Carmelo Gómez: «Si la violencia no se corta de raíz se normaliza, se hace algo casi genético»
El intérprete leonés se sube este fin de semana a las tablas del Teatro Calderón para dar vida a uno de los grandes personajes de Delibes, el Pacífico Pérez de ‘Las guerras de nuestros antepasados’, junto a Miguel Hermoso
Qué decir de este coloso de la escena que, a su pesar, no se prodiga mucho. Carmelo Gómez (Sahagún, León; 1966), dos veces ganador de un Premio Goya por Días contados y El método , se sube este fin de semana a las tablas del Teatro Calderón para encarnar al delibeano Pacífico Pérez de Las guerras de nuestros antepasados junto a Miguel Hermoso . Dirige Claudio Tolcachir ; firma la versión Eduardo Galán .
Pregunta.– Han pasado casi 50 años y aún podemos preguntarnos, como Pacífico Pérez, si en la vida hay que ir siempre contra alguien.
Respuesta.– Y la contestación que le da el tío Paco es fantástica, cuando le dice que eso se llama competir y el remedio no se ha inventado todavía. Eso lo podemos suscribir en estos tiempos. Delibes tenía una ironía hermosa, era tan mordaz que con esas respuestas uno se revuelve en el patio de butacas. Pero ya en las tragedias griegas estaban esas pendencias, los asesinatos, la crueldad...
P.– ¿Cree que ese Human de Otero dividido que alumbra a Pacífico Pérez retrata a este país?
R.– Parece que hay algo alegórico con la cantidad de concomitancias que hay con los conflictos que todavía hoy no se han resuelto, pero no sé hasta qué punto Delibes tenía mucho interés en eso. Y sin embargo ahí está, en esas pequeñas anécdotas que pueden convertirse en algo más grande a los ojos del espectador. Hay, desde luego, una reflexión, un decir que ‘cuanto más juntos, más descuadrillados’. Las peores guerras, sobre todo en este país, se dan entre hermanos, así que está muy bien que esa apreciación se haga.
P.– ¿Qué cosas de Pacífico Pérez ha reconocido Carmelo Gómez de su infancia y juventud en Sahagún?
R.– Reconozco al personaje por todos los costados. Cuando llegó a mis manos esta obra, después de haber manejado cosas que no me terminaban de convencer, se forjó algo. Algo identitario. Yo soy un hombre de pueblo, un muchacho muy apartado del resto del grupo, como le pasa a Pacífico, que vaga solo. Quizá sea eso la supervivencia, no lo sé, pero el caso es que él está ahí porque no puede soportar la violencia que le rodea, porque tiene una hipersensibilidad que nadie le reconoce. Vive y lucha contra su estigma hasta que ya tiene un comportamiento social que todo el mundo reconoce. Ahí empiezan los problemas, no sabe manejar eso y la vida se le va entre las manos.
Yo tuve la suerte que no tuvo Pacífico. Él fue al colegio y volvió. ¡Yo cuando salí no volví jamás, ja, ja! Yo no encajaba en ningún sitio. Ya en Salamanca me decían que esa sensibilidad mía era algo portentoso para lograr eso de ser actor. Yo no me lo podía creer, porque era algo que se me había negado. No hay nada como salir fuera para que alguien te abra los ojos, para que te dé una mirada nueva. Siempre he creído en la Caverna de Platón: hay que salir de lo conocido, porque en lo desconocido está el auténtico misterio.
P.– Cuando Pacífico puede escapar no lo hace. Lleva grabado a fuego el ‘sangra o te sangrarán’, y no quiere formar parte de eso. ¿Qué se hace con alguien así?
R.– Ahora en los pueblos hay otro entorno cultural, gente que te puede brindar otras referencias. En aquellos tiempos eso no existía y cuando uno no encajaba era tachado de loco. Yo tuve la suerte de tener gente que me dijera que me fuera, aunque no supiera adonde. Algo es algo.
P.– ¿En qué ha asesorado a Eduardo Galán a la hora de hacer la versión y cómo ha sido su trabajo con el director Claudio Tolcachir?
R.– Galán se basaba en la versión que hizo Delibes, larga y llena de anecdotario. Pensamos que había que incidir en lo humano y empezamos a intercambiar ideas. Le hablé de las canteas de mi pueblo, a tres bandas, chavales de un pueblo de 5.000 habitantes que se enfrentaban un día sí y otro no. Yo no participaba, pero alguno acababa en León con heridas graves, con la cabeza abierta de una pedrada. Yo eso lo he visto.
Tolcachir, que no conoce ese entorno rural, entró muy de lleno en ello viendo que muchas veces esta violencia, si no es cortada de raíz, se puede convertir en un hábito normalizado, casi genético. Les dije que estaría muy bien hablar de eso: de como se trunca la vida de un hombre y de como la violencia genera violencia, haciendo de alguien bueno, como Pacífico, uno de tantos. Esta es una obra profundamente española, desde luego, pero Tolcachir sabe mucho de violencia con ese pasado que tiene Argentina.
P.– ¿Esa violencia circundante nos condiciona desde niños?
R.– Yo siempre la he tenido muy presente. Mi padre, de niños, cuando no teníamos edad para entender nada, nos decía que cuando muriese Franco viviríamos un conflicto mundial. Seréis carne de cañón, soltaba. Lo tenía grabado: cuando desapareciese el líder, iríamos a la gresca. Luego llegó la democracia, de la que ya nadie se acuerda, que fue un milagro, y no pasó nada. Ni pasará, se pongan como se pongan.
P.– ¿Cómo dice que el de Pacífico puede ser su último papel? ¿Pesan los kilómetros, el desencanto...?
R.– El desencanto es connatural al hombre. Mi caso es el de una subida vertiginosa y el de una caída al vacío más lenta, porque bajo con paraguas, pero definitiva. Eso es algo muy español: subimos las cosas y las dejamos caer por el olvido. Mira los pueblos castellanos, están olvidados. El olvido no nos va a hacer ningún bien, y es algo de debemos resolver cuanto antes. El olvido es tan fácil como la mentira. Y no hay derecho. Mi situación es parecida. Y también he tenido el pico muy largo, he dicho lo que me ha dado la gana cuando quizá no era el momento propicio.
Me gustaría trabajar más, hacer más cine, pero hoy no se puede. El otro día me entero de que Netflix va a hacer una serie sobre Lucio Urtubia. Si este anarquista levantara la cabeza, se espantaría de que una multinacional americana contase su historia. Hoy el cine está muy agarrado al dinero y no tiene la libertad necesaria para contar. Igual me equivoco, pero lo que veo está despojado de verdad, de realismo, de compromiso con la realidad, de sentimiento.