Diario de Valladolid
Publicado por
Beatríz S. Olandía
Valladolid

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Desde que Larra describiera el funcionamiento burocrático español con aquél ‘Vuelva usted mañana’, miles de papeles inútiles han sido impresos, rellenados, autografiados, sellados y, finalmente, destruidos.

El papel, el documento, la forma ‘A-38’ de la romana Casa que enloquece, la carpeta llena de folios que rebosan los márgenes de la paciencia y el civismo; la burocracia que aburre a las ovejas, los formalismos y la subyugación a la norma y el cliché. Todo se somete a horario, a agenda, a calendario con anotaciones.

Todo, hasta las relaciones, sean de la naturaleza que sean. La espontaneidad murió el día que tuvo que concertar una cita con su médico hablándole a una maquinita.

No fue una máquina, aunque lo pareciera, quien dio con la puerta en las narices a la plantilla del Club Baloncesto Valladolid.

Un empleado, o empleada, sumergido de lleno en la vorágine de la lógica de la cita previa, el hueco relleno de la agenda, preguntó aquello de «¿Tienen cita?», como si fuera un despacho de abogados implacables y Valladolid la nueva Nueva York de la meseta. Llevan meses sin cobrar, muchos de ellos pasando por graves situaciones personales, y aún quieren encorsetarlos en fórmulas de cortesía obsoletas cuando el estómago y la cartilla no dan crédito.

Cuando el trabajo de quienes, se supone, luchan para remolcar este equipo de la desesperación a la superviviencia, choca con la humanidad que reclaman los jugadores, es que algo se está haciendo mal. Se escudaba Sunil en una de esas reuniones importantes para no haber atendido a sus jugadores. Y puede que sea cierto. Lo grave es que dé con la puerta en las narices a los tuyos sin un ápice de empatía hacia su situación.

La solución a los problemas del club no va a venir por una reunión entre directiva y jugadores por el mero hecho de celebrarse; pero sí puede empeorar, y drásticamente, si la confianza y las relaciones se quiebran, si es que no lo han hecho ya. A alguno habría que recordarle que la base de un equipo deportivo -amén de la propia afición- son los jugadores, que son ellos los que saltan a la cancha a echar el resto cuando ya no hay ni resto que echar, y no un conjunto de trajes mal cortados que se pasean de un despacho a otro parcheando aquí y allá.

La plantilla, el cuerpo técnico y los trabajadores están cumpliendo con su parte, ganando sus partidos, luchando por una camiseta que amenaza con quedarse obsoleta y manteniendo el compromiso con un club al que llegaron creyendo en palabras a la postre no demasiado fiables; habría que preguntarse si la otra parte contratante, la de la directiva, lo está llevando tan a rajatabla como esos jugadores sin cita previa.

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