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TURISMO

Pasión Silente

La Semana Santa llena las calles de penitencia para celebrar la Pasión. Proponemos cinco destinos para disfrutar de otra forma del silencio y la espiritualidad propios de estos días

Imagen del monasterio del Santo Desierto de SanJosé de Las Batuecas, en Salamanca.Debajo, Cruz de Ferro, hito del Camino de Santiago.-ICAL /jose ayma

Publicado por
F. LÁZARO
Valladolid

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La Semana Santa está aquí. Motivo de reflexión para unos, y de vacación para otros, pueblos y ciudades de toda la Comunidad se visten de penitentes para recordar la Pasión. El sentimiento trágico se expresa de manera extraordinaria en la obra sublime de imagineros que comunican magistralmente su sentimiento en madera tallada, donde el hecho religioso y el arte en movimiento se funden en la calle. Son días de recogimiento y silencio. Para interiorizarla de otra forma –o para huir de ella–, proponemos cinco destinos alternativos para vivir la Semana Santa desde el silencio.

Babia (león). La expresión estar en Babia significa, según la definición del diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, «estar distraído y como ajeno a aquello de que se trata». Y no es para menos. La belleza natural de este espacio invita a la ensoñación: la sucesión de valles y bosques, de peñascos y montañas, de robledales y ríos trucheros, de prados donde pastan potros –la leyenda dice que Babieca, el caballo del Cid, adquirió su bravura en estos predios– y vacas, ermitas e iglesias en suaves lomas, y pequeñas poblaciones de casas de piedra y tejados de pizarra es de tal quietud y belleza que invita al silencio.

Bajo el techo de Peña Ubina (2.417 metros), la paz babiana se respira en cada rincón, en un espacio donde la mano del hombre apenas ha alterado la esencia de una comarca con una gran riqueza natural, cuyo valor le llevó a ser declarada en 2004 Reserva de la Biosfera y donde osos y lobos están protegidos y conviven con hermosos ejemplares de mastines que cuidan el abundante ganado que campa por sus prados pastando libremente cuando la nieve lo permite.

Babia se localiza en el extremo noroeste de la provincia de León, en el límite con Asturias, y comprende los municipios de Cabrillanes y San Emiliano. Su hermoso paisaje de alta montaña convive entre simas, desfiladeros y lagos de origen glaciar como la laguna de Las Verdes. Un entorno que manifiesta la esencia de toda metáfora, donde el silencio sólo se altera con el sonido de las esquilas de las vacas que, en ocasiones, se alimentan en pendientes que desafían la ley de la gravedad. Aquí, todo es paz, la que alimenta la belleza de un paisaje único, con su esencia detenida en el tiempo.

Santo domingo de Silos. ¿Qué se busca en Silos? Silencio. ¿Qué se logra en Silos? Silencio. Más allá del ciprés, «enhiesto surtidor de sombra y sueño /que acongojas el cielo con tu lanza», según el soneto inmortal de Gerardo Diego, lo que más llama la atención de este espacio es un silencio que invita a la espiritualidad, independientemente de que se tengan o no convicciones religiosas.

Sin duda, su belleza artística y plástica suma interés al conjunto: la perfección de su claustro, con uno de los conjuntos más epatantes de capiteles románicos historiados, se suma a la belleza de la iglesia neoclásica, obra de Ventura de la Vega, donde se escucha el canto gregoriano de los monjes, una experiencia que devuelve al viajero a la verdadera esencia de este monasterio, que se centra en lo intangible. Una excusa perfecta para, en silencio, encontrarse a uno mismo. El cenobio dispone de una hospedería (sólo para hombres) con 20 habitaciones donde buscar la paz con una secuoya centenaria como testigo.

Las batuecas. Don Miguel de Unamuno consideró ‘paisajes del alma’ a todos aquellos que recorremos tan sólo movidos por el gusto o la curiosidad del espíritu, centrados en descubrir nuestros propios sentimientos. Y Las Batuecas forman parte de este imaginario del silencio.

Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, estar en Las Batuecas es estar distraído, absorto y embelesado. Y esta sensación se percibe plenamente en este valle repleto de belleza, arropado por escarpadas montañas vestidas por un bosque mediterráneo de hoja caduca que multiplica su belleza, especialmente cuando la otoñada tiñe las hojas de acebos, castaños, abedules o robles de sugerentes colores.

El lugar perfecto para disfrutar del silencio es el monasterio salmantino del Santo Desierto de San José de Las Batuecas, fundado por los carmelitas descalzos en 1599 en un paraje de ensueño de La Alberca, donde no hay ni cobertura de móvil. Ni falta que hace. Ubicado en el fondo del valle de Batuecas, es un auténtico paraíso natural, donde la naturaleza ha colonizado cada rincón formando un exuberante vergel favorecido por el aislamiento histórico de la comarca, recogido por Lope de Vega en Las Batuecas del duque de Alba.

