Los imprescindibles del Museo Nacional de Escultura
Un recorrido por el museo en busca de las diez grandes obras (más una) de Luisa Roldán, Alonso Berruguete, Juan de Juni, Gregorio Fernández o Pedro de Mena
«Una joya de oro y la más linda pieza y bien acabada en su tamaño que hasta ahora vi», exclamaba en 1605 el viajero portugués Tomé Pinheiro da Veiga al contemplar la belleza monumental del Colegio de San Gregorio de Valladolid, convertido en uno de los ejemplos más notables del Gótico tardío en nuestro país, el Hispanoflamenco. Construido a finales del siglo XV (1484-1499) por iniciativa de Fray Alonso de Burgos, obispo de Palencia, de él salieron teólogos y filósofos como Melchor Cano o Bartolomé de las Casas.
No cuesta imaginar el asombro que tuvo que sentir el autor de Fastiginia al llegar a la ciudad de Valladolid, sede entonces de la Corte de Felipe III, y alzar la vista ante la fachada labrada por Gil de Siloé, un retablo en piedra con alusiones al fundador del colegio, al papa San Gregorio o a los Reyes Católicos. Porque la fascinación que tuvo que sentir el luso es la misma que sigue experimentando hoy cualquiera que contemple el edificio, declarado Monumento Nacional en 1884, o se adentre en su interior para descubrir los tesoros que guarda, como sede del Museo Nacional de Escultura desde 1933.
«El edificio es, sin duda, un emblema para la ciudad y el museo, un centro de referencia para todos los públicos, accesible para cualquiera», apunta Alejandro Nuevo, director del Museo desde abril de 2022. El centro cerró 2023 con un incremento del 19,70% en el número de visitantes respecto del año anterior –según datos del Ministerio de Cultura–, continuando su recuperación tras el golpe de la pandemia.
Aún lejos de las cifras de visitantes que alcanzó bajo la dirección de María Bolaños (2008 - 2021), el Museo Nacional de Escultura avanza con paso firme hacia la recuperación tras el duro golpe que supuso el estallido de la pandemia. Si en 2023 registró un incremento del 19,70% en el número de espectadores que disfrutaron de sus colecciones, el centro ha cerrado este primer semestre del año con más de 87.000 personas en sus salas, sin duda atraídas por propuestas como Tiempos modernos, primera gran exposición bajo el mandato de Alejandro Nuevo, o Sorolla y la escultura pintada.
El museo cierra el primer semestre del año con más de 87.000 visitantes, atraídos por exposiciones como 'Tiempos modernos' o 'Sorolla y la escultura pintada'
Cuando un centro atesora más de 6.000 piezas –en 2011 asumió la colección del Museo Nacional de Reproducciones Artísticas, duplicando, prácticamente, los fondos susceptibles de ser expuestos en alguna de sus tres sedes de Cadenas de San Gregorio–, escoger una decena de ellas como ‘imprescindibles’ suena a abominable injusticia o, dado el marco, a sacrilegio y ultraje. Pero Alejandro Nuevo acepta el reto de este diario: ofrecer al primerizo, al espectador inadvertido, un puñado de joyas que nadie debería dejar de ver en su visita. Esta es su personal recomendación
DUQUE DE LERMA
Comienza la visita en la Capilla del Colegio de San Gregorio, frente al monumento funerario de bronce dorado a fuego de Francisco de Sandoval y Rojas, el Duque de Lerma, procedente del Convento de San Pablo. «Es un símbolo del poder que llegó a acumular este personaje tan relevante para la historia de Valladolid, que logró atraer a la Corte a la ciudad», subraya el responsable del MNE. Tal fue su poder, tal era su ambición, su anhelo de trascender, que para realizar su Estatua orante hizo venir a Valladolid, a comienzos del XVI, a un Pompeo Leoni ya mayor –murió poco tiempo después de concluir el encargo–. El escultor, cincuenta años antes, había realizado las efigies de Carlos I y Felipe II para su panteón en El Escorial. Frente a él, su esposa Catalina de la Cerda.
