Kenedy, el eterno problema
El club blanquivioleta intenta por segundo verano consecutivo desprenderse de su ficha más alta, con contrato por tres temporadas más / Sus dos goles en Santander, única gran contribución en este bienio
Robert Kenedy es el Fernando VII del Real Valladolid. Nadie como el brasileño en los últimos tiempos ha levantado tantas expectativas sobre sus posibilidades y nadie ha sido capaz de rebajarlas hasta el subsuelo, más allá incluso de la tierra firme.
Al jugador más caro (en ficha) de la historia del club pucelano no se le puede llamar felón, como al rey traidor, pero sí ha resultado un fiasco total. El futbolista llamado a portar la corona blanquivioleta para guiar a su plantilla hacia el éxito, abdicó a las primeras de cambio.
Toda la responsabilidad en su dejación de funciones no es suya. En parte se debe a las lesiones y en parte a su falta de compromiso real (en la acepción que usted quiera). Por mucho que dijese Pezzolano que era un ejemplo entrenando, no se puede jugar casi andado ni con una baja forma propia de futbolista jubilado en plena pachanga... cuando se tienen 28 años, la mejor edad para un profesional.
El Real Valladolid tiene un problema con su atacante en forma de tiempo y dinero. Tiempo, porque llegó la pasada temporada (22-23) procedente del Chelsea como si fuese una estrella, firmando por cinco años, hasta el 30 de junio de 2027.
Dinero, porque en cada uno de ellos cobra una ficha creciente, situada en la actualidad en torno al millón y medio de euros. La más alta de la plantilla. En Primera es más o menos asumible, dado el mayor límite salarial, aunque ese dinero debe ir destinado a un futbolista que marque diferencias. En Segunda ha sido un disparate que se ha comido el dinero dedicado a tres jugadores de la clase media del equipo. Condicionó mucho la confección de la plantilla.
Ahora se lo quiere quitar por segunda vez de encima y no sabe cómo.
Kenedy llegó al límite del cierre del mercado la pasada temporada. Había que firmar a un atacante de forma urgente tras caerse la opción del barcelonista Abde y se firmó a un jugador que nunca aprovechó las oportunidades en el Chelsea pese a que realizó una buena Liga 20-21 cedido en el Granada. Ese reclamo sirvió para que el Pucela se lo quedase en propiedad, pues los londinenses ya no lo querían.
Su primera temporada (22-23) fue la de Pacheta y Pezzolano, culminada con el descenso. Sus problemas físicos, envueltos con su baja forma, provocaron que no disputase ningún partido completo. Intervino en doce, dos como titular y diez como suplente. Sumó en toda la Liga 268 minutos (menos de tres encuentros enteros) y no marcó.
Con este currículo y su elevada ficha, uno de los objetivos del pasado verano fue sacarlo como fuese. Cedido y, si sonaba la flauta, traspasado. Pero el instrumento no tenía agujeros ni para lo primero.
El Olimpiakos griego, flamante campeón europeo con Mendilibar y entrenado a principios de esta última temporada por Diego Martínez, su ex técnico en el Granada, lo quiso. El atacante viajó hasta El Pireo y todo parecía a punto para la cesión.
Pero se truncó. Unas fuentes dicen que Kenedy no pasó el reconocimiento médico. Otras, que el presidente rojiblanco tenía un interés especial por el fichaje de otro futbolista, dada la excelente relación que mantenía con su agente.
El planeta fútbol es en realidad una aldea en la que el boca a boca va más rápido que la mejor de las fibras ópticas. Nadie más quiso al atacante. Ni siquiera pagando el Real Valladolid parte de su sideral ficha.
El caso Kenedy fue el detonante en el club para cobrarse días antes del tropezón griego el despido de Fran Sánchez como director deportivo. Domingo Catoira, su sucesor, tampoco pudo encontrarle una salida durante agosto y el brasileño comenzó la Liga, descuadrando límites salariales y presupuestos, al contar con su salida. Aunque nadie le puso una pistola encima de la mesa al club para firmar su contrato.
La contribución efectiva de Kenedy en esta última temporada cuenta con principio y fin en El Sardinero. Dio la vuelta al 2-1 del Racing con dos goles en los minutos 73 y 92, para el 2-3 final. Tres puntos a la postre vitales para el ascenso directo, pues el Éibar se quedó a uno de los pucelanos.
Los de Santander fueron los únicos goles de Kenedy en toda la Liga. El atacante alternó partidos en los que hasta casi daba pena verlo trotar sobre el campo, con otros de buen ritmo y mejor trato de balón... pero a ratos.
Pezzolano intentaba rescatarlo para la causa diciendo que era el que mejor entrenaba después de choques infumables por parte del jugador. Imposible comprobarlo, pues el uruguayo hacía tiempo que recetó el cerrojazo para sus sesiones preparatorias. Podía haber dicho que el que más corría era el utilero. Simple cuestión de fe.
La contribución de Kenedy en esta Liga, también condicionada por sus sempiternas lesiones, fue de 1.400 minutos, equivalentes a quince partidos y medio completos, de los 42 de Liga. Intervino en 29, fue titular en 14, suplente en 15 y, de esos 14, disputó íntegros tres. Su último problema físico le impidió jugar las siete últimas jornadas. Por desgracia, nadie le echó de menos. La afición ya está acostumbrada a sus ausencias reiteradas.
Con tres temporadas más de contrato, el Real Valladolid vive el mismo reto que el anterior mercado de verano: dar salida a su jugador más caro. Ahora sin el agobio de estar en Segunda pero con la necesidad de contar con más disponibilidad económica, ante un límite salarial que será reducido.
Si Kenedy no sale vendido, lo que será muy complicado tras su rendimiento en este dos años, al menos se buscará de nuevo el préstamo.
Volviendo a las casas reales, si existe algo parecido en Estados Unidos, es la del apellido del jugador brasileño, con una ene más. Y parece tan rica como maldita. Difícil sustraerse al destino marcado.