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LA BODEGA

Riberas de pura cepa

La casa madre del GrupoMatarromera nació en 1988 y sigue fiel a la esencia del terruño duriense, con vinos icónicos que alternan el espíritu con el que nació la Ribera con otros de perfil moderno, todos con gran longevidad

Carlos Moro, fundador y presidente de Matarromera, a las puertas de la sala de barricas de la bodega de Valbuena (Valladolid).-

Publicado por
FERNANDO LÁZARO
Valladolid

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Todo comenzó en Valbuena, cuando Carlos Moro decidió retornar a sus orígenes. Hijo y nieto de viticultores y bodegueros por ambas ramas, en 1988 decidió regresar a su tierra para impulsar una bodega de tamaño modesto situada a caballo entre Olivares y Valbuena, donde se asienta el edificio social, junto a un meandro del Duero, aprovechando el ascenso de una leve colina para que parte de sus naves estuviesen semi enterradas en la ladera norte para conseguir una climatización natural de los vinos.

La bodega, que nació como Viñedos y Bodegas Valbuena de Duero antes de adoptar su denominación actual, lanzó su primer vino en 1994, incluido un joven con el que protagonizó un sonoro campanazo cuando obtuvo una ‘gran medalla de oro’ en un concurso en la localidad turca de Urgüp que le sirvió incluso para abrir los telediarios nacionales del mediodía. Poco importa aquello: la bodega se ha consolidado como una de las grandes de Ribera del Duero y sus vinos tienen el don que imprime esta tierra y que la ha hecho grande: una capacidad de envejecimiento sobresaliente, con botellas que van creciendo a medida que pasan los años hasta convertirse en joyas.

Moro, ingeniero agrónomo y técnico de la Administración del Estado, ha ido fraguando añada tras añada su arraigo en tierras del Duero. De las 30 hectáreas con las que contaba Matarromera en 1994 ha pasado hoy a más de 90 (el grupo dispone de 936 hectáreas, de las que 512 son de viñedo –divididas en 100 pagos diferentes a lo largo de 22 municipios del Duero–: se nota que el campo es una de las pasiones del creador de Matarromera porque «en él están las raíces de la vida»). Y los 120.000 litros de la primera campaña se han convertido hoy en 800.000 (en conjunto, sus bodegas elaboran en torno a cuatro millones de botellas).

A pesar del crecimiento que ha experimentado el grupo en su primer cuarto de siglo de andadura, la joya de la corona sigue siendo Matarromera, la casa madre. Y para seguir haciendo crecer su leyenda, el año pasado la bodega invirtió más de un millón de euros destinados, en un primer momento, para dotar de mejoras al viñedo y la parte enológica, con renovación y ampliación del parque de barricas, una nueva tolva de recepción de uva, una despalilladora, nuevos depósitos y mejoras notables en los trenes de embotellado con el objetivo de sacar el máximo provecho a su uva.

La segunda fase, que consumió en torno a medio millón de euros, sirvió para renovar por completo el modelo de visita de sus instalaciones, con el objetivo de ofrecer experiencias premium para los amantes de sus vinos.

Y tanto:cuestan entre 25 y 50 euros –la más exclusiva está dirigida por los propios enólogos de la bodega–, dura en torno a tres horas, incluye la visita a algunos de los viñedos más emblemáticos de la bodega –el pago de San Román, el de Las Solanas y el de Valdebaniego– y acaba con la cata de alguno de sus vinos icónicos:desde el Matarromera 25 aniversario Verdejo (el primer vino blanco en la historia de la bodega) hasta los Matarromera reserva, gran reserva, Prestigio y Pago de Las Solanas.

La bodega, que en 2014 fue considerada entre las 100 mejores del mundo por la revista especializada de EEUU Wine&Spirits, fue el germen de lo que hoy es un gran grupo bodeguero que está presente en 60 países y que cerró 2015 con 20,3 millones de euros de facturación (un 8,6% más que en 2014, cuando facturó 18,6 y logrando un crecimiento acumulado de más de 3,3 millones de euros en los últimos tres años) y que prevé cerrar 2016 superando los 27 millones.

