Diario de Valladolid

EL CAMPEÓN QUE ENSEÑÓ A GANAR

El beduino más sabio, pillo y veloz del desierto

Carlos Sainz, creador del 'buggy' de Mini', vuelve a dar una lección de profesionalidad, experiencia, manos, tacto y sabiduria, el año que el Dakar regresa a sus orígnes. "Ojalá! todos los deportistas españoles tuviesen la misma mala suerte que, dicen, he tenido yo", bromea 'El Matador' a propósito del "trata de arrancarlo, Carlos!" de 1998

Carlos Sainz (Mini), en pleno trabajo para cambiar una rueda pinchada.-AFP / FRANCK FIFE

Carlos Sainz (Mini), en pleno trabajo para cambiar una rueda pinchada.-AFP / FRANCK FIFE

Publicado por
Emilio Pérez de Rozas

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No hace mucho le preguntaron al Carlos Sainz más joven, ya todo un pilotazo en el Mundial de F-1, en qué medida le había influido su padre, el Carlos Sainz grande, campeonísimo, veterano, pícaro, manitas, no ya para seguir su profesión, imitarle o parecerse, cómo en su modo de vivir, de entrenarse, de prepararse, de correr.

Y Júnior o Carletes, dijo: Mi padre, mi madre, han sido figuras claves en mi vida y en mi carrera, por supuesto. Como deportista de élite que es y de los grandes, mi padre me ha enseñado a ser exigente conmigo mismo y a prestar atención al más mínimo detalle. Él y mi madre también me han dado una educación y unos valores que cuido mucho y me acompañan a todos lados.

CÓMO MEJORAR UN COCHE

Es evidente que Júnior lleva camino de convertirse en uno de los grandes de la F-1. Es más, ya está en el póquer de jóvenes pilotos que Maranello, Ferrari, sí, sí, Ferrari, tiene en su agenda. Pero de lo que no hay duda es de que su padre, a los 57 años, ha convertido esa exigencia consigo mismo y, sobre todo, esa perseverancia en el más mínimo de los detalles, en sus mejores virtudes para ser uno de los más grandes deportistas españoles de todos los tiempos al convertirse en el rey mundial de una especialidad, los rallys, donde España jamás pintó nada.

Sainz acaba de conquistar su tercer Dakar rodeado de muchos pilotos que quisieran tener sus manos y, sobre todo, su privilegiada capacidad para inventar, desarrollar y mejorar un coche de carreras por malo que sea. El Matador, como le llamaban en el Mundial de rallys cuando conquistó sus dos títulos con Toyota, ha hecho campeón del Dakar a un Peugeot 3008 DKR que no iba ni hacia atrás y se ha inventado el proyecto buggy de Mini en el que solo él y nadie más que él creía.

La broma, con la fiebre del twitter, de las redes sociales, ha ido a más. Hoy, como ayer, como en las tres últimas décadas, la mayor carcajada, gracia, es mofarse de la mala suerte de Carlos Sainz. Aquel fatídico Trata de arrancarlo, Carlos! Trata de arrancarlo, por Dios!, de su copiloto Luis Moya cuando, a 500 metros de la meta del RAC de Inglaterra, de su tercer título mundial de rallys, su Toyota Celica quedó, en noviembre de 1998, bloqueado por una fuga de aceite, se convirtió en una cantinela tan graciosa como injusta, dañina, impresentable.

Como muy bien dice nuestro protagonista cada vez que le preguntan (y le preguntan mucho, sí) sobre aquella sentencia, ojalá! todos los deportistas españoles tuviesen la misma mala suerte que, según dicen, he tenido yo. Como poco dos títulos mundiales de rallys (1990 y 1992, con Toyota), un título mundial de cross-country (2007), tres Dakar (2010, 2018 y 2020) y 32 victorias en los 200 rallys que ha corrido, acabando en el podio la mitad de ellos. Si Sainz encaja con deportividad esa broma, es porque sabe que lleva 37 años en la cresta de la ola (su primer rally fue el de Shalymar, con un Renault R-5TS Grupo I, en 1980) y solo le importa la opinión, el juicio, el criterio de sus compañeros de profesión, que siguen considerándolo, a sus 57 años, uno de los mejores pilotos del mundo.

Yo lo único que puedo decir de Carlos, explica Juanjo Lacalle, el hombre que hipotecó su piso para comprar el primer Seat Panda con el que campeonó Sainz cuando apenas tenía 18 años y, luego, se convertiría en su sombra, es que no hay nadie, nadie!, que se haya preparado, física, mental y técnicamente como Carlos para este Dakar.

Lacalle cuenta que la virtud que convierte a Sainz en genial, único e imprescindible, son sus manos, su sensibilidad y, sobre todo, un sexto sentido que le permite desarrollar, preparar y mejorar los coches por malos que sean hasta convertirlos en ganadores. A los 19 años, cuando el mítico José Juan Pérez de Vargas, jefe de Seat, le dio el Panda oficial, le entregó unas suspensiones que, decía, eran la bomba. Carlos las montó y le dijo son una porquería, que lo sepas, no sirven. Y se lo dijo, sin más, a un señor al que había que llamarle don. Vargas se enfadó, pero se metió en el foso, bajo el Panda y comprobó, en efecto, que lo que le estaba diciendo aquel mocoso era cierto: las costosísimas suspensiones hacían tope y el coche era inconducible.

TRABAJA MÁS QUE NADIE

Antes de que se fuera a Arabia Saudi, Carmelo Ezpeleta, organizador, a través de la compañía Dorna, del Mundial de motociclismo y el primer jefe de equipo que tuvo Sainz, fue a comer a casa del Matador. Llegó tarde a la comida porque se tiró dos horas en la sauna donde había metido la bicicleta estática para machacarse. Que alguien haga eso a los 57 años es porque es un enfermo, como yo, perdón, de lo que hace, un apasionado y, ciertamente, a Carlos no hay nada que le guste y le divierta más que correr, por eso sigue corriendo. Y ganando.

Lacalle y Ezpeleta, íntimos amigos (gracias a trabajar con y para Sainz), coinciden en que Carlos es una bestia trabajando, bueno, es como los grandiosos campeones: tiene un don, sí, o dos, pero los cultiva con entrenamiento, profesionalidad y sacrificio. Y de lo que sabe, sabe un huevo. Mucho.

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