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Un gen con doble cara para luchar contra el cáncer

Investigadores del CIC ofrecen una nueva vía para atajar las células tumorales que posean mutaciones oncogénicas

Grupo de investigación dirigido por Xosé R. Bustelo en el Centro del Cáncer de Salamanca.-ENRIQUE CARRASCAL

Publicado por
Estibaliz Lera

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Encontrar la penicilina del cáncer es una meta que ya ningún investigador persigue. Cada equipo trabaja para combatir a este matarife a través de pequeños pasos. Conocimientos que abran puertas y sumen esfuerzos para hacer de una enfermedad temida por la mayor parte de la población en controlable. Uno de los problemas es que no es una dolencia en sí, son muchas. Demasiadas. Un alud de datos que empeora más el cuadro. Y es que ningún caso se parece a otro y lo que a un paciente le ayuda a matar al tumor a otro no le sirve ni para herirlo. La estrategia única no es posible y el entendimiento de cada una de sus partes es el único camino para arrojar luz.

Muchas teorías que hay que analizar para determinar si son verdaderas o falsas. Información muy valiosa que de ser comprobada puede terminar en un fármaco que ponga contra las cuerdas a una de las lacras del siglo XXI. El lugar donde se ubica un gen puede parecer insignificante. Pues no lo es. Es clave. De hecho, puede pasar de inofensivo o convertirse en un diagnóstico negro. Una doble cara que abre una nueva vía para atajar a las células tumorales.

Un trabajo en el que participa el Centro de Investigación del Cáncer (CIC) de Salamanca ha demostrado que uno de los genes más mutados en pacientes afectados de una amplia variedad de cánceres –aproximadamente en un 30% de los casos– puede convertirse en un agente antitumoral en función de su localización en la célula. Se ha centrado en los genes protumorales de la familia RAS, los más prevalentes en los tumores malignos de pulmón, páncreas, colorrectal y algunos derivados de las células de la sangre.

Hasta ahora, explica el vicedirector del Centro del Cáncer, Xosé R. Bustelo, la molécula que estaba codificada por dicho gen se creía que podía inducir cáncer cuando se ubicaba en cualquier sitio de las células que transformaba en cancerosas. «Nuestro trabajo ha demostrado que este dogma no era cierto en su totalidad, puesto que, según dónde esté en la célula, ahora sabemos que su función puede ser la de inducir tumores o, por el contrario, frenarlos y destruir las propias células tumorales».

Por tanto, su función perniciosa o beneficiosa depende del sitio que ocupe en cada momento. Para llegar a esta conclusión que cambia el panorama y, por ende, el abordaje de esta dolencia –en 2017 hubo 228.482 nuevos diagnósticos y se calcula que en el año 2035 serán 315.413, según el último informe editado por la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM)–, los científicos, a través de técnicas de biología molecular, anclaron esta molécula en zonas diferentes de la célula tumoral para ver qué efectos tenía. Tecnología que se sumó a los múltiples estudios que se han llevado a cabo hasta el momento. Un tándem que dio sus frutos: «Esta molécula favorecía el crecimiento de las células tumorales en la mayoría de los casos». Sin embargo, añade que esta circunstancia también permitió ver, «por primera vez», que cuando dicha molécula se anclaba en una región subcelular muy concreta –denominada por los biólogos complejo de Golgi en honor al investigador coetáneo a Cajal que lo descubrió– provocaba una parada de la multiplicación de las células cancerígenas y, finalmente, la muerte de éstas.

Este trabajo, que ha sido publicado en la revista Nature Communications, ha descubierto una función completamente nueva de la molécula que, pese a haber sido estudiada durante los últimos 30 años, no había sido hallada hasta ahora. «El hecho de que revele también un punto débil de la misma lo hace atractivo para el inicio de la búsqueda de nuevos tipos de inhibidores químicos contra la misma», manifiesta Bustelo muy esperanzado.

No obstante, no lanza las campanas al vuelo, ya que el estudio es puramente investigación básica que «no tendrá una aplicación práctica a corto plazo». Afirma que el interés primario, en estos momentos, es a nivel de saber cómo funciona esta proteína en el contexto de las células antitumorales y en la progresión tumoral. Es verdad, reconoce el también profesor de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, a largo plazo sí que posee interés desde un punto de vista aplicado ya que, por primera vez, han descubierto «un punto débil» en esta proteína que podría ser usado para el diseño de fármacos antitumorales. «Éste es un punto importante porque, hasta ahora, muchos de los esfuerzos dedicados a inhibir esta molécula han sido infructuosos».

