El Patio Herreriano revive el pulso de la vanguardia en España a pesar de la guerra
A partir de su Colección y de los fondos de los Santos Torroella recorre la historia del arte en España, desde 1920 a 1960, con más de 250 obras y múltiples documentos
En la sala 7 del Museo Patio Herreriano, atrapa la mirada del espectador la melancólica obra de Ángeles Santos La niña muerta (1930). Una composición triste, pero serena, que contrasta con otra realizada un año antes, Anita y las muñecas, cumplida la mayoría de edad. Acababan los años veinte y, en Valladolid, la creadora remataba la que sería una de sus obras cumbres, Un mundo, despertando la admiración de los intelectuales de la época. Ambas obras en torno a la infancia sintetizan la esencia de la última propuesta del MPH: Anudar el tiempo. El fondo Rafael y María Teresa Santos Torroella y sus ecos en la asociación Colección Arte Contemporáneo.
Una exposición que reúne más de 260 obras y más de medio centenar de documentos procedentes de los dos fondos citados –el primero de ellos en manos del Ayuntamiento de Gerona–, «que corren de forma nítida y precisa por sendas paralelas», como defendió el director del MPH, Javier Hontoria. Dos colecciones que aquí «entablan un diálogo» para recorrer «el tramo de la primera y de la segunda vanguardia en España, desde la segunda décadas de los años veinte hasta los años sesenta».
«Anudar el tiempo alude a dos momentos claves», advirtió durante la inauguración de la muestra la historiadora y crítica de arte Rosa Gutiérrez, comisaria de la muestra junto a Jaume Vidal Oliveras. «El tiempo de preguerra, cuando se fraguaron las vanguardias, y la postguerra, cuando Rafael Santos Torroella –crítico, historiador y poeta; hermano de Ángeles Santos– se ocupó de recuperar el hilo de la modernidad, buscando además establecer lazos entre los territorios», abundó la responsable de la exposición, que para establecer su «itinerario por los senderos de las vanguardias» en España ocupa las salas 6 y 7 del Patio Herreriano.
Al comienzo de la muestra se puede contemplar una ‘Diana’ que realizó Francis Picabia para una exposición en la galería del marchante Josep Dalmau, a comienzos de los años veinte. Uno de los grandes responsables de arropar a los artistas de vanguardia, como Sonia Delaunay, de quien se muestra una acuarela de la CAC, Costume de sport. Dalmau acogió las primeras muestras individuales de Miró o Dalí, de quienes se pueden apreciar trabajos en papel como Nu femení o Nen de la Madonna.
Ese diálogo entre colecciones permite en algunos casos, por ejemplo, poner frente a frente obras de naturaleza similar, como las escenas urbanas que hizo en 1918 Rafael Barradas De Pacífico a Puerta de Atocha y, la bien conocida por los asiduos del museo vallisoletano, Calle de Barcelona, obras muy próximas al Barrio de París y a Popa negra, de Joaquín Torres García, que forman parte de la Colección Arte Contemporáneo.
La irrupción de la vanguardia. La convivencia entre la modernidad y el clasicismo. El nacimiento de espacios de confluencia vitales para la renovación del panorama cultural e intelectual, como la Residencia de Estudiantes. El estallido del surrealismo... Gutiérrez Herranz y Vidal Oliveras establecen su «itinerario», que se levanta sobre la documentación del archivo-biblioteca de Rafael Santos Torroella (1914-2002), y se sustenta sobre las obras que apuntalan el discurso.
En las vitrinas, lo mismo se encuentran ejemplares de La Gaceta Literaria –por ejemplo, con un llamativo titular que firma Ramón Gómez de la Serna: ‘La genial pintora Ángeles Santos, incomunicada en un Sanatorio’– como cartas manuscritas o mecanografiadas entre Dalí y Lorca. En las paredes y peanas del MPH, confluyen creadores postmodernistas, como Ramón Pichot con Las manolas, con otros defensores de una línea más clasicista, como Pablo Gargallo y Manolo Hugué, de quienes se exhibe Maternidad excavada y Malabarista. Y Ángel Ferrant –junto a obras de los consabidos fondos del MPH luce Ademán, una talla del fondo de los Santos Torroella–. Y Ramón Marinel-lo. Y tantos otros.
«Aunque la Guerra Civil supuso una ruptura trágica, y aunque muchos creadores tuvieron que emigrar, como Maruja Mallo, mientras otros vivieron una suerte de exilio interior, pronto surgieron iniciativas para retomar la dinámica previa a la guerra», advirtió la comisaria antes de citar el nacimiento de una asociación como Cobalto 49, que acabó editando una revista homónima ilustrada por artistas como Tàpies o Guinovart –de quienes se exhiben obras como Noche desprendida y Grupo de jazz–,o la aparición de la Escuela de Altamira, próxima a las corrientes expresionistas y primitivistas internacionales.
Precisamente, Anudar el tiempo también da cuenta de ese «proceso de sincronización» de las vanguardias españolas con las corrientes artísticas que imperaban allende nuestras fronteras, mediante las Bienales Hispanoamericanas, para concluir su relato en los sesenta, con una nueva figuración que convive aún con el informalismo.