Coriscao, Palencia (2.243 metros)
La senda del oso pardo
Ascenso a esta conocida montaña siguiendo un panorámico cordal que se asoma al Valle de Liébana
La estupenda noche en Llánaves de la Reina fue el preludio de un día solo apto para campeones. La final de la Copa de Europa de fútbol no había dejado indiferente a ninguno de los excursionistas, y al día siguiente cada uno de nosotros afrontaba el madrugón de diferente ánimo. Ni siquiera esos turistas alemanes que llegaron en bicicleta al hotel bajo la intensa tormenta de la tarde y repusieron fuerzas viendo con nosotros el partido, quisieron perderse el camino a la cumbre que nos esperaba al día siguiente.
Subir en coche al collado de Llesba (1.670 metros), nos sirvió para concentrar nuestros sentidos en lo que de verdad nos gusta y así llegamos al alto con el auténtico espíritu que se requiere para el montañismo.
Era una mañana fría con gruesas nubes de algodón en el cielo, de esas que barruntan un perfecto día primaveral, de esas que crean días inestables donde las luces y las sombras, el calor y el frío, la lluvia y el sol, combinan una bonita sinfonía para componer un paisaje verde de mil matices.
Ascendemos a una montaña de las que, por seguir el símil futbolero, se diría que hace afición. La ruta al Coriscao reúne todas las características para disfrutar de ella y permite llevar a los amigos a iniciarles en el mundo del montañismo; primero porque no es un camino largo, aunque tiene variadas pendientes y, segundo, porque este es un recorrido que nos permite descubrir algunos de los rincones más salvajes de la Montaña Palentina teniendo como permanente recompensa, las vistas imponentes del valle de Liébana en Cantabria, con el telón de fondo de los Picos de Europa.
Desde el collado de Llesba, la subida al Coriscao es sin duda el camino más común. A él se llega por el puerto de San Glorio a través de la N-621 que constituye la única vía de acceso rodado entre Cantabria y León y atraviesa la cordillera Cantábrica por este punto tan frío y desolado. Una pista de 2 kilómetros nos lleva desde un desvío señalizado en la carretera hasta él, en un lugar junto a una fortificada parada de autobús.
Desde el collado de Llesba el sendero sale por el oeste y se adentra unos metros arriba por una zona de matorrales que nos dejará en el collado de La Guarda a 1.795 metros. La senda hasta aquí es evidente si la tomamos de inicio, olvidándonos de la pista que desciende al valle por nuestra derecha.
Monumento al oso pardo. Ascendiendo lentamente vemos abajo, en lugar prominente, el monumento al oso pardo del escultor Jesús Otero y es que estamos en uno de los territorios más destacados del hábitat del oso en la cordillera Cantábrica. En una extensión de 2.100 kilómetros cuadrados por la Montaña Palentina y oriental leonesa, y los montes de Campoo de Suso y Liébana y oriente de Asturias, esta zona entre las cabeceras de los ríos Carrión y Pisuerga, se presenta como un núcleo reproductor consolidado de oso pardo, lo que la hace especialmente sensible a nuestra presencia.
No tenemos la suerte de ver osos pero, con ojo de buen observador, vemos en los últimos neveros del invierno unos corzos que vigilan nuestro caminar a esta temprana hora de la mañana.
Rodeando la peña Gustal, (1.942 metros) por la izquierda, asomamos al sur una vez coronamos el collado del mismo nombre a 1.890 metros. Protegidos del frío hasta ese momento, el cambio de orientación hace que el viento nos azote súbitamente y tengamos que echar mano de nuestro cortavientos, imprescindible en cualquier mochila de montaña, cualquiera que sea la época del año.
La senda continúa franca y evidente y poco a poco avanzamos por nuestra izquierda bajo el roquedo de conglomerado de la peña Cascajal, (2.030 metros), que ascenderemos de una forma más sencilla en el camino de vuelta.
Bajo el Cascajal el sendero se dirige hacia unos rodales de espesos brezos, pero el camino nunca se pierde. Son los últimos matorrales antes de alcanzar el collado Valdeloso a 1.950 metros, que nos brinda la mejor vista de los Picos de Europa que tendremos en el día. Mirando hacia el norte, contemplamos desde una balconera con nieve firme que aún moldea una pequeña cornisa, una vista incomparable del macizo de Ándara y también de los Urrieles, con los Horcados Rojos y Peña Vieja, bien visibles.
Desde aquí el camino traza un serpenteo que mitiga una fuerte pendiente, mientras ascendemos hasta la cota dos mil, donde encontramos una espesa niebla y un viento gélido. Los últimos metros nos brindan la ocasión de completar nuestra prueba todocamino, pues tenemos que superar una pala de nieve en la que abrimos huella y ascendemos con precaución ayudados de los bastones.
Remontando la cornisa final, llegamos a la cumbre (2.234 metros, dos horas de recorrido), sin el premio de su espectacular panorámica y con cierto desánimo al ver que se ha vandalizado su vértice geodésico, motivos suficientes para hacernos una foto rápida y descender por donde hemos venido, si bien más tarde saborearemos la alegría del ascenso y el disfrute que supone contemplar este maravilloso espacio natural, salvaje y apoteósico tan al alcance de todos y a la vez tan lejos de aquellos que no quieren respetarlo.