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EDUCACIÓN

Viaje infantil a la naturaleza del vino

La bodega Abadía Retuerta impulsa ecotalleres experienciales destinados a alumnos de los últimos cursos de Educación Primaria en los que aúna contenidos relacionados con el medio ambiente y con la vitivinicultura para transmitir a los más jóvenes esta cultura milenaria

Los alumnos en el aula de formación de la bodega.-I.M.

Publicado por
F. LÁZARO
Valladolid

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La viña ofrece un viaje mágico desde que despierta y comienza a regalar sus primeros brotes hasta que sus racimos maduran y las uvas se transforman primero en mosto y luego en vino. Un periplo que se produce en plena naturaleza y que forma parte de la cultura vitivinícola. Y cuya experiencia es perfectamente asimilable para los alumnos de Educación Primaria, en una travesía que les imbuye del espíritu de un cultivo presente en la cultura mediterránea desde hace cientos de años.

Para acercar esta filosofía a los más jóvenes, la bodega Abadía Retuerta ha impulsado, dentro de su programa de responsabilidad social corporativa, un ecotaller que propone un viaje en directo por la vitivinicultura, en el que los más pequeños se empapan de campo y naturaleza en un didáctico viaje experiencial a través de su patrimonio histórico y natural, mostrando de forma interactiva cómo el vino es parte de la cultura y la dieta mediterránea, todo desde un punto de vista formativo y educacional. Como colofón, la bodega ha editado el libro La aventura del vino, con textos de Federico Oldemburg e ilustraciones de María Rubio (el primero de una colección de tres), destinado a niños de 6 a 10 años y en el que explica el mágico camino desde la viña a la bodega.

Las jornada sobre el terreno empieza temprano. En esta ocasión, la clase de sexto de Primaria del colegio Los Valles de Laguna de Duero (Valladolid) comienza la visita por el viñedo, desnudo de hojas tras la vendimia. «Quién sabe dónde estamos», inquiere Henar Cano, quien guía en esta ocasión este ecotaller que busca impulsar la cultura vitivinícola desde una edad temprana. «En una viña y en una bodega» contestan al unísono los alumnos. «Aquí se trituran las uvas para que salga el vino», agregan. Poco a poco, los chavales van conociendo la historia de este predio junto al Duero, fundado en el año 1146 por monjes premostratenses, quienes impulsaron la construcción de la imponente abadía de Santa María de Retuerta que ocupa el hotel de lujo LeDomaine. A estos monjes de la orden de San Norberto les fue otorgado por la hija del Conde Ansúrez el terras et vineas (tierra y viñas), y su segundo abad trajo desde Borgoña las primeras cepas que se plantaron en el entorno del Duero tras la repoblación.

Henar sigue contando la historia de una finca que suma 700 hectáreas de superficie («como 700 campos de fútbol»), de las que apenas 180 son de viñedo y el resto bosque de encinas y pinos, donde conviven corzos y jabalíes con más de cien especies de aves que rápidamente los niños empiezan a buscar.

En el paseo por el viñedo las preguntas se suceden: desde para qué sirven las gigantes torres antihelada, que protegen el viñedo cuando bajan las temperaturas en primavera –«en invierno la cepa hiberna, como los osos»– y que funcionan como las aspas de un helicóptero hasta por qué hay posaderos para aves rapaces –azores, cernícalos, ratoneros...–, que sirven de control natural para que los estorninos y otras aves como los zorzales, grandes consumidoras de uvas, no tengan un hábitat tan apetecible y no deterioren las uvas cuando están maduras; o los pequeños ‘hoteles’ diseminados por toda la finca para acoger a pájaros insectívoros como el carbonero que sirven para controlar la polilla, o a otros que se comen la procesionaria como la abubilla, que las devoran cuando son jugosas crisálidas... Se trata de favorecer la gestión de la fauna de forma lo más natural y ecológica posible.

La visita va alternando explicaciones de viñedo con otras sobre naturaleza. La finca, explica Henar, cuenta con 300 hectáreas de pinar –en los últimos quince años han plantado 66.000 pinos– que convierten el dióxido de carbono en oxígeno y que tienen su corteza repleta de agujeritos que les hacen los pájaros carpinteros.

La excursión continúa mientras los chavales recorren las sendas entre las vides en las que las paradas se suceden salpicadas de preguntas que inquieren descubrir hasta porque cambian los colores del suelo o si todas las viñas hay que regarlas. «Hay parcelas que no hay que regar como en la que estamos, que se llama Garduña, porque tiene el suelo como plastilina y retiene el agua, pero hay otras más arenosas donde esto no es posible», continúa la explicación.

La vista continúa por el campo y finaliza en un aula de formación que se ha habilitado junto a la bodega y donde con diversos paneles y elementos (desde una barrica hasta una prensa manual) concluye un viaje que ha logrado entusiasmar a alguno de los chavales. «Cuando sea mayor, quiero trabajar aquí», le sueltan a Enrique Valero, director general de la bodega y principal impulsor de estos didácticos ecotalleres. Un periplo di-vino.