El monasterio se construyó en lo profundo del valle de Batuecas, un auténtico paraíso natural rodeado de ríos, bosques y altas montañas, una morfología abrupta que es precisamente la que le dota de personalidad. Y para descubrir el silencio que ofrece este enclave privilegiado la mejor opción es seguir la senda que va desde el monasterio hasta el Chorro de Las Batuecas, siguiendo el cauce entre el cenobio y el río Batuecas. Son ocho kilómetros (ida y vuelta) a lo largo de los cuales tan sólo el arrullo del agua acompaña nuestros pasos, que en ocasiones no llegan hasta el suelo ya que el camino está tapizado por las raíces de los enormes árboles por los que discurre. El Desierto carmelita de Batuecas cuenta con una hospedería que invita a los alojados a compartir el ambiente contemplativo del monasterio y que ofrece la posibilidad de disfrutar del silencio en un entorno espectacular.

Valle del silencio. En el Bierzo leonés, casi en la frontera con Galicia, emerge el Valle del Silencio, un espacio donde el tiempo permanece detenido y donde la sensación de paz por toda la belleza natural y arquitectónica que encierra se multiplica. Un oasis de historia y un rincón inimitable donde el único ruido que impera es la música que compone la naturaleza.

Situado a los pies de los montes Aquilanos y surcado por las aguas del río Oza, este valle es una sucesión de robles añosos, encinas, castaños, nogales... ríos y pequeñas cascadas que sumergen al viajero en un entorno de belleza natural casi sin alterar, donde el tiempo se detuvo hace cientos, miles de años, y su belleza ha permanecido perenne.

La historia de sus pueblos está escrita en piedra, pizarra y madera y se percibe de manera plena en localidades como Peñalba de Santiago, uno de los pueblos con más encanto del territorio nacional, donde su caserío perfectamente conservado y su trama urbana confluyen en la iglesia de Santiago, del siglo Décimo, con su espadaña exenta. Se trata de un prodigio de la arquitectura mozárabe (año 937), cuyo severo y armónico aspecto exterior esconde una joya prerrománica en su interior, al que se accede por una extraordinaria puerta de doble arco de herradura que se apoya en tres columnas de mármol con capiteles de acanto.

Un espacio para extasiarse. Se trata del único resto de un antiguo monasterio fundado por San Genadio, quien se retiró a este valle tras renunciar al obispado de Astorga buscando la paz. Seguro que la encontró en la cabecera del Valle del Oza.

Peñalba está asentada sobre una peña a más de 1.110 metros de altitud –de ahí su nombre– en un espacio casi virgen del hermosísimo Valle del Silencio e invita a un paseo con sosiego, deleitándose de una belleza pura e inmutable.

Desde Ponferrada, la ruta de apenas 20 kilómetros que comunica con Peñalba va penetrando en el valle del Oza y pasa por San Lorenzo, San Esteban y San Clemente de Valdueza. Un poco más adelante aparece el desvío hacia Montes de Valdueza, donde un pequeño recorrido de tres kilómetros permite descubrir otra joya del patrimonio berciano: el Monasterio de Montes, de origen visigodo y cuyos restos deslumbran todavía por su belleza a pesar de su ruina.

camino de santiago. Si hay un destino asociado al silencio y a la espiritualidad es en Camino de Santiago. La ruta Jacobea es un centro de peregrinación religiosa que se ha tornado en un camino de interiorización, de paz y de búsqueda de la esencia de cada uno de los peregrinos que lo transitan. El conocido como Camino Francés es la bandera de una tradición que nace en el siglo Décimo y que se ha consolidado como un hito trascendental que nos ha legado un enorme patrimonio arquitectónico en forma de puentes, albergues, hospitales, iglesias y catedrales. Y sobre todo un paisaje, fijo y cambiante, donde el tiempo discurre calmo y la ensoñación se impone.

Dentro del viejo sendero del jubileo vamos a detenernos en la Cruz de Ferro, que protagoniza una de las etapas que exige mayor esfuerzo para hollar el monte Irago, pasado Foncebadón, y descubrir el montículo repleto de guijarros depositados por los peregrinos rodeando el mástil sobre el que emerge la cruz. Pura simbología la de un gesto reiterado durante siglos en la que los peregrinos, casi con la lengua fuera, dejan su legado para la eternidad en forma pétrea desde hace siete siglos en un enclave de evocadora quietud. La que regala el Camino de las Estrellas.