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ENTREVISTA / COQUE MALLA

«Hay un afán censor en los jóvenes que me sorprende»

-JUAN PÉREZ FAJARDO

Publicado por
Julio Tovar
Valladolid

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Parece poco probable que, como contaba hace cuatro años en La señal, Coque Malla (Madrid, 1969) siga preguntándose quién es el hombre en el espejo, incapaz de reconocerse en su reflejo. Tiene muchas caras, sí, pero a conciencia. El actor, compositor y músico publicó a finales de año ¿Revolución?, un disco tan festivo como ácido, cantado como quien reparte guantazos con una sonrisa, y con el que ha ido más allá de los territorios sonoros alcanzados en El último hombre en la tierra (2016), invitando incluso a la grabación a la Orquesta Sinfónica de Bratislava. ‘En el vertedero de ideales / Puedes encontrar a los íconos de tu vanidad / Todo son efectos especiales / Sólo somos máscaras que tratan de ocultar su vulgaridad’ canta en Un lazo rojo, un agujero. Hoy lo presenta en el LAVA (22.00 horas).

Pregunta.– Viendo sus últimos trabajos, tan diferentes entre sí, está claro que no se aburre. ¿Sin riesgo no hay diversión? Su ¿Revolución? parece un disco hecho para explorar sonoridades.

Respuesta.– Absolutamente, aunque no es una decisión de un día para otro. Hay una filosofía profunda, desde hace mucho tiempo, a la hora de afrontar el trabajo, aunque en otros discos no haya investigado tanto, desde un punto de vista instrumental, como en este último. La música es un universo infinito, y hace tiempo que tomé la decisión de ser un viajero sin miedo a ir todo lo lejos que me permitan mi técnica, mis conocimientos y mi talento. Como decía Bowie, el arte es el único ámbito en el que puedes estrellar tu avión y salir ileso, y a mí esa idea me encanta.

No pasa nada, nadie se muere si te arriesgas y fallas. Además, eso te sirve para dar un paso hacia otro lugar. Por ahora, creo que estoy teniendo suerte: no estoy haciendo discos malos; quizá llegarán, y no pasará nada.

P.– Citaba a ese camaleón que era Bowie y en este disco hay algo de camaleónico. Uno escucha la intro de ¿Revolución? y piensa en el minimalismo de Tiersen; la de Un ángel caído evoca a Supertramp; y las cuerdas y vientos de Un lazo rojo, un agujero trasladan al sonido Filadelfia. ¿Esa variedad fue buscada?

R.– No ha sido algo predeterminado. Diría que ha sido algo bastante natural: escucho discos heterogéneos, empezando por los Beatles. Recuerdo con nueve años escuchar todos los días, y varias veces, su Sargent Pepper y su Disco blanco, que recorren casi toda la música contemporánea en 20 canciones. ¿Por qué? Porque eran inquietos, escuchaban todo tipo de música... Eso ha ido calando.

Creo que es una obligación de los músicos, de cualquier profesión, en realidad, probarlo todo. No se trata de escuchar solo los discos que a uno le gustaría hacer, sino hasta la música que no tiene nada que ver contigo y que ni sabes tocar, siempre que te deje una huella, una idea, una sonoridad.

P.– Este disco incita a bailar, pero menudas bofetadas suelta en sus canciones. ¿Es un poco canalla, no?

R.– Es una manera divertida de hacerlo. Yo admiro mucho a Rubén Blades, que a través de un género tan amable y jovial como la salsa cuenta unas historias terroríficas de injusticias, de crímenes.

P.– Aunque en ese rap que se marca con Kase.O ya dice que la revolución ‘será de amor o no será’, pinta un escenario oscuro donde proliferan los ‘anestesiados’. ¿Es optimista?

R.– No, soy bastante pesimista en ese sentido. Vivimos en una estructura tan bestia de poder, con un control de nuestras conciencias enorme, que es muy complicado tirar abajo eso. Además, nosotros no estamos dispuestos al sacrificio que requiere hacerlo, porque implicaría, como punto de partida, cambiar nuestras propias vidas, mandar al carajo nuestros hábitos.

A veces vemos a individuos que lo dejan todo y se van a la otra parte del mundo para vivir de forma austera. Para que se produzca una revolución tiene que pasarle eso a mucha gente. Eso es muy, muy complicado. Tendría que haber un holocausto nuclear, que tampoco es deseable. Lo veo jodido.

P.– Extraterrestre es un canto a no dejarse llevar por la masa, a no caer en el borreguismo. ¿Cómo surgió?

R.– Pensaba en cierta energía, en cierta mala onda que muchas veces se percibe en las redes sociales. A veces hasta las cosas menos polémicas sirven para desatar los odios de algunos. Es algo chungo. Hay un afán censor, represor, que me sorprende que esté en la gente, y sobre todo en muchos jóvenes. Es terrorífico ver al pequeño juez y al pequeño policía que muchos llevan dentro, y que sacan a la luz las redes sociales, que en lugar de unirnos contra el poder nos convierten en pequeños centros de poder.

P.– ¿Le condiciona eso a la hora de componer?

R.– Yo creo que no. Es un acto tan íntimo, tan reservado... Hay sitios a los que no puedes entrar ni tú mismo, que surgen del inconsciente; hay veces que no sabes ni lo que estás escribiendo, que tardas tiempo en comprender. Ese espíritu creador ha de ser libre, y cuando se compone casi hasta se ha de perder la conciencia. No hay juez ni policía que valgan.

P.– Bueno, mire Valtònyc.

R.– Cierto. También nos meten en la cárcel.

P.– América es el relato de cómo un sueño puede convertirse en pesadilla cuando alguien emigra en busca de otra vida. ¿Le ha ocurrido alguna vez?

R.– Es algo que muchas veces me he planteado y que falta en mi vida: el tener la valentía de dejarlo todo e ir a otro país a vivir. De ese deseo no cumplido nace la canción. Es una metáfora de cómo cuando deseamos algo llegamos a idealizarlo, lo vemos como algo maravilloso que va a cambiar nuestras vidas para mejor.Y cuando estamos a punto de conseguirlo... eso se desvanece y cambiamos de deseo.

P.– Por eso quizá sea más importante el camino que llegar al destino, como parece sugerir en El gran viaje a ninguna parte, el tema que cierra el disco y que parece poner fin a este gran relato que es ¿Revolución?.

R.– Absolutamente. Tampoco ha sido eso planificado, porque yo no soy un novelista, pero el disco está escrito en un momento en el que, inconscientemente, tenía que escribir sobre algo que me estaba inquietando. Al poner luego orden a todas las canciones ves que adquieren su sentido.

P.– ¿Esa sonoridad del disco, la puede trasladar a un concierto como el que dará en Valladolid?

R.– Como nos pasó con El último hombre en la tierra, afrontamos el repertorio con cierto miedo, porque tenemos que interpretar unas canciones muy arregladas, con cuerdas y vientos que no podemos llevar al