ASCENSO DEL REAL VALLADOLID A PRIMERA
¡El Pucela vuelve a Primera!
En un partido épico e inolvidable remonta dos goles al Villarreal B en tiempo añadido para ganar 3-2 y certificar su ascenso tras la derrota del Éibar en Gijón
Esto es fútbol. No trate de entenderlo. Es otra cosa. No se mide. No se pesa. No entra en los parámetros de la ciencia. Es mágico. Es maravilloso. Te puede transportar al cielo o al infierno en un suspiro y es sumamente adictivo, pero inocuo para la salud. Menos cuando el corazón va a mil. Como en esta historia. No hay nada como el fútbol y es posible que sea imposible inventarlo.
Sí, el Real Valladolid es de Primera División. Ha ascendido. Ha vuelto a su casa, como decimotercer mejor equipo del fútbol español. Y no por juego. O sí, qué mas da. Ha subido por magia. Porque en el minuto 61 ganaba 1-0, con gol fabricado por Moro. Y en el 76 le empatan. Lekovic, a la media vuelta. Y el Sporting va y le mete el 1-0 al Éibar en el minuto 84. Y con un gol el Pucela subía.
Pero el Villarreal B le marca el 1-2. Una pérdida tonta provoca el tiro cruzado a la red de Tasende. En el 86. El Pucela está muerto. Lleva tiempo grogui y forzando amarillas tontas. Ya no tiene un plan de juego. Ni siquiera el amarreta que rigió durante casi todo el partido, más preocupado de que no le hagan que de hacer, en un choque con menos enjundia que una loncha de pavo desgrasado. Hasta que llegaron los goles.
Gritos en la grada de «¡Pezzolano dimisión!». Otra vez la gloria se escapa de entre las manos, como si fuese el perfume más caro del mundo.
Pero el fútbol es milagroso. Ya se lo he dicho, que parece que no me cree. Por eso va Meseguer y cabecea para el empate en el minuto 91. De repente, el cementerio se transforma en discoteca. Acaba el partido de El Molinón. Un gol más y el Pucela es de Primera. ¡Sería tan bonito!... Pero no queda tiempo ni siquiera para el mejor de los sueños
O quizá sí. Iván Sánchez envía un balón al poste. Parece el canto del cisne. ¡Qué pena! ¡Por qué poco! ¡Qué fastidio de tanto tiempo de partido tirado a la basura al más puro estilo especulador de Pezzolano!
Meseguer eleva la frustración a niveles siderales cuando envía otro cabezazo a puerta. El balón está tontaina y se empeña en salir cerca del poste, por el lado malo.
Pero... los milagros no tienen guión. No se rigen por las leyes de los simples mortales. Por eso otro cabezazo de Meseguer abre la caja de los sueños, no de los truenos. Reclaman los jugadores pucelanos que el balón pega en el brazo de Lekovic. Sesma Espinosa parece no hacerles caso. La típica presión de última hora del necesitado. Pero... cuidado. Un momento. La magia del VAR comienza emitir sus señales.
González Francés envía a su compañero al monitor. Algo ha visto. Quizá sea lo mismo que los jugadores blanquivioleta... o quizá no. Pero es buena señal.
Zorrilla ruge durante la revisión del colegiado. No le lleva mucho tiempo. Después de reproducir con los dedos el habitual rectángulo de la pantalla, señala el punto de penalti. Es el minuto 96.
La afición enloquece. La memoria es selectiva y no recuerda que los tres disparos desde once metros chutados por el equipo fueron fallados. Es el único que no ha marcado de penalti de los 22 de Segunda División.
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Minuto 97. Sylla coge el balón. Reaparece tras más de mes y medio inactivo, pero es un tipo que parece jugador de póquer. De los de Las Vegas. No tiembla. Dispara y marca. Iker Álvarez adivina el trayecto pero no llega. Esta vez la magia es blanca y violeta.
Parece que todo está acabado ante el paroxismo de la hinchada local, pero ya le he dicho que esto es un guión cinematográfico elevado al cubo. El malo (con permiso del rival) tiene que disparar cuando ya parece muerto. Y vaya si lo hace.
Al Villarreal B le da tiempo para dar un poste por medio de Tiago en el minuto 100, recoger el balón y chutarlo de nuevo. El cuero se va alto. El Real Valladolid saca de puerta y el partido finaliza de una puñetera vez.
No ha habido uno más largo en la historia del fútbol, al menos para los aficionados blanquivioleta, pero a cambio han podido presenciar un espectáculo que quedará para siempre en su memoria. El fútbol es tan mágico que un encuentro malo tirando a peor se transforma en su última media hora en un espectáculo grandioso. Y de los que terminan bien.
Ahora sólo falta que el Pucela deje de celebrar ascensos y festeje permanencias. Y quién sabe si, con el tiempo, cae algo más.
Pero eso, señores, es ya otra historia.