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TURISMO NATURAL

Mágica unión del Esla y El Duero

El caudaloso Esla es el fruto de un largo viaje en el que recibe las aguas del Tera, el Órbigo, el Porma o el Cea antes de tributar todas en elDuero, en uno de los entornos naturales de mayor belleza de Arribes. Una ruta permite disfrutar del encanto de esta zona del arribanzo, de sus hermosas cascadas y curiosas formaciones geológicas

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Publicado por
Jose Luis Cabrero

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Las lluvias han sido generosas con la comarca zamorana de Sayago, pero el encuentro entre los ríos Esla y Duero se sigue produciendo, como desde hace siglos, de manera mansa, aunque en su entorno se pueden encontrar paisajes que son todo menos tranquilos.

La ruta que lleva hasta la desembocadura del Esla en el río Duero se inicia en el pueblo de Abelón, situado a 35 kilómetros de la capital zamorana. Al final de una calle asfaltada y justo al pie del camino se puede dejar el coche para iniciar el recorrido andado por un sendero que el paseante encontrará siempre identificado con las barras blancas y amarillas. No hay pérdida.

Los primeros metros de la ruta discurren entre encinas y prados surcados por abundantes regueros de agua que se abren paso entre las vallas de piedra tan características de la comarca de Sayago, formadas por grandes lascas de granito que parecen sujetarse milagrosamente.

El camino inicia poco a poco el descenso para ir aproximándose hacia el río Duero que, en esta parte, empieza a encajonarse entre acantilados de piedra para ir formando la parte más espectacular del arribe.

Antes de llegar al río, sin embargo, merece la pena desviarse ligeramente del camino para encontrarse, tras pasar un riachuelo, a través de una gran laja de piedra colocada de manera estratégica, con la denominada peña La Campana, una curiosa formación geológica, una gran piedra redondeada en la parte superior que presenta numerosas oquedades por abajo.

«No es una seta gigante fosilizada», reza el cartel explicativo situado junto al ramal que hay que seguir para visitar La Campana, sino «la imagen de la acción de las lluvias, fríos, calores y vientos durante millones de años». Precisamente, el tiempo desenterró primero una gran roca de granito y después la esculpió arrancando los materiales más débiles. Por último, el agua formó las curiosas cavidades a las que la cultura popular ha intentado buscar explicaciones unidas a leyendas. Los geólogos llaman a estar formaciones taffoni, que significa ventanas.

A medida que avanza el camino, el sonido del agua es más evidente, una extraña sensación teniendo en cuenta que tanto el Duero como el Esla bajan tranquilos sin dar muestras de grandes accidentes. Sin embargo, el sendero esconde la desembocadura del conocido como regato La Cunca, un arroyo, caudaloso en tiempo de lluvias que vierte en el Duero a través de una espectacular cascada de varias colas.

El sonido del agua entre las rocas, la visión del Duero, los primeros acantilados del arribe y el granito presente en toda la zona crean un escenario perfecto para demorarse.

Bajar hasta la orilla, a través de un estrecho sendero, presenta algunas dificultades, sobre todo en tiempo de lluvias, que es, precisamente, cuando la cascada es más atractiva, pero merece la pena tomar las precauciones necesarias para poder verla desde cerca.

Junto a la cascada se pueden ver también los restos de un molino harinero, concretamente la canal y el cubo donde se almacenaba el agua para moler y la muela, que resiste el paso del tiempo, aunque tejados y paredes hace años que desaparecieron. El molino se denomina Pozo del Cubo.

Marcha atrás por el mismo camino para salir de la zona de la cascada y tras una breve subida se retoma el sendero para llegar hasta el lugar donde descubriremos la unión de dos de los grandes ríos de la provincia de Zamora. El camino sigue estando señalizado con las balizas conocidas amarillas y blancas y obliga a realizar un ascenso pronunciado.

Al llegar al mirador de la antigua ermita de San Vicente aparece en todo su esplendor la desembocadura del río Esla en el Duero, en medio de aguas turbias, rodeada por una vegetación de piornos y matorral bajo y enlazándose con la piedra que rodea ambas orillas.

Sobre el cielo se pueden ver las siluetas de buitres y, con un poco de suerte, incluso águilas reales y perdiceras, alimoches y cigüeñas negras que encuentran refugio en los cortados que abrazan los ríos.

Junto al mirador todavía se pueden ver los restos de los dos edificios que formaban parte de la ermita de la Virgen de San Vicente, que fue abandonada a principios del siglo Veinte. Una leyenda, que recogen los carteles informativos colocados en la zona, cuenta que en este lugar «un pastor rogó a la Virgen por una oveja perdida y ésta se le apareció para ayudarle».

En el mirador, habilitado para ver cómodamente la desembocadura de ambos ríos, existen bancos de piedra donde hacer un pequeño descanso, necesario, sin duda, porque a partir de ahí se inicia el camino de vuelta, siempre por senderos en muy buen estado y claramente identificados, lo que permitirá completar un circuito circular.

A lo largo del camino que todavía queda por delante se vuelve a disfrutar de los característicos cercados típicos de Sayago, de abrevaderos de granito y fuentes tradicionales.