Camprobín, un maestro barroco del bodegón para adornar la Casa Cervantes

Es uno de los grandes nombres del barroco español y sus obras enriquecen colecciones como las del Meadows Museum de Dallas o el Museo del Prado de Madrid. El manchego Pedro de Camprobín Passano (Almagro, 1605 – Sevilla, 1674) embellecerá desde ahora las paredes del Museo Casa de Cervantes de Valladolid con un Bodegón (1660) pintado en su madurez.

El pasado mes de julio, el Ministerio de Cultura ejercía su derecho de tanteo para hacerse en subasta pública con un óleo sobre lienzo por el que abonó 32.000 euros a la Sala Ansorena (sin contar los gastos inherentes a la operación). Una pintura que durante años formó parte de la colección del reputado coleccionista Miguel Granados Pérez, y que el Estado deposita ahora en el citado centro vallisoletano para su inventariado y custodia.

Formado en Toledo bajo las enseñanzas del pintor tenebrista Luis Tristán –discípulo, a su vez, de El Greco–, con poco más de 20 años Pedro de Camprobín se trasladaría a Sevilla donde no tardaría en superar el examen del gremio de pintores, con el apoyo de Alonso Cano, y donde acabaría convirtiéndose en un especialista en la pintura de flores. En la ciudad hispalense, junto a otros grandes maestros como Murillo o Valdés Leal, acabó fundando la Academia de Dibujo y Pintura, uno de los centros de enseñanza de arte más prestigiosos de su época.

La pintura adquirida por el Ministerio de Cultura es «un buen ejemplo de la sobriedad» que caracteriza a los bodegones de Camprobín, tal y como destacaron en su día los historiadores del arte José María Palencia Cerezo y Javier Del Campo, con motivo de la exposición El esplendor del barroco andaluz celebrada hace ya tres lustros con fondos de la Colección Granados.

Sobre una mesa, el pintor dispuso una copa de cristal, un manojo de rábanos, un queso ya catado, una botella de vino, unos melocotones y una hogaza de pan. «El magistral modelado de estos objetos, construidos mediante una sutil gradación de la luz, le permite captar sus diferentes texturas matéricas como la transparencia del vidrio o la superficie aterciopelada de las frutas», advertían los expertos.

«En sus obras de madurez logra un lenguaje propio, que se caracteriza por el equilibrio entre el volumen, conseguido por un sutil manejo de la luz; el dibujo preciso, con el que traza sus característicos arabescos de tallos y flores, y el refinado colorido, de gamas reducidas, que resalta los tonos claros. Entre las cualidades más apreciadas por sus clientes destacan la singular belleza de sus composiciones en las que destaca una exquisita atmósfera de calma», recuerdan desde el Museo del Prado, donde se custodian cinco óleos suyos: Cesto con melocotones y ciruelas (1654), Florero y cuenco de cerámica (1663), Florero y recipiente de cristal (1663), Jarrón de bronce con rosas (1660) y Bodegón con cuenco de cerámica azul y blanco con fruta y jarreta de agua sobre una mesa (1656).

El anuncio de la adquisición, recogido ayer en el Boletín Oficial del Estado, se produce dos semanas después de darse a conocer que el Estado había adquirido en subasta pública la obra de Luisa Roldán Éxtasis de la Magdalena, con una inversión de 330.000 euros, para ser depositada en el Museo Nacional de Escultura, reforzando así la presencia de la artista sevillana –considerada en la actualidad como una de las máximas figuras de la escultura barroca española– en la colección del Colegio de San Gregorio de Valladolid. Una «alhaja de escultura», como la propia autora la denominaba, realizada para la decoración de las residencias reales y de los grandes nobles, quienes fueron sus principales clientes durante su estancia en la Corte madrileña como escultora de cámara de los reyes Carlos II y Felipe V, entre 1689 y 1706.