A LOS 10 AÑOS DE SU MUERTE
El altar y la libreta del Paquito Fernández Ochoa
El ganador del oro olímpico en Sapporo-72 castigaba a los santos que no le ayudaban y anotaba a cuantos le echaron una mano
El doctor entró en la habitación de Paquito Fernández Ochoa en la clínica Ruber, de Madrid, y le siguió dando malas noticias a uno de los grandes, inmensos, auténtico pionero del deporte español,ganador, en 1972, de la medalla de oro de los JJOO de Invierno de Sapporo, que padecía un cáncer mortal, aniquilador.
Paquito, que de tonto no tenía un pelo, considerado por sus amigos más íntimos como un hombre listísimo y con una inteligencia innata, intuyó, sí, que el médico le iba a decir que tenía que seguir extirpándole partes del cuerpo para sobrevivir al terrible melanoma que sufría. De ello hace hoy diez años.
“Así, doctor, que me va a tener que cortar las piernas”, cuentan que le dijo Paquito a su médico de cabecera. “Y, dígame, dígame, ¿por donde me las va a cortar? ¿a qué altura?, porque, claro, no pretenderá que camine con el culo”, fue el comentario de un Paquito que se sabía sentenciado por la medicina desde hacía mucho tiempo.
Cuando Paquito llegó, con solo 16 años, al equipo español de esquí todos pensaron que se mataría en el primer descenso.
PAQUITO, CONTRA TODOS
Antonio Campaña, uno de los mejores fotógrafos deportivos españoles de las últimas décadas, amigo personal de Paquito y, sobre todo, colega de aventuras deportivas en el equipo español de esquí, “cuando solo nosotros nos atrevíamos a competir y pelearnos con los franceses, suizos, austriacos, algún americano y alemán”, recuerda haber entrado infinidad de veces en aquella habitación para compartir con Paquito sus últimos días.
Y recuerda que, cada vez que entraba en aquella sala, varias de las estatuillas que el gran Paquito tenía en su mesita de noche, estaban de cara a la pared. Allí estaban San Pancracio, San Gabriel, Santo Tomás…y alguno, sí, del revés. Cuando le preguntaba a Paquito el motivo de aquella posición, el esquiador (Paquito siempre, siempre, se sintió deportista y esquiador) le decía que se habían portado mal. Y es que Paquito, tal vez en el colmo de la desesperación, le pedía, de vez en cuando, algún deseo, algún favor, a uno de sus santos. Y, si no se lo concedían, los castigaba un rato de cara a la pared.
Así era el gran Paquito Fernández Ochoa, hermano de la gran, de la tremenda, de la portentosa Blanca, otro símbolo de la España deportiva voluntariosa, más fruto de la fuerza y dedicación personal, que de la organización deportiva. “Nosotros competíamos contra auténticos imperios del deporte. Nosotros no teníamos ayuda de nadie, contra deportistas que tenían a todo un país y un montón de fábricas y marcas detrás de ellos. Éramos unos auténticos aventureros. Eso sí, éramos la gente simpática de los campeonatos, de los Mundiales, de los JJOO, los ‘españolitos’ que, con una mano atrás y otra delante, nos peleábamos contra deportistas que tenían todos los medios, y más, a su disposición”, relata Campaña.
UN PEQUEÑAJO ATREVIDO
Paquito fue lo que fue gracias a él, a su tremenda voluntad, a su irrenunciable decisión de ser un ganador, a su determinación de comerse el mundo aunque, como explican sus amigos del alma, “fuese un tirillas, pequeño, fuerte pero diminuto si se le compara con sus rivales”. Cuentan que cuando Paquito llegó, con solo 16 años, al equipo español de esquí, sus compañeros se partieron de risa. ¡Cómo aquel pequeñajo pretendía codearse con los hercúleos esquiadores de élite!
“Lo primero que pensamos, lo primero, fue ¡este chaval se matará! ¡este niño se estrellará y acabará muerto en el primer descenso!”, explica Campaña. Era un mocoso sin miedo, atrevido, de piernas de alambre, pero con una voluntad de acero y una ambición sin límites. Esa ambición, esas ganas, esa determinación fue la que, en manos del técnico Bernard Favre, lo convirtió en campeonísimo olímpico.
Paquito, simpático como pocos, vivo como ninguno, bromista empedernido y, sobre todo, uno de los seres más organizados que ha dado el deporte español, tenía una cabecita privilegiada para sus cosas, para sus asuntos. Cabecita que, una vez retirado de la alta competición, le sirvió para convertirse en un ser imprescindible para muchas cosas. Demasiadas.
LA LIBRETA DEL CAMPEÓN
“Recuerdo e, incluso, durante un tiempo viví pendiente de encontrarla, de saber dónde estaba y, lamentablemente, nunca la he tenido en mis manos, que Paquito tenía una libreta fantástica”, relata Campaña. Y es que Paquito, metódico como pocos, anotaba en esa libreta todo, todo, lo que hacía y, sobre todo, el nombre, apellido, dirección y teléfono de aquellos que le ayudaban o a los que él acudía para salir adelante. “Lo que ahora tenemos en nuestro móvil, Paquito lo tenía en esa libreta”.
Y, claro, cuando triunfó y empezaron a aparecer miles de descubridores y mecenas de Paquito, es decir, el típico “yo descubrí a Paquito”, “Paquito llegó donde llegó, gracias a mí” o “yo le compré los primeros esquíes a Paquito”, él, Paquito, sacaba la libreta y enseñaba los que, de verdad, le habían ayudado. Y también, también, los nombres tachados de esa lista, que eran muchos.
Y es que Paquito, cuyo muerte se produjo hace ahora diez años, pasó de ser un tirillas a uno de los más sorprendentes campeones olímpicos de la historia, de un simpático españolito que se codea con los monstruos más poderosos del mundo del esquí a vestir a la familia real de Ellese.
Deberíamos encontrar esa libreta.