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Real Valladolid

Equipo melancólico

La supeditación de la mejor plantilla de Segunda a las características del rival ha mermado su autoestima / Rubi necesita solventar rápido los problemas que ha creado en el campo

Jonathan Pereira se tapa la cara con la camiseta ante el Núñez, jugador del Albacete, con Rubi observando al fondo-José C. Castillo

Publicado por
Arturo Alvarado
Valladolid

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El Síndrome de Fatiga Informativa (IFS, sus siglas en inglés) es un concepto acuñado por el psicólogo británico David Lewis en los años noventa del pasado siglo. El nombre se debe al cansancio producido al manejar una cantidad de datos tan excesiva y proveniente de tantas fuentes, que acaba por bloquear a quien los compila, en vez de enriquecer sus opciones de elección. Lewis dedicó a este problema un revelador informe llamado ¿Muriendo por la información? Si hubiese conocido al actual Real Valladolid, su opúsculo contaría con otro capítulo.

1. Supeditación de lo propio a causa del exceso de información

Sería tan mentiroso como mezquino regatear una micra de reconocimiento a la capacidad de trabajo de Rubi y su equipo. Es de largo el cuerpo técnico blanquivioleta de los últimos tiempos que más horas y pasión dedica al equipo. Braulio definió su zona de trabajo como «la NASA» por la cantidad de ordenadores y aparatología con que analizan tanto a su equipo como a los rivales. Pero el reto más importante que plantea la información es la capacidad de analizarla, valorarla, depurarla y contextualizarla. Ahí se produce el cortocircuito.

Rubi no agota a sus jugadores con una cantidad mayestática de datos. Se los administra con píldoras. El problema reside en la composición que él recrea del elevado volumen de variables que maneja. Está tan imbuido de ellas que supedita lo principal: la valoración de su equipo. Tanto anímica como táctica.

2. La mejor plantilla de Segunda tiene su autoestima por los suelos

La primera y elemental consecuencia de esta dinámica es que la plantilla no se siente valorada ni reforzada. Su autoestima está por los suelos, cuando características de futbolistas rivales del montón pueden cambiar jugadores y posiciones en la mejor plantilla de Segunda. Quizá de palabra no haya desaparecido la empatía. Incluso de voluntad, porque el técnico es buena persona. Pero las sensaciones en el campo, que son las que valen, hablan de forma creciente un equipo desalmado y desnortado por un severo problema de incomunicación con su banquillo. La falta de conexión conduce a la inacción y ésta a la depresión, que es el paso que aún no se ha dado, aunque el fútbol lánguido de los últimos partidos de fuera y el último de Zorrilla aventuran su llegada. El cortocircuito entrenador-equipo ha llegado a un punto de bloqueo.

3. La falta de respuesta a sus problemas lastra al equipo

Lo que buscan los futbolistas de un entrenador es muy simple: que les convierta en un equipo ganador y que para ello les solucione sus problemas. Rubi comenzó construyendo lo primero pese a su errática teoría de las rotaciones, destruida quizá más por consejo ajeno que por voluntad propia. El equipo, tras el noviembre negro, avanzaba por una senda positiva, hasta que los problemas agrupados bajo el epígrafe de intensidad lo han vuelto a poner a la deriva.

Pero, ¿qué es la intensidad? Si fuese un valor absoluto, Rafa Nadal sería mejor que Cristiano o Messi. Lo mismo ocurre cuando se habla del físico. Usain Bolt no está en el Bayern. Intensidad o físico son magnitudes que aparecen cuando falla el fútbol. Aunque se luche y se corra más. Pero los problemas de fútbol se arreglan sólo con fútbol. El de la pizarra y el del césped. En los dos últimos partidos hemos visto un Valladolid apático, dominado y sin capacidad de reacción. Bloqueado. El jugador se desengancha psicológicamente, aunque quiera aportar, porque no encuentra respuesta a sus problemas.

4. Líneas rotas, errores reiterados y alineaciones sorprendentes

Bajemos al césped para comprobar la incidencia de este divorcio no sentimental pero sí deportivo. Rubi ha anunciado hasta la extenuación que quien lo hace bien se gana el puesto. Admitiendo que las valoraciones son subjetivas, son detalles evidentes que Omar -ahora algo mejor, es cierto- ha gozado de las bolas extra que se han negado a jugadores como Rubio. El riojano se ha mostrado vital en la creación pero el míster minimiza su aportación e incluso lo ningunea, colocando a un jugador tan poco competitivo como Sastre ante una Ponferradina con forma de tiburón blanco en su estadio. Tampoco es normal rotar a un lateral de notable experiencia en Primera como Chica por el enorme potencial de extremos como Samu o Herrero.

Pero vayamos más lejos. El agravio comparativo está servido cuando Óscar lleva muchos partidos jugando gratis fuera, viviendo de un pase, pero sin la presión que debe realizar al estar en punta. ¿O no será que el charro no es jugador para actuar de delantero centro, y menos cuando hay dos extremos centradores, como en El Toralín?

¿Leão, Valiente y Rueda rinden igual en casa que fuera, donde les hacen siempre la misma peinada o balón interior para desmarque de un rival y gol? Quizá les ocurre porque las líneas se parten, pues arriba no hay presión, la medular baja, la zaga recula y los jugadores están a kilómetros. Onces rotos, cambios para rectificar errores y titulares que luego no van ni convocados, amplían la ceremonia de la confusión.

5. Rubi ha ido solventando retos pero ahora tiene uno enorme

¿Rubi era muy bueno y ahora es muy malo? No se trata de eso. El técnico ha dado respuesta con solvencia a los problemas que le han surgido en el camino, aunque es cierto que el equipo nunca ha llegado a explotar en su máxima posibilidad, que es mucha, ni a enamorar a la grada. Aunque los pitos son por el juego, no por perder. Ahora le ha surgido un reto que debe solventar. De su capacidad para ello dependerá su futuro y el de la mejor plantilla de la categoría. Ahora vuelven Hernán, Mojica y Roger. Quizá el panorama cambie con su contribución.

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