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Del blanco al negro

Un Recoletas Atlético Valladolid irreconocible vuelve a pinchar (28-29) en casa de forma estrepitosa ante un Helvetia Anaitasuna de capa caída y echa por tierra el triunfo logrado en Logroño

EL portero del Recoletas Atlético Valadolid, Carlos Calle, ejerció de flotador del equipo en la primera mitad gracias a sus 14 intervenciones.-J. M. LOSTAU

Publicado por
Guillermo Velasco
Valladolid

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Del blanco ilusionante al negro de la preocupación. Un Recoletas desdibujado e irreconocible en poco o más bien en nada se pareció al que una semana antes se había impuesto en Logroño. De nuevo, como ocurriera veinte días atrás frente Guadalajara, los gladiadores, comenzando por su entrenador David Pisonero, no solo fueron una caricatura de ese equipo que desde su llegada a la Asobal se ha mostrado sólido en casa haciendo de Huerta del Rey un fortín casi inexpugnable, sino que no fueron capaces de encontrar soluciones para cambiar el sino del partido.

La incapacidad de los vallisoletanos fue suma y manifiesta, sobre todo en una segunda mitad para olvidar en la que fue desperdiciando una y otra vez todas las situaciones de superioridad numérica. Con uno más el Recoletas naufragó. Enfrente, un Anaitasuna de capa caída lejos del equipo que sorprendiera la pasada campaña que se presentaba en Huerta del Rey con tan solo cinco puntos en su casillero.

Anaitasuna, sabedor a lo que juega, algo que no puede decir, al menos ayer, un Recoletas totalmente ciego y torpón, fió todo a su férrea defensa (8 exclusiones) y a la inesperada aportación de su portero suplente, el tercer portero, el joven Marcos García, que se convirtió en la segunda mitad, en plena reacción pamplonica, en un muñeco que atrajo como si fuera un imán cada balón lanzado por la inoperante y a la vez desesperante primera línea vallisoletana.

El Recoletas, refugiado en una defensa 5-1 al que los rivales, por lo menos ayer el Anaitasuna, parecen tenerle cogida ya la medida, vivió en la primera mitad de la excelencia de su portero Carlos Calle. Pero lo grave de todo es que al descanso, víctima de su insuficiencia para matar el partido, se fue con una renta de tan solo tres goles (15-12). Tres goles habiendo parado hasta 14 balones (se dice pronto) Carlos Calle.

Pero la suerte se acabó en la segunda mitad, Calle se quedó en cinco paradas y el Recoletas vio como poco a poco se quedaba sin fuelle y lo que es más grave, sin respuestas desde el banquillo. Porque el equipo seguía naufragando en las superioridades. Porque el equipo siguió refugiado en 5-1 y no en 6-0 como pedía posiblemente el partido. Y porque la poca, poquísima pólvora de su primera línea, le deja marcado viviendo solo de la conexión con el internacional Serdio, las continuidades al extremo Manu García, que no solo cumple sino que aprende a pasos agigantados, y de la lucidez, ayer no tan clara, de sus centrales Diego Camino y Adrián Fernández.

Sin laterales a este deporte es complicado ganar. Río sigue en paradero desconocido, en otra órbita. Héctor, autopresionado, no deja de ser un lastre. Víctor no asume y Roberto Pérez, en la derecha es una fruta madura que se cae por su propio peso, al menos ayer, estrellado ante la defensa del Anaitasuna.

Pero el Recoletas siguió mandando en el marcador aunque su bloqueo en ataque era notorio. Del 23-20, en un abrir y cerrar de ojos y por momentos incluso con un hombre más, se pasó a un 23-26. Era el principio del fin con dos tiempos muertos de por medio sin soluciones a cargo de Pisonero. La sangría y la incapacidad aumentó incluso hasta el 23-28 con diez minutos sin ver puerta. Apenas quedaba tiempo para reaccionar y aunque lo intentó acabó claudicando de forma incomprensible ante un Anaitasuna que no daba crédito a sus ojos. 28-29, una derrota para pensar.