TURISMO URBANO
Valladolid de leyenda
El Museo Fabio Nelli, el puente Mayor, el palacio de Pimentel, la Casa de Zorrilla yel Campo Grande se unen en un recorrido cosido con historias que, si no son reales son, al menos, curiosas
Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid’ proponemos un recorrido por la ciudad enlazando cinco espacios que guardan alguna leyenda sobre su origen o su historia.
El sillón del diablo. Es una de esas piezas ‘con historia’, más que por ser un mueble del siglo XVI, por la leyenda que la sobrevuela. Perteneció al médico Andrés Proaza, que vivía en la calle Esgueva, frente al Hospital de Esgueva, y lo utilizaba para realizar disecciones de cuerpos. No adquirió el grado de doctor por practicar ritos extraños en su casa y no ser limpio de sangre. Se contaba también que, a veces, por la noche se oían quejidos y el río Esgueva –que pasaba por allí– se teñía de sangre, según recogió Saturnino Rivera Manescau en la obra Tradiciones universitarias (historias y fantasías), 1948.
El problema es que las disecciones las realizaba en vivos. Lo descubrieron cuando investigando la desaparición de un niño hallaron el siniestro sótano. Lógicamente, le ajusticiaron y en el proceso dicen que aseguró que el médico que se sentara sobre él adquiriría la sabiduría para curar todas las enfermedades pero, si no lo era y se sentaba tres veces o intentaba destruirlo, moriría. Le ahorcaron.
El sillón data del siglo XVI. Es de nogal, con asiento y respaldo de cuero con decoración geométrica y floral. Los brazos se desmontan. Según relató Proaza en el juicio, era regalo de un nigromante navarro. El sillón procedía del convento franciscano El Abrojo, de Laguna de Duero (Valladolid).
El mobiliario de subastó. Nadie pujó por ello y se lo quedó la Universidad. El sillón se expone en el Museo de Valladolid Fabio Nelli y se encontraba en la antigua capilla universitaria, sujeto a la pared y vuelto hacia abajo para evitar su uso... por si acaso ya que, por casualidad o por otras circunstancias, dos bedeles habían fallecido sentados en el mencionado sillón.
Puente Mayor. También sobre la construcción del puente más antiguo de la ciudad, el puente Mayor, hay dos leyendas. Fue erigido por iniciativa de la condesa doña Eylo, casada con Pedro Ansúrez, a finales del siglo XI (1080). Su fisonomía actual responde a modificaciones posteriores.
Una de estas leyendas se remonta la Edad Media, cuando los Reoyo y los Tovar eran las familias fuertes de la villa. ‘Érase una vez...’ un joven Tovar se enamoró de una joven que vivía en la otra orilla del Pisuerga. Un día cuando iba a visitarla se cruzó con un joven Reoyo. El encuentro se saldó con la muerte del segundo. La barca que utilizaba Tovar estaba muy deteriorada a causa del mal tiempo de esa noche, así que el joven, empeñado en visitar a su amada, invocó al diablo para que le ayudara a cruzar el río a cambio de su alma. Satanás levantó el puente y cuando el amante llegó a casa de la amada, la encontró muerta.
La otra leyenda sobre la construcción del puente también tiene tintes románticos y es la protagonizada por el criado Mahomed, que encargó la construcción del puente para caer bien a su señor, el conde Pedro Ansúrez. ¿El motivo? Tener el permiso de los condes para cortejar a la joven Zaida Fátima, asistente de doña Eylo. Una relación que los condes no aprobaban.
Mahomed sabía que a doña Eylo no le gustaba cruzar el río con balsas, encargó un puente, estrecho para impedir el ataque de enemigos por sorpresa. Pero cuando regresó el conde, no satisfecho con la obra, encargó su ensanche a otra persona, Hugo de Moneada, conde de Llobregat. En pago de la obra, solicitó a Ansúrez casarse con Zaida y el conde accedió.
Cadena de Pimentel. Una historia nos acerca al palacio de Pimentel. Está protagonizada por una cadena, la que cierra la verja que, según cuentan, abrieron para sacar al recién nacido y futuro rey Felipe II para ser bautizado en el convento dominico de San Pablo y no en la iglesia de San Martín, parroquia a la que pertenecía el palacio y en la que tendía que haber sido sacramentado si hubiera salido por la puerta del edificio.
Lo cierto es que la reja se abrió para construir un pasadizo que comunicara el palacio y el convento para evitar la muchedumbre cuando la comitiva del bautizo se dirigiera al altar mayor de San Pablo.
Casa de Zorrilla . Al lado de Pimentel, un fantasma protagoniza la leyenda de la Casa Museo de Zorrilla, en un ala del que fuera palacio de los marqueses de Revilla: el de Nicolasa, la abuela del escritor, que falleció sin conocer a su nieto. Cuentan que un día se le apareció al niño, cuando tenía cinco años, en la habitación reservada para las visitas y que era la que ella había ocupado. El dormitorio sigue ahí. Nunca se ha visto nada pero, ¿y los ruidos?
Campo Grande. También el Campo Grande guarda historias y leyendas entre la frondosidad de sus ramas. Una de ellas, recogida en la obra de José Zorrilla Justicia de Dios, dice así: Corría el siglo... pongamos XVII, cuando Ana Bustos de Mendoza prometió esperar a su amado Juan de Vargas por espacio de un año. Antes de que el periodo cumpliera, Ana decidió casarse con Tello Marcos de Aponte. La víspera de las nupcias, Tello y Juan se encontraron y se retaron en el entonces Campo de Marte. Tello mató a Juan tras engañarle en el duelo. Pasaron los años y Tello fue detenido en el mismo entorno acusado de asesinato cuando fue a auxiliar a un hombre tras ser asaltado. Un monje fue testigo del suceso. En el juicio Tello se declaró inocente de esa muerte, pero culpable de otro asesinato. Un día, el monje, pensando en tal declaración, vio en una balsa que flotaba en el Pisuerga el cuerpo sin vida de Tello. Debajo, el de Juan de Vargas. Al momento Tello se levantó y contó al monje lo ocurrido en el duelo y se fue con la corriente.