgano ha sido construido con una técnica y se tiene que hacer las cosas como el que construyó el órgano. Eso exige una labor de investigación muy importante para que vuelva a sonar un instrumento que ha pasado por muchas vicisitudes, reformas, guerras», señala Ana.

«Y cuando te enfrentas a la creación de un órgano nuevo el momento más complicado es el del papel en blanco, cuando imaginas cómo va a ser», agrega Federico. Aquí todo depende de la iglesia, de la sonoridad, la acústica y el uso que se le vaya a dar. La creatividad en el diseño la pone Ana y el resto del equipo se encarga de darle al conjunto la personalidad y la sonoridad que definen «el sonido Acitores».

LA FICHA DE LA EMPRESA

Historia. Federico Acitores y Ana María de la Cruz crean en 1983 el taller. Luego se incorpora como socio, Alfonso de la Cruz, y más tarde, Pascal Teubel.

Trabajos. Cada año crean o restauran una media de cinco órganos. Desde su creación han restaurado casi 80 y han construido cien órganos nuevos.

Mercados. El 90% de sus obras se destina a monasterios iglesias y particulares de España. Han realizado trabajos para Alemania y Portugal.

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