El proyecto arrancó tras la observación, hecha previamente por múltiples científicos, de ver por distintas técnicas de microscopía que esta molécula se localizaba en múltiples sitios diferentes de las células cancerígenas. Una idea que llevó a este equipo de investigadores a hacerse la pregunta del millón: ¿Funciona igual en todos los sitios, o no? «La verdad es que partíamos con la idea de que la molécula funcionaría un poco diferente en función del sitio donde se localizaba, pero nunca pensamos que lo hiciese de forma tan diferente y, de hecho, antagónica», admite antes de presumir sobre el hallazgo al que han llegado tras seis años de estudio: «Creo que nuestra observación tendrá un alto grado de interés por parte de la comunidad científica al describir una función completamente inesperada de esta molécula en células tumorales».

Para Bustelo, esta investigación, al igual que otras con la misma meta, está dirigida a comprender los fundamentos que llevan a una célula a pasar de realizar una función fisiológica concreta a convertirse en maligna. A través de ese conocimiento, comenta, el objetivo es conocer qué piezas están mal en dicho engranaje y, a través de ello, en cómo repararlas para poder eliminar «eventualmente» a las células cancerosas. En este caso, el interés sería para tumores que presentan mutaciones en el gen que codifica esta proteína, lo que permitiría terapias personalizadas.

En esta línea, el investigador insiste en que las mutaciones de este gen son «muy frecuentes» en una amplia gama de tumores, lo que da «un interés mayor» desde el punto de vista farmacológico.

Un descubrimiento que conecta a la perfección con una información histórica que puso nombre a este gen. Mariano Barbacid y Eugenio Santos a finales de los años 70 marcaron un antes y una después en la lucha contra el cáncer. Descubrieron el primer oncogén. Un paso de gigante en la investigación de esta enfermedad, ya que permitía estudiar los mecanismos desencadenantes de los tumores en humanos. Mucho se escribió sobre este asunto. Tanto que demasiadas voces reconocieron –y reconocen– que de haber sido norteamericanos hubieran conseguido un Premio Nobel.

El siguiente paso en esta investigación, tal y como avanza Xosé R. Bustelo, es buscar inhibidores que ataquen el «punto débil» descubierto. Un estudio que no tendrá sello salmantino, ya que lo llevará a cabo el grupo de investigación con el que colabora el Centro del Cáncer en este trabajo, el del doctor Piero Crespo, que está localizado en Santander. Con dicho equipo llevan trabajando más de 20 años en diferentes iniciativas.

«Estamos todavía a años luz de comunidades como Cataluña, Euskadi o, incluso, Galicia»

«Hay cambios positivos, pero todavía hay que darle un impulso mayor. Los proyectos son muy pequeños en cuantía económica y existe un gran déficit en cuanto a proyectos estables y de duración larga que permitan hacer trabajos punteros más ambiciosos». Así dibuja Xosé R. Bustelo, vicedirector del Centro de Investigación del Cáncer (CIC) de Salamanca, la situación de la investigación y la innovación en Castilla y León.

En este sentido, asegura que el tejido industrial en biomedicina está también «muy poco desarrollado». De hecho, reconoce que «estamos todavía a años luz de otras comunidades como Cataluña, Euskadi o, incluso, Galicia».

Preguntado por los jóvenes en la región, el investigador comenta que son el eslabón «más débil» de la cadena por «motivos obvios». Tal como está la situación donde la crisis no acaba de terminar, es «difícil» que puedan competir en igualdad de condiciones con sus competidores en otros países.

Bustelo presume de que en el campo de la biomedicina la preparación es muy buena sobre todo a nivel de la formación predoctoral. «Es un hecho que a estos chicos se los rifan todos los laboratorios extranjeros para que vayan a trabajar allí».

El vicedirector del Centro del Cáncer de Salamanca considera que la sociedad sí que valora el trabajo de los investigadores y su interés. Una circunstancia, tal y como expone, que está reflejada en todas las encuestas. Sin embargo, el interés que manifiestan «no se traduce en presión» para que los políticos se pongan las pilas e inviertan lo que tienen que invertir tanto en investigación como en formación de nuevo personal científico. «Esto es una cuestión que, de solventarse, contribuiría a cambiar sin duda el status quo en el país», afirma para, más tarde, entonar el mea culpa: «Quizá sea, al final, un problema de los investigadores que no sabemos explicar bien la importancia que tendría ese apoyo para favorecer la innovación y el talento que, en última instancia, será la única forma de que nuestra región pueda competir industrialmente y mantener el nivel de vida de sus ciudadanos».

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