RETABLO DE SAN BENITO
La Sala 3 del Colegio de San Gregorio acoge buena parte del Retablo Mayor de San Benito El Real, obra de Alonso Berruguete. «Es, junto a Juni, el principal escultor castellano del siglo XVI, y esta obra es un alarde de conocimiento, por su dominio de las proporciones, por el nervio que imprime a sus figuras, por su manera de acentuar la emoción a partir de una sensación de inestabilidad, como se ve en su San Sebastián», explica Nuevo. En las salas 4 y 5 se distribuyen otros elementos del Retablo, desmontado en 1881 tras la Desamortización, como el dramático y desesperado Sacrificio de Isaac.
SILLERÍA DE SAN BENITO
En el piso superior, en la Sala 7, el visitante puede imaginar cómo serían las reuniones anuales de los abades de los monasterios castellanos de la orden benedictina con solo contemplar la solemne sillería en madera de nogal realizada en los años veinte del siglo XVI por Andrés de Nájera para San Benito El Real. «Esta y la de la catedral de Toledo son las más significativas de la época», advierte Nuevo mientras señala los sitiales altos, adornados con los escudos heráldicos de los fundadores de cada monasterio así como con representaciones de los santos venerados en cada cenobio. No faltan las misericordias, para que los religiosos pudiesen descansar con disimulo.
SANTO ENTIERRO
El pasillo que forma la sillería dirige la mirada del visitante a la Sala 8, al Santo entierro procedente del Convento de San Francisco. «Si Berruguete es el primer gran maestro de la colección, Juan de Juni es, sin duda, el segundo», sentencia Nuevo al contemplar la «teatralidad y el juego de simetrías» del conjunto, realizado en 1540 por encargo del predicador y literato Antonio de Guevara, consejero de Carlos V, para adornar su sepulcro. En el tratamiento de los rostros y los cabellos, en la gestualidad de las manos –ahí esta José de Arimatea mostrando al espectador una espina–, se ve «el impacto que tuvo en él el descubrimiento del Laocoonte», que sin duda conoció en su estancia en Italia en la segunda mitad de los años veinte.
Mención aparte merecen los artesonados de dicha sala que albergaba parte de la biblioteca –en realidad, conviene no dejar de alzar la vista–, pertenecientes a la fábrica original del Colegio de San Gregorio, con decoración de lazo de tradición mudéjar.
CRISTO YACENTE
Prestado por el Museo Nacional del Prado, esta obra realizada por Gregorio Fernández en la segunda mitad de los años 20 del siglo XVII es un ejemplo «magistral» del naturalismo castellano. El maestro escultor empleó marfil, corcho, vidrio y asta para dar mayor verosimilitud a su imagen. Es el arte de la persuasión del Barroco. «Muestra a un hombre que sufre, pero consigue darle dignidad y una cierta serenidad a la figura al recostarla sobre almohadones. Seguía los preceptos de la Contrarreforma, las imágenes tenían que mover a los fieles, de ahí el uso de postizos con los que intentar alcanzar una apariencia humana del cuerpo de Cristo», explica Alejandro Nuevo de la talla policromada, que domina la recoleta Sala 15 del Museo Nacional de Escultura.
LA CABALGATA DE LOS REYES MAGOS
En una pequeña vitrina de la Sala 18 se despliegan las cuatro pequeñas figuras en madera policromada que realizó, entre 1670 y 1689, Luisa Roldán para representar la Cabalgata de los Reyes Magos. Un conjunto que llegó al MNE en 2017 y con el que el centro conseguía cubrir un vacío –es la primera mujer representada en la colección del Museo–, pues no poseía ninguna obra de quien fuera nombrada la primera Escultora de Cámara de los reyes españoles. En total, entre reyes, pajes y heraldos, el grupo lo componen 19 figuras elaboradas también con barro cocido. En noviembre, el MNE dedicará una retrospectiva a la sevillana.
MAGDALENA PENITENTE
«Dicen los vigilantes que cuando un grupo escolar entra en la Sala 19, sólo con verla, se hace el silencio», adelanta Alejandro Nuevo. Ahí, frente a un impresionante óleo sobre lienzo de Francisco de Zurbarán, un Paño de La Verónica de 1658, se alza con su metro sesenta y cinco de altura la Magdalena Penitente que realizara Pedro de Mena en 1664. Es otro depósito del Museo del Prado. «En su rostro concentrado, ensimismado, está presente todo el misticismo de la época. Hay dolor y patetismo en esa figura penitente», subraya durante el recorrido por el Museo su responsable. Envuelta en una rígida estera de palma, constituye otro ejemplo del lenguaje realista de la escultura barroca española.
