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Ahmed Younoussi: «Al dejar sin recursos los centros de menores se desprotege a los niños»

De la mano de Juan Diego Botto y Sergio Peris-Mencheta presenta en el Calderón ‘14.4’, la historia de un niño que huye de Tánger y llega a España en los bajos de un camión. Es la historia de su vida

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Valladolid

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Este fin de semana, Ahmed Younoussi (Ksar-el-Kébir, Marruecos, 1990) se sube por primera vez a las tablas del Teatro Calderón para evocar el viaje que hizo siendo un niño de nueve años. Su travesía huyendo de un entorno duro en Tánger fue, es, y seguirá siendo la de muchos. Poco más de 14 kilómetros, los que separan España de Marruecos, que él hizo en los bajos de un camión. Younoussi, que –paradojas de la vida– encuentra la estabilidad económica conduciendo un camión de reparto, ha participado en series como El príncipe, La Unidad, Cuéntame cómo pasó o Aguila Roja, debutando también en teatro, a las órdenes de Fernando Soto, con un texto de José Luis Alonso de Santos. Desde el pasado verano recorre los teatros de España para contar su historia en 14.4, coescrita junto a Juan Diego Botto y Sergio Peris-Mencheta al que conoció rodando un cortometraje, Metrópolis Ferry, en 2009.

Pregunta.– Viendo este fin de semana lo que ha pasado en el fútbol, cuando a un muchacho de 17 años se le ha gritado ‘mena de mierda’, parece oportuno hablar de una historia como la suya.

Respuesta.– La verdad es que sí, me entristece muchísimo porque este es un país maravilloso y no hay que permitir que por cuatro o cinco se genere una imagen pésima. Es un país maravilloso. Este tipo de situaciones suceden básicamente porque tenemos un partido político, de extrema derecha, que no para de alimentar este tipo de argumentos, de intoxicar. Alientan este incendio. Al final, lo único que generan es odio entre las personas, en la sociedad.

"Tenemos un partido de extrema derecha que no para de intoxicar. Alienta el incendio. Genera odio"

P.– El lenguaje condiciona y se asocia la emigración con la marginalidad, con la conflictividad...

R.– Este tipo de argumentos proliferan con estos partidos; ellos se encargan de engañar a la gente para hacerles creer que estos chavales vienen a quitar el trabajo, a robar a las abuelas. Son comentarios muy graves.

P.– Llegó a España con nueve años en los bajos de un camión. ¿Cuánto tardó en descubrir que éste no era el paraíso soñado?

R.– Cuando llegué, en los primeros momentos, sí lo pensé. Luego vas viendo las cosas que suceden: por mí, muchos españoles se movieron, corrieron la noche en la que llegué para ayudarme. Ahí te das cuenta de que estás en Europa, que hay gente que intenta protegerte, esconderte, para que la policía no te vea y te deporte. Ahí empiezas a vivir con esa sensación de tener que seguir escapando de la policía.

P.– Descubrió pronto las dos caras de la misma moneda.

R.– Tiene razón. Esa época también ha sido un tiempo de aprendizaje para mí, de adaptación. Lo primero que pensé fue que me iba a tocar adaptarme a mí a los 48 millones de españoles. No voy a pretender que se adapten ellos a mí. Y eso es un pensamiento bueno, porque te abre la mente, te entran las ganas de encajar en esta sociedad y empiezas a vivir de tal manera que puedas lograrlo. Tuve la suerte de aprender el idioma bien. Así te defiendes mejor.

P.– ¿Esas vivencias, esas reflexiones, de qué forma integran este espectáculo?

R.– Cuando venimos todos lo hacemos con una misma intención: queremos trabajar, ganar dinero, poder ayudar a nuestras familias. Cuando cruzas, te tienes que adaptar. Muchas veces hay chavales que acaban en centros, en barrios donde no les quieren. Y ahí empiezan los problemas, se empiezan a torcer muchos de sus objetivos. Empiezan a ver que vivir bien es muy difícil, que lo que tienen que hacer es sobrevivir.

