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LOS FAVORITOS DE Mº TERESA RODRÍGUEZ

El gusto sano por la vida

La presidenta de Galletas Gullón, María Teresa Rodríguez Sainz-Rozas (i), junto a Begoña Torices, propietaria del restaurante Siglo XX de Aguilar de Campoo (Palencia).-BRÁGIMO

Publicado por
Almudena Álvarez

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Si hay algo que defina a la presidenta de Galletas Gullón, María Teresa Rodríguez, es el amor que siente por Aguilar de Campoo y su ‘gusto’ por la vida sana. Placeres que se lleva siempre al terreno personal y profesional y que impregnan todo lo que hace.

Como aguilarense de pura cepa que es, hija, nieta y madre de aguilarenses, dice que de Aguilar le gusta todo, sus gentes, sus paisajes, cada rincón, y hasta el frío intenso del invierno. Y por supuesto «lo bien» que se come en todos los restaurantes que hay. A cambio, ella pone el olor a galletas que desde hace un siglo define a esta villa y a sus paisanos.

Para darse un gustazo ha elegido el Siglo XX, en la plaza Mayor. Un sitio «muy agradable» que frecuenta a menudo, «aunque hay muchos sitios donde se come estupendamente», insiste. Del Siglo XX le gusta su comida casera y sencilla, los platos de cuchara, las legumbres, las verduras, la tortilla de patata y los postres. Por eso Begoña, que la conoce bien, le pone siempre uno de sus preferidos: el postre especial de la casa, a base de crema de vainilla, helado de caramelo, crocanti, hojaldre, nata y, de remate, galleta de canela, por supuesto Gullón. En agradecimiento a tanta fidelidad y porque afirma: «tener Gullón en Aguilar ha sido la bomba. Nos ha dado la vida». Por eso ellos se lanzaron a reformar el local, cien años después de su apertura, –el año que se hundió el Titanic–, y a introducir un toque moderno en la cocina, donde nunca falta «el cariño, la ilusión y la alegría».

«Por eso todo está tan bueno. Porque hay que enamorarse de todo lo que uno hace», apuntilla María Teresa, que abandera esa filosofía del gusto por la vida con la que ha bautizado la nueva fábrica de Gullón: Vida.

Mujer vitalista donde las haya, se ha propuesto sacarle todo el sabor a la vida «cuanto más sana mejor». Por eso le gusta dar largos paseos por la orilla del río Pisuerga, por el Soto, por el Pantano de Aguilar –«que es una maravilla»–, por los pinares y la Virgen del Llano, o por el Coto, que llega hasta Villaescusa y las Tuerces. «Me encanta el contacto con la naturaleza, y en Aguilar tenemos unos paseos preciosos», que recorre andando o en bicicleta, para perderse en la soledad del paisaje.

También le gusta ir caminado todos los días al trabajo, a un kilómetro y medio de distancia… Aunque nieve. «Andar es buenísimo. Para mí es la mejor medicina», asegura. Y vuelve a ser esa apuesta saludable, el ingrediente básico de todas las galletas que salen del departamento de I+D+i. Por allí pasa cada día, para ver lo que se está ‘cocinando’ y de paso probarlo. «Porque soy una golosa de mucho cuidado. Por eso estoy feliz en el trabajo», bromea, confesando que sus preferidas son las de chocolate, que son un auténtico pecado, pero muy saludable.

Para pecar, en términos gastronómicos, y salirse de la culinaria «ligerita», pero sabiendo que la calidad es lo primero, elige restaurantes como El Cortés, El Burgalés o La Posada de Santa María la Real, en Aguilar, donde abundan las buenas materias primas, buena carne y muy buen pescado, y los sitios donde comer bien. «Además como Aguilar tiene mucho turismo y muchísima vida, casi en todas las cafeterías te dan unas buenas raciones», asegura. Con la familia le gusta frecuentar El Convento de Mave, un lugar muy cómodo para los niños, o El restaurante Tiziano, muy cerquita de Aguilar. Y más al norte, El Cholo, en Brañosera, donde nunca sabe si decantarse por los garbanzos o por las alubias.

Para compensar los «excesos» le gusta comer en casa, donde presumen de cocinera. Y lo hace siempre que puede: espaguetis, bacalao al pilpil, calamares en su tinta, que le encantan, carne en su jugo o menestra, de las palentinas.

La buena mano se le quedó de su etapa como «ayudante» en el Hotel Comercio que regentaron sus padres. «Mi madre era una cocinera fantástica. Dábamos muchas comidas», recuerda. Allí nació y creció echando una mano en lo que hacía falta, emplatar, hacer croquetas «porque había trabajo para todos». Dice que entonces se le educó el gusto por la buena comida y por comer de todo. Aunque con los años ha ido prefiriendo cosas más ligeras. Y si hay que pecar, que el pecado sea dulce.