El grupo cuenta con siete bodegas en Castilla yLeón (Matarromera,Emina yRento en Ribera; Emina en Rueda; Cyan en Toro; y Valdelos frailes en Cigales; y Emina Oxto, con la que hace vinos fortificados estilo Oporto), a las que ha sumado esta vendimia su primera incursión fuera del Duero:bodegas Carlos Moro en Rioja, ubicadas en San Vicente de la Sonsierra y cuya comercialización comenzará a mediados de 2017.

Además, ha desarrollado otras líneas de negocio que incluyen desde los Aceites Oliduero (elaborados en la almazara del mismo nombre ubicada en la localidad vallisoletana de Medina del Campo), los vinos sin alcohol y bajos (con las marcas Win 5.0 y Win 0,0 que se elaboran en la mayor planta de Europa destinada de vinos sin alcohol), la destilería del Duero y el negocio turístico de la compañía compuesto por el Hotel Rural Emina (en Valbuena de Duero), el restaurante La Espadaña de San Bernardo y las diferentes actividades enoturísticas que se desarrollan en sus 8 bodegas situadas en Castilla y León y La Rioja. Todas estas líneas de negocio complementarias a la propia comercialización del vino sumarán una aportación conjunta de más de 2 millones de euros este año. Y son fruto de una intensa apuesta por la I+D+i, a la que el grupo ha destinado más de 42 millones de euros desde el año 2005 (alrededor del 30% de su facturación).

El capítulo innovador y emprendedor le viene por herencia: su padre, Ursicino, fue quien trajo hasta estos pagos del Duero el primer tractor con ruedas de goma o la primera trilladora. Y fue quien cultivó las tierras en las que Carlos Moro fraguó el nacimiento de la bodega primigenia. A pesar del crecimiento casi exponencial de la casa, la marca Matarromera es el estandarte principal del grupo y genera más de un 70% de la facturación de la compañía.

el viñedo, la piedra angular. La clave de la bodega es hoy, como en 1988, el viñedo, gestionado pago a pago y vinificados por separado tras una triple selección del fruto: primero, de los racimos en el viñedo; luego en una mesa de selección y una última donde se controla grano a grano.

El pago más emblemático es el de Las Solanas, ubicado en Olivares de Duero y que presenta una orografía ondulada, con variación de pendientes y orientaciones del terreno aunque predominando la norte. Con una superficie de casi 20 hectáreas y plantada casi por completo con tempranillo, tiene una altitud que oscila entre 730 y 790 metros y es el origen del vino top de la bodega, del que adopta el nombre de Matarromera Pago de Las Solanas.

La uva para este vino llega desde una pequeña zona de tres hectáreas, con un suelo predominantemente calizo de color blanquecino, muy soleado –de ahí el nombre– y con producciones de unos 2.000 kilos por hectárea que dan vida a una partida limitada de en torno a 3.000 botellas de uno de los vinos más grandes del Duero, con una acidez extraordinaria que le va haciendo más grande con el paso de los años, sin perder la frescura de una fruta de aires clásicos pero con las características notas terciarias envueltas en balsámicos junto con notas de pimentón.

El vino exhibe el poderío de las elaboraciones extraordinarias en Ribera, una joya –ahora está en el mercado la añada 2001– que suma 21 meses de crianza en barrica y otros 24 en botella antes de que su escasa producción comience a ser distribuida.

El Pago de las Solanas, junto al gran reserva, representa la esencia de los vinos de esta casa, que no ha variado el rumbo en su perfil a pesar de las modas, con vinos de carácter tradicional, que envejecen en roble americano y francés y que sustentan la línea clásica de Matarromera que imprime a sus vinos notas de fruta negra muy madura, cacao y minerales con bocas que aúnan amplitud, sedosidad y volumen.

El perfil de la nueva Ribera dentro del estilo Matarromera lo encarna la línea Prestigio –ahora está en el mercado el 2011–, con una línea más balsámica y especiada, concentrado pero pulido, sabroso y goloso en boca, con fruta negra madura, muchos balsámicos y una llamativa expresión de terruño, tierra caliza y monte bajo. Un vino elegante de perfil moderno, con una acidez sofisticada que le hace muy largo.