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José Luis Puerto atrapa el fulgor de lo pequeño y corriente en ‘Cristal de roca’

El poeta, ensayista y etnógrafo regresa al catálogo de Páramo con un libro en el que transita por los terrenos de la memoria

José Luis Puerto, en una imagen de archivoIcal

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Valladolid

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Tres años después de publicar La madre de los aires, José Luis Puerto (La Alberca, 1953) regresa al catálogo de la editorial Páramo con un libro, Cristal de roca, que como él mismo reconoce sigue la estela del anterior, o de Las cordilleras del alba (1991) o Un bestiario de Alfranca (2008), en tanto que todos ellos «participan de lo rememorativo, de lo reflexivo, de lo narrativo, de lo poético», conectando con «la memoria del origen, cifrada en la niñez y en el territorio del mito».

Y el poeta, ensayista y etnógrafo comienza evocando su asombro adolescente, rendida la mirada ante la belleza de la naturaleza en una excursión con sus compañeros de internado, una jornada que concluye con unos cristales de roca en sus bolsillos, convertidos en una suerte de tesoro y talismán. ‘Desde entonces, sabes que todo lo hermoso vivido, sentido, conocido y amado, constituye para ti un cristal de roca, pues, precisamente por ello, queda salvado por tu memoria (en toda memoria hay siempre un mecanismo de salvación) con esa dureza y transparencia con que el cristal de roca se manifiesta’, escribe el autor de El tiempo que nos teje (1982) a modo de prólogo.

Con esa imagen en la retina, Puerto se entrega a captar con su pluma todo el ‘fulgor’ que encuentra en ‘lo pequeño, lo ordinario, lo corriente…, que pasa desapercibido, para extraer de ello esa transparencia y dureza que caracterizan al cristal de roca, porque ahí está lo hermoso y fascinante de la existencia de todos’.

Portada de 'Cristal de roca'ED. PÁRAMO

Y esos fulgores traen a su memoria imágenes de una infancia humilde y feliz, en escenarios como la cocina, el baptisterio de la iglesia del pueblo o la caseta pastoril en un paraje boscoso. También traen el recuerdo de un padre cuya vida se iba apagando, poco a poco, pese a lo cual no renunciaba a seguir abrazando afectos. Y reviven en su memoria escenas de complicidad entre unos pequeños y sus mayores, yendo o viniendo del colegio, en travesías en las que, quizá, alguno de ellos obtenga ‘uno de los aprendizajes vitales más provechosos: el de la lentitud, atravesada, sí, por el amor’. Y resuenan en sus oídos las primeras palabras de afecto, las que usan los niños para llamar a sus padres, esas que dejan ‘una huella indeleble en el alma’.

Y el poeta que recuerda los dos únicos títulos –de Pérez Galdós y de Dickens, ambos con el sello del Patronato de Misiones Pedagógicas– que durante un tiempo formaron la humilde y pobre biblioteca familiar, busca las ‘raíces campesinas’ sabedor que en ellas aún palpita ‘un relato encantado del existir, una melodía no falseada que habla de la aventura del ser humano en la tierra’. Y en la alegría de un anciano que sostiene un cuerpo castigado por la diálisis, apuntala lecciones vitales – ‘La muerte no es una amenaza nunca, si sabemos sostener la luz de cada día’, escribe–.

«En su escritura se dan la mano la intensidad, la emoción, la meditación y un decir que quiere ser celebración y fraternidad, para nombrar el mundo, los seres, las criaturas, lo pequeño y lo desatendido, las creaciones artísticas, las melodías de la naturaleza… Sus prosas de creación, como este Cristal de roca, inciden en la memoria del origen y del mito, de esa vivencia que está en la raíz y que, a partir de lo vivido, busca ser palabra que revele y dé sentido a lo que somos», advierten desde el sello vallisoletano que dirige Javier Campelo.