CABEZA DE SAN PABLO
El recorrido en busca de esos ‘imprescindibles’ llega a su fin, en lo que a la planta superior del Colegio de San Gregorio se refiere, al entrar en la Sala 20. Allí se puede contemplar un busto descrito en el XIX como «uno de esos trabajos de madera esculpida, maravilloso en su ejecución pero horrible en el tema», tal y como consignó Marguerite Tollemache en Spanish towns and Spanish pictures. Se trata de la Cabeza de San Pablo, tallada en 1707 por el cántabro Juan Alonso Villabrille y Ron –en este recorrido parcial se quedan fuera tantos artistas, desde Jorge Inglés a Juan de Anchieta, pasando por Juan Martínez Montañés, Alonso Cano, Luis Salvador Carmona o Felipe Vigarny, por citar a algunos de los maestros representados en la colección del Museo Nacional de Escultura–. La obra, que se salvó del expolio de las tropas francesas en el XIX, muestra con gran realismo la cabeza decapitada del santo sobre un fondo rocoso en el que se simulan tres regueros de agua, evocando la leyenda de las fuentes que brotaron en cada lugar en el que golpeó al ser seccionada. No le faltan detalles a una figura que cuenta con ojos de cristal y dientes de marfil. Otro ejemplo de la obsesión contrarreformista por el suplicio y la muerte.
PASO DE LA CRUCIFIXIÓN 'SED TENGO'
Descendiendo al patio del claustro del Colegio de San Gregorio, antes de visitar el Palacio de Villena, sede destinada a las exposiciones temporales, y la Casa del Sol, queda un último encuentro con Gregorio Fernández, esta vez en la llamada Sala de Pasos. Se trata del conjunto procesional de la crucifixión Sed tengo, de la Cofradía de Jesús Nazareno, tallado entre 1612 y 1616. «Está concebido para ser contemplado desde todos los ángulos. Tiene una gran teatralidad. Se puede hablar de revolución compositiva», reflexiona Alejandro Nuevo, que cita la figura del sayón subido a una escalera como uno de los elementos más originales del conjunto. Las manos de los sayones, tanto las de los que juegan a los dados para hacerse con las vestiduras de Cristo como las de quienes sostienen la lanza y la caña con la esponja, componen un particular punto de fuga que consigue dirigir la mirada del espectador a la figura del crucificado, cuyo rostro doliente se aleja de los rasgos grotescos de las otras cinco figuras.
BELÉN NAPOLITANO
Sin dejar Cadenas de San Gregorio, frente a la portada monumental del Colegio, la visita debe continuar en el Palacio de Villena donde –esto sí– de forma permanente se exhibe el impresionante Belén napolitano, con más de 600 figuras realizadas en el siglo XVIII. Cada pieza guarda una sorpresa: personajes aquejados de bocio, rostros afeados por pústulas, ropajes de toda condición... Diferentes relatos, en diferentes planos –el belén juega con distintas escalas– para componer un relato naturalista y costumbrista de la época, que combina lo sagrado y lo profano, repleto de animales y de múltiples finimenti: plumas de escribano, botellas de cristal, alimentos de todo tipo, delicadas piezas de orfebrería... Alambre y estopa para dar forma a los maniquíes, que cuentan con cabezas de barro y ojos de vidrio, y cuyos brazos y piernas son de madera policromada.
ARES LUDOVISI
En 2011, el MNE asumió las más de 3.000 piezas que formaban parte del Museo Nacional de Reproducciones Artísticas que impulsó Cánovas del Castillo, realizadas buena parte de ellas en yeso, pero también en bronce, terracota, galvanoplastia o acuarela. Del Discóbolo a la Venus de Médici, de la Máscara de Agamenón al Galo moribundo. La Casa del Sol se convirtió en un museo de museos, al recibir esas copias que remiten a los Museos Capitolinos, al Louvre, al Museo Británico o a los Museos Vaticanos. Entre tantas joyas, para poner fin al recorrido, Alejandro Nuevo se queda con el Ares Ludovisi. «Es la copia, de la copia de la copia», advierte el director de una escultura romana que remite a una griega más antigua inspirada en Scopas o Lisipo. Velázquez se inspiró en ella, recuerda el director, al pintar El dios Marte –Felipe IV le había encargado un vaciado de la escultura–.