Un lechazo con historia
Este asador lleva a gala ser el comedero más antiguo de Burgos y la pátina de la historia impregna cada rincón de una casa con solera
Lleva a gala ser el restaurante más antiguo de Burgos. Y la verdad es que, cuando se atraviesa la puerta para acceder a su interior, desde una bocacalle de la impresionante plaza Mayor de Lerma, la sensación de estar en un local único se hace plena.
No es para menos: unas sencillas mesas de madera protegidas con un mantel de papel y una cubertería sencilla trasladan al comensal directamente hasta las casas de comida de antaño.
Por si fuera poco evocador, las paredes están literalmente forradas de fotografías de personajes famosos que han recalado en las mesas de este afamado asador burgalés.
Con el primer buenas tardes se presenta sobre la mesa una ensalada de lechuga de la huerta del cercano Arlanza, bien aceitada y perfecta para complementar la oferta de la casa, centrada exclusivamente el lechazo. Ni más, ni menos. Y todo regado con una frasca de clarete servido en vaso ancho. Sencillez máxima.
Para abrir boca, merece la pena probar sus riñones a la parrilla o las mollejas de lechal –también sirven chuletillas y otras suculencias, aunque casi ni las ofrecen–, pero con cautela para dejar hueco para continuar el festín: el rey de la casa es el lechazo asado, churro, servido en plato de barro, con la carne repleta de terneza y sabor en un suculento contraste con la piel, dorada y churruscadita. Puro deleite.
Los postres, caseros, se mueven en los mismos parámetros de sencillez y gustosidad, con un notable arroz con leche o un queso de oveja para rematar el vino, si es que no se ha hecho antes.
La autenticidad hasta el final:las mesas son un bien preciado (en esta casa se reserva la comida, no el asiento) y no sirven café. Poco importa darse un paseo para tomarlo fuera: la experiencia ha merecido la pena.
rodrigo.padilla@outlook.es