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Publicado por
Arturo Alvarado
Valladolid

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Masaniello fue un caudillo napolitano que abanderó la lucha contra los españoles cuando, en el siglo XVII, la corona de Felipe IV dominaba aquellas tierras de la Italia meridional. En una de sus revueltas en la plaza del Mercado se dirigió, al frente de una multitud, al palacio del virrey, el duque de Arcos. No se sabe qué diría el noble y qué respondería el sublevado, que la misma muchedumbre que lo había llevado en volandas le cortó la cabeza y se la ofreció al duque.

Algo parecido, aunque afortunadamente de forma incruenta, le ha ocurrido a Marta Domínguez. El espejo faro y guía del atletismo español se ha convertido a ojos de la gente en una piltrafa, una tramposa, en cuestión de minutos.

¿Han sido las concienzudas investigaciones de la Federación de Atletismo las que han separado su cabeza del tronco? Quiá. Esos son los que han barrido debajo de la alfombra. ¿Han sido los insobornables y ultracientíficos mecanismos de lucha antidopaje nacionales los que han desenmascarado a la farsante? Agua.

Como en aquel Nápoles español, los argumentos para la decapitación han venido de fuera. Si no es por la Federación Internacional de Atletismo y por el Tribunal Arbitral del Deporte, aún pensaríamos que a la campeona habría que levantarla más estatuas por toda Castilla y León, en vez de derribar la suya.

Vivimos en un país extraño. Somos orgullosos pero nos sometemos a cualquier cosa que venga de fuera, si proviene de países más desarrollados. La consideramos mejor. Aquí abrimos las puertas con la misma delectación a los Cien Mil Hijos de San Luis que a la Legión Cóndor o al ejército soviético, aunque luego acabemos echándolos a hostias y volviendo al pan lechuguino con chorizo.

Reconozco que me ha causado la misma o mayor impresión el cambio radical de los aficionados al atletismo en su opinión sobre Marta, que el desmoronamiento de una mentira con cinta rosa. Cuando desde las operaciones Galgo o Puerto se señalaba a la atleta, es que estaban mal hechas o se quería pasar una factura política. Pero si lo dice gente que habla en lenguas ignotas y de países donde no hay tanto paro y la gente no tira papeles al suelo, entonces es verdad. Como cuando a uno le preguntan qué tal es la lavadora que se ha comprado y, cómo toda respuesta, sentencia: «Es alemana».

No le he contado cómo acabó la historia de Masaniello. Al día siguiente, el pueblo se arrepintió de su obra, recogió el cadáver, inhumado fuera de la ciudad, y lo enterró con toda pompa y boato. Acudió hasta el virrey. No descarto que Marta sea un día presidenta de la Federación. O del Gobierno. Aquí todo es posible.