"Hay chavales que acaban en barrios donde no les quieren. Ahí empiezan a torcerse muchos de sus objetivos"

Conozco muchos chavales, porque me muevo en Madrid por barrios para ver este tipo de situaciones, para ver qué está pasando. Y tengo contacto con algún centro, como el de Hortaleza, donde a veces voy a colaborar. Ahora están como con ciento y pico niños en un centro en el que caben... no sé si eran 50. Imagine los educadores cómo tienen que estar. Hacen turnos sin parar, cubriéndose unos a otros, porque si no dejan a los chavales sin atención. Ese estrés tiene consecuencias. Cuando se desprotege un centro de menores dejándole sin recursos se está desprotegiendo a los niños y a los educadores, que están ahí para ayudar.

P.– Con 17 años, de la mano de uno de sus tutores, emprendió su primera aventura en el cine. Le abrió una puerta. ¿Esa labor puede continuarla usted con otros jóvenes?

R.– Borja fue mi padre adoptivo. No es que pueda o no. Alguien como yo debe preocuparse y poder ayudar a estos chavales. Voy allí para hacerles entender dónde están, que les van a intentar ayudar, que les van a intentar meter en un colegio, que deben estudiar...

P.– Hablamos de la necesidad de aprender del que viene... ¿Qué hay del que les acoge? Vuelvo a lo que ocurrió el otro día en el Bernabéu.

R.– Fíjese: cuando Yamal jugó la Eurocopa y la ganamos todos éramos de él, ¿verdad? Cambia cuando el Madrid pierde y escuchamos esos insultos. Yo no pienso que la persona que insulta sea racista. Es gente que está frustrada, frustrada en la vida y estalla. Cuando viene un marroquí con un Lamborghini, no hay problema. Aquí no hay racismo, hay clasismo: si eres pobre no te quiero, porque me vas a quitar mis cosas, vas a encontrar trabajos que eran para mí. Pero si eres rico, ‘vente para acá, hombre, que hasta te aparco el coche y te lo lavo, no hay problema’.

"Quien insulta a Lamine Yamal no es racista. Es gente frustrada en la vida. Aquí hay clasismo: si eres pobre no te quiero" 

Ese es el problema que tenemos aquí. No es racismo. España no es un país racista, pero clasista, sí. Ahora te traigo a Achraf Hakimi (futbolista hispanomarroquí del PSG) a Madrid a que abra un hotel y cualquier español va a querer trabajar con él porque es Achraf Hakimi. Pero si lo hago yo, que he llegado en los bajos de un camión, me van a decir que me largue, porque detrás de mí no hay nada. Cuando viene uno de Dubai imagine la que se arma. Es como decir que si no traes nada aquí es porque te quieres llevar algo.

Vivimos en una sociedad en la que trabajamos ocho horas, produciendo sin parar y muchas veces sin posibilidad de opinar... Eso genera frustración. Es en esos eventos donde explota su rabia.

P.– Cuando Peris-Mencheta le conoció en aquel rodaje, hace 15 años, le prometió que algún día contaría su propia historia en un teatro. ¿Cómo y cuándo deciden que ha llegado la hora?

R.– Durante ese tiempo, cuando contactábamos, Sergio me decía que no se había olvidado del proyecto. Fue en agosto del año pasado cuando me llamó y me dijo: ‘¿Oye, te acuerdas de eso? ¿Sí? Pues lo vamos a hacer ya. Este es el guion, ponte a estudiar’. Tuve un conflicto conmigo mismo. Pensé que no podría hacerlo, que como actor no estaba preparado, que era mucha responsabilidad. Le dije a Sergio que le asesoraba si quería. No quieres defraudar al público y esto es entrar a escena tú solo, casi dos horas, con 50 páginas de texto.

"Sergio me hizo sentir seguro. Me dirigía desde el hospital. Me ha dado seguridad en mí mismo"

Pero Sergio estuvo ahí, me hizo sentir seguro, me hizo querer hacerla y, sobre todo, me acompañó en el proceso estando como estaba él, que eso es algo que no tiene valor. Me dirigía desde el hospital. Me ha dado fuerza y seguridad en mí mismo para cumplir con el compromiso que el público te pide encima de un escenario, para responder con seriedad, con responsabilidad y haciendo un buen trabajo, algo bonito.