La centralidad geográfica y su función nuclear de la meseta castellana han originado sucesivas inmigraciones a Valladolid desde las provincias circundantes del entorno. Incorporaciones masivas que ya hace un siglo vinieron a paliar la sangría de una mortalidad infantil desmesurada, poniendo brío y estímulo a una sociedad adormecida y acomodada a los ritmos de la resignación agraria. Los llegados no lo hacían ya en una mudanza forzada, como ocurrió con los seguidores del vaivén de la capital de España a comienzos del diecisiete, cuyo rebote de incomodidad generó después una pésima imagen de Valladolid