Aida Sandoval nos retrata en las penurias, deseos y secretos de un vecindario
Tras el éxito de ‘Animales hambrientas’, la escritora vuelve al sello vallisoletano Difácil con ‘La muñeca’, novela coral sobre búsqueda de afectos, deseos frustrados, precariedad... y sexo
Después de publicar, tres años antes, Golpes de memoria, en 2022, la Editorial Difácil volvía a abrir su catálogo a la escritora asturiana Aida Sandoval para lanzar a las librerías Animales hambrientas, la ácida historia de supervivencia de una mujer madura, desnortada, y zarandeada por la vida, que, con su mezcla de humor, sexo y crítica subterránea se ganó el favor del lector –ya va por la tercera edición–, hasta el punto de que hasta las reclusas del centro penitenciario de Villabona más dadas a la lectura les leían la novela a sus compañeras por las noches. Todo un fenómeno. Ahora, Aida Sandoval vuelve al sello vallisoletano con La muñeca.
Y en su cuarta novela, la autora de La luz de mi propia sombra (2015), con un estilo fresco y a veces descarnado –‘Todas las mujeres son así: tienes que tragarte su cháchara para que luego ellas no se traguen tu semen. Es un juego con reglas muy confusas...’, sentencia uno de sus protagonistas–, puebla una comunidad de vecinos de almas «rotas». Hasta las muñecas hinchables acaban así.
Seres heridos como esa accidentada bailarina, joven y deseable, que ya no puede bailar ni casi trabajar; o como esa funcionaria que trata de superar el abandono de quien, a golpe de sexo, una vez fue su tabla de salvación; o como esa madre de familia, limpiadora del bloque de viviendas, que se ha ido quedando sin sueños, entre efluvios de lejía, a fuerza de atender a los otros y descuidarse a sí misma, con un marido tan simple como jeta. Son Cachita, Ángela y Gloria. Y luego están ellos: el misógino Eduardo, con sus complejos y su fijación por la sumisión; el salido Belarmino, un cuarentón discapacitado con la libido de un adolescente; o Ignacio, el maduro y soltero profesor de Universidad que, en apariencia, parece un hombre equilibrado, sólido... y deseable. Y un perro, que resulta ser noble como ningún otro de los vecinos que allí habitan.
Así pues, en esta «novela feminista, que no femenina», Sandoval hace de esa comunidad de vecinos un microcosmos. A poco que uno se asome, como lo haría un entomólogo con un hormiguero, podrá reconocer comportamientos o situaciones que no les serán ajenos. «Todos estamos rotos por algún lado. Lo creo así. La diferencia estriba en cómo aceptamos esas heridas: podemos estar deprimido o sobrellevarlo como mejor podamos», reflexiona la escritora gijonesa.
"Todos estamos rotos por algún lado. La diferencia estriba en cómo aceptamos esas heridas"
Si en Animales hambrientas Orwell dejaba su huella, en La muñeca hay algo de Sartre, en el sentido de que es la forma en la que los protagonistas se miran los unos a los otros la que acaba por revelar mucho de lo que cada uno es. «De alguna manera es así. Tú no eres el mismo dentro de casa que cuando sales fuera. Pisas el felpudo, sacudes los pies, y es como que dejas muchas cosas fuera. Nada es lo que parece, ni en la vida, ni en este libro tampoco», advierte Aida Sandoval.
En un momento de la novela, una vidente le lanza una pregunta a Ángela sobre la que parece girar la novela: ‘La pregunta no es si te quieren, es saber para qué te quieren’. «La pregunta, para mí, dice mucho, porque te pueden decir muchas veces que te quieren, pero, para qué. También hay amores que hacen mucho daño. Hay muchos tipos de relaciones, sólo hay que encontrar con la que estés cómodo. Con esta novela quise jugar con esa línea que parece definir lo bueno y lo malo. ¿El tipo de la muñeca hinchable es malo?. ¿Por qué?. Puede que su comportamiento no se ajuste a lo que la sociedad nos pide, pero es, por ejemplo, el único que le brinda ayuda económica a la bailarina de forma desinteresada», plantea Sandoval, que en el libro muestra cómo una pareja, que ha levantado su relación sobre sexo y silencios, acaba por revelarse como una perfecta desconocida, cuando los reproches afloran ya demasiado tarde para curar las heridas.
Con sutileza, Aida Sandoval no solo hila un relato sobre búsqueda de afectos, o sobre la necesidad de sentirse deseado, también plantea cuestiones como la precariedad o el paso del tiempo –desde la despreocupación de la juventud al hastío de quien, sin ser demasiado mayor, claudica ante casi todo–.
«Quería hablar de clases sociales en esta novela. Y la escalera funciona como metáfora. Ninguno sube y baja por ella salvo la limpiadora y la bailarina. El resto está en su clase social: tú limpias y yo soy quien paga. Para mí eso marca. Gloria es un personaje que todos podemos reconocer, con una autoestima por los suelos. La precariedad económica, laboral y emocional van unidas; la falta de recursos condiciona hasta la forma en la que te relacionas», advierte la escritora.
"La precariedad económica, laboral y emocional van unidas; la falta de recursos condiciona hasta la forma en la que te relacionas"
Como animales heridos y acorralados, algunos de los protagonistas que deambulan por la comunidad de vecinos, acaban siguiendo sus instintos, ignorando a la razón, golpeando su ya machacado amor propio, sin que el lector se atreva –por qué será– a juzgarles muy severamente.