LOS FAVORITOS DE MANUEL SIERRA: COCO CAFÉ (VALLADOLID)
La cocina como símbolo de deseo
En pintura hay que saber componer con los colores, igual que en la cocina». «Pinto sobre aparejo negro para que cueste más trabajo señalar los colores, es algo así como insistir en la lentitud del proceso... como cuando se cocina a fuego lento... es hacer cocina».
Para Manuel Sierra, la expresión ‘hacer cocina’ sintetiza en pintura el oficio. «El símil viene de hacer más con menos», añade y lo justifica explicando que en la cocina hay que emplear productos muy verdaderos, sinceros con el lugar del que provienen para que den buen resultado si se manipulan para obtener una cocina elaborada o, si no se manipulan tanto, se obtenga un plato apetecible, que aunque sea una ensalada resulte amorosa, que se vea que está preparada con cariño.
Manuel Sierra reflexiona sobre pintura y cocina ante la fachada de San Gregorio (Museo de Escultura), sentado a su mesa preferida: la situada en el centro del ventanal de Coco Café.
Natalia Burguillo y José Antonio Fernández abrieron este rincón de la plaza Federico Watenberg en 2006. A diario lo mismo desayunas que comes, tomas café y cenas. Tiene capacidad para 40 personas y su cocina está gobernada por Sara Grande.
Su repertorio se mueve entre las ensaladas (la que le sirvió llevaba lechugas variadas, centollo, mango, tomate cherry y aceite de albahaca), pescados, mariscos y platos de temporada. Desde 2009 también organiza exposiciones de arte, una iniciativa que inauguró Manuel Sierra.
El almuerzo, regado con un tinto Ribera, propicia la conversación pausada e intimista. Una charla en la que se evocan anécdotas y vivencias.
«Todo lo deseable es apetecible, comible». «Quieres comer lo que deseas y fíjate que los símbolos de la atracción son gastronómicos». Porque, en qué pensaba Sierra en el momento de pintar los labios más famosos de la ciudad, símbolo de la Seminci: «en comerlos», confiesa rápidamente.
«A la cocina miro mucho porque los productos tienen un componente cromático que dan hasta riqueza ‘nutritiva’. Luego está el fuego, hipnótico, atrayente, aunque sea de vitrocerámica», dice.
«En cocina me gusta lo que no hago. La admiro, como en la pintura. Mi cocina es muy sencilla, con elementos muy sencillos y no invierto más de una hora para cocinar un plato», señala y lo justifica así: «un plato no es mejor cuanto más complicado y más caro sea y con ingredientes baratos y asequibles puedes tener un gran resultado. Es como con la pintura, no compro la especial para pintores, la compro en la droguería».
«También me interesan las cocinas exóticas», continúa e incide en que siempre pide cosas sencillas elaboradas con buenas materias. «Como en el Coco, pero luego hay que saber manipularlas para hacer platos que recuerdes. Si no lo recuerdas...», señala haciendo un gesto de contrariedad.
Porque su cocina es como su pintura, como él mismo. Nació en Babia (León). Estudió Derecho (no terminó la carrera porque le impidieron matricularse tras un asuntillo político –«fue Franco quien me echó a la pintura», dice–) y se dedicó a pintar, también a la obra gráfica y publicitaria, hasta que se dio cuenta de que podía vivir siendo dueño de lo que quería pintar, tanto en soporte de pequeño formato, como cerámico, mural, gráfico.
Uno de los temas de su obra es el mal llamado bodegón. En el Barroco tenía siempre un significado simbólico, religioso, estaba dotado de «esoterismo y mensajes cerrados», en opinión de Sierra. En su pintura también hay «guiños». En el caso de los interiores, rehuye hablar de bodegones –«porque llevan caza y no pinto piezas muertas», aclara– pinta elementos que hay sobre la mesa de la cocina y pájaros posados y tricolores –republicano reconocido– que pasan del exterior al interior. «Son emociones compartidas con los demás, se trata de poner los elementos para que otros los compartan y luego hay que saber componer con los colores, lo mismo que el oficio de la cocinera».
«Y todo bien regado. No se puede tomar un lechazo con Coca Cola, ni con agua, hay que comerlo con un buen tinto, o un clarete frío», afirma y señala que siempre cocina con vino, y no es que lo eche al guiso. «No concibo comer solo, ni sin vino», añade.
Y si amarillo, rojo y azul son los colores básicos (blanco y negro son no olores), ¿cómo se trasladaría eso a la gastronomía? «No había pensado en ello», reconoce. «A ver, déjame un momento. Los violetas serían el vino, los amarillos el cereal, el pan, y el rojo la carne, el yantar en sí».
Confiesa ser «buen hacedor de tortilla de patata... pero más hecha». «Me gustan las cosas que no conozco y lo desconocido también está aquí, como en el Puerto Chico, con una cocina más internacional y donde también hacen exposiciones periódicas», apunta.
En su mirada al pasado llega a sus vínculos con la hostelería: «Fui pinche en Casa Curro, en Simancas, cuando el Grupo Simancas, que tenía que ser el Grupo Jacobo porque lo movía y lo vendía todo. Allí comían Gabino Gaona, de La Casa Vieja; Blas Pajarero, parte del PC de entonces... un personal muy diverso que se relacionaba con la gastronomía a través del hecho cultural y político». «También fui ayudante de barra y de cocina en casa Anita, en Babia».
Apurando el almuerzo, vuelve sobre la relación de la pintura y la cocina. «Necesito tres caballetes y en el tiempo que hay de espera cuando aplicas la pintura se puede gratinar una besamel al horno, se airean los vinos o se hace una coliflor, por ejemplo». Para Sierra, «la pintura y la cocina comparten tiempos». «De ahí que muchas veces también seamos buenos cocineros... o sabemos resolver las cosas», apostilla.
Buen conversador, Sierra reitera el contraste que hay entre el terreno del taller y los fogones, en el sentido de lo exterior (lo público) y el interior, el hogar, la cocina (como lo privado). «En las casas de los pintores el taller está entre la cama y la cocina, o cerca, porque la vida de la casa y sus ritmos son como los tranques de la pintura, se encuentran». Salud.