El niño que cambió alubias por un balón
Fernando Redondo recoge el sábado el homenaje de Zorrilla por su medio siglo desde que debutó como entrenador blanquivioleta / Ganó la Copa de la Liga y disputó Recopa y UEFA
1950. Llaman a la puerta de una casa de Renedo de la Vega, en Palencia. El pequeño de la familia, de seis años, corre raudo para abrir.
-Mamá, es un señora que vende.
La madre observa las telas que la mujer porta en una cesta de mimbre y le dice que muchas gracias, pero que no necesita nada.
De repente, el niño ve algo que asoma entre los tejidos. Media circunferencia. Su mente la completa al tiempo que elabora su deseo.
- Mamá, quiero ese balón.
Después de un rato de tira y afloja, lloros incluidos, la madre sale de la casa para buscar a la vendedora, que ha tomado la senda que lleva al pueblo vecino. Le hace una seña con la mano y regresa.
- Queremos el balón.
- No lo vendo, es para mi hijo.
- Usted vende por muchos pueblos y seguro que le puede comprar otro, pero aquí no podemos. No hay.
- Se lo puedo cambiar por algo.
- Dígame.
- He visto que tiene legumbres. Deme un cazo de alubias blancas y otro de pintas a cambio del balón.
Y se hizo. Desde ese día el chaval llevó cosido el balón a sus pies. Lo llevaba a la escuela, por el pueblo, a todas partes.
Años después, esa misma esfera lo llevó al Real Valladolid. Y al Sevilla. Y la selección olímpica española. Y al mando de jóvenes con balón en los pies, fue el técnico que más lejos llegó en Europa con el Pucela y el que le dio su único trofeo: la Copa de la Liga.
Ese niño cumplió el 23 de marzo medio siglo desde que comenzó a entrenar al Real Valladolid y mañana, ante el Eldense, recogerá el reconocimiento del estadio por esos 50 años, los tres que permaneció como jugador blanquivioleta y sus pasos como secretario técnico y director deportivo de la entidad. Sólo José Luis Saso, que llegó además a ser presidente, mejora su currículo.
El niño de la pelota que costó dos cazos de alubias se llama Fernando Redondo.
En él no sólo destaca la faceta futbolística (fue también agente de jugadores) y su condición de empresario de éxito. También lo hacen una forma física que le permite seguir jugando al fútbol sala y una apabullante memoria que no retrocede pese a que este domingo, en un fin de semana de celebraciones, cumple 80 años.
Recuerda hasta que la vendedora de su primer balón portaba la cesta de mimbre con el antebrazo doblado y recita de memoria alineaciones de cuando era pequeño, además de resultados y goleadores.
«Ahora hay balones por todos los sitios, pero en mi pueblo cuando yo era pequeño no había ni radios. Nunca había visto una pelota y para mí fue el mejor juguete del mundo», confiesa Redondo, que ya no se volvió a despegar de una esfera capital en su vida. «El balón me le dio todo y le debo lo que soy. Tuve la fortuna de que se me daba bien. Lo comprobé con los niños del pueblo».
Y llegó el salto. «Con ocho años me fui a Palencia a estudiar y comencé a jugar en los Maristas. Después me fichó el Castilla, que acabó fusionándose con el Palencia». Allí destacó como goleador en el filial.
Sus padres se trasladaron después de él a Palencia y ya se lo llevaron hasta Valladolid, donde emprendieron exitosos negocios. «Había algunos amigos y compañeros míos del Palencia que vinieron a estudiar a Valladolid y entraron a jugar en el Arces. Me hicieron una prueba y marqué dos goles. Me quedé. Cuando acabamos la Liga e íbamos a jugar la fase de ascenso, llegaron el presidente y el vicepresidente del Europa Delicias para ficharme. Era el filial del Real Valladolid y no lo dudé».
Del segundo equipo, donde siguió destacando, pasó al primero. Debutó con un partido en la temporada 64-65, con 20 años, y se mantuvo tres con los profesionales. Atrás quedó el interés del Real Madrid cuando jugaba en el filial. Quiso firmarlo, pero no pudo porque los blanquivioleta no sólo le habían hecho contrato amateur, como todos entonces en el Europa, sino también profesional.
«No sabía lo que firmé y tampoco me asesoraron bien. Eso me sirvió para aprender», reconoce. Y aprendió con nota , pues supo firmar muy buenos contratos como director deportivo y agente de jugadores.
Del Real Valladolid pasó al Sevilla, que lo fichó en la 67-68. Permaneció tres años, con paso por la selección olímpica española (lo que ahora sería la sub 21) donde compartió habitación con un espigado chaval rubio azulgrana llamado Charly Rexach. «Hicimos buena amistad y fue quien me presentó a Johan Cruyff, un genio absoluto».
En su primer año como sevillista marcó 8 goles pero después las lesiones le fueron minando y tras un año en el Calvo Sotelo de Puertollano (70-71), colgó las botas con sólo 26 años.
«Me dediqué un tiempo a los negocios familiares pero me vino a buscar el Real Valladolid para que dirigiese al filial. Me había sacado antes el título de entrenador, porque me atraía mucho el banquillo, y acepté». Y del Promesas, con sólo 29 años, se hizo cargo ese 24 de marzo de 2024 del primer equipo, en Segunda, sustituyendo a Gustavo Biosca. Ganó por 1-0 al Mallorca.
«Me tocó mandar a algunos que había sido mis compañeros, pero cada uno debe tener su rol». Ya no dejó los banquillos hasta la temporada 94-95, con su Real Valladolid del alma. Lo entrenó en seis etapas diferentes, con pasos de nuevo por el Promesas, Talavera, Venta de Baños y Salamanca, éste en dos ocasiones.
En su haber figura esa Copa de la Liga, único trofeo oficial blanquivioleta, en la temporada 83-84. «El Atlético lo vería fácil y, tras perder la final, Luis Aragonés ni me dio la mano. Era una gran persona pero ese día estaba muy enfadado».
Y también dos de las tres presencias europeas del Pucela. La primera (84-85) fue en la extinta Copa de la UEFA. En la segunda (89-90) llegó hasta cuartos de final de la Recopa, siendo el último equipo español en ser eliminado en Europa. En su paso por los banquillos descubrió talentos como Caminero, Baraja, César Sánchez o Benjamín , aspecto que potenciaría como agente.
«Me quedé con una frase de Onassis. Cuando le preguntaron por qué había triunfado, contestó que por ver las cosas un segundo antes que los demás. Modestamente, creo que tengo ese don para ver jugadores».
Mañana le acompañará toda su familia al homenaje, con hijas y nietos. Su más que media naranja, Mari Ángeles, lo verá desde esa tribuna especial situada en lo alto del cielo.