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Publicado por
Arturo Alvarado
Valladolid

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Con los árbitros ocurre como con los políticos: cada sociedad tiene los que se merece. Si en Alemania un ministro dimite por copiar una tesis doctoral y en España sigue al pie del machito llevándoselo con sendas sacas en ambas manos, es porque muchos votantes germanos creen en la decencia y muchos hispanos también se lo llevarían crudo. Así de claro.

Al árbitro de fútbol en la piel de toro lo hemos acojonado. Jugadores que se tiran, que fingen lesiones de muerte para esprintar a los diez segundos, que pierden tiempo, esconden manos, escupen, piden tarjetas y hasta tiran botas a los asistentes. Y gritan y gritan, rodeando al colegiado.

¿Es un buen caldo de cultivo para que impere la justicia? Todo lo contrario.

Ahora estamos en plena temporada de árbitros. Como si fuesen setas. Porque los mismos que al principio de la Liga son buenos, mediado el campeonato son regulares y cuando acaba son malísimos. La impotencia y el victimismo encuentran el mejor chivo expiatorio posible.

Pero el árbitro no ha reaccionado como debiera ante este ecosistema en que siempre acaba fagocitado. En vez de abrirse al jugador, de considerarse un deportista más, de hablar con él todo lo que haga falta, se ha encastillado en una torre de marfil. Ya no es del fútbol, sino alguien tangencial que aparece, pita, cobra y se va.

El núcleo del problema está en su designación. No siempre ascienden los mejores sino los acomodaticios con el poder. El caso de los hermanos Teixeira, cántabros como el jefe de los árbitros, Sánchez Arminio, es el mejor ejemplo.

Desde abajo saben que si quieren sobrevivir en el rectángulo verde deben callar, obedecer, seguir callando y seguir obedeciendo. La recompensa merece la pena. Un colegiado en Primera puede llevarse más de 200.000 euros. En Segunda, la mitad. Más de lo que ganan algunos jugadores de plata. Y ellos no contribuyen al espectáculo más que cuando quieren ser protagonistas.

Sueño con unos jugadores honestos que no se tiren, mientan ni engañen. Que ayuden a la limpieza del deporte al que deben venerar y que les da de comer. Sueño con árbitros deportistas que no teman sino que busquen dialogar con el jugador, explicarle por qué han tomado una decisión. Y que aquél la entienda o no, pero que la respete. Sueño con trencillas que traten igual a todos los equipos y jugadores, sea cual sea su potencial, enterrando prepotencia con los pobres y sumisión con los ricos. Sueño con medios técnicos que ayuden a la justicia, como el ojo de halcón o el vídeo a pie de campo, tan común en el deporte americano.

De tanto soñar me he caído de la cama. Oigo cuchillos. Llega otra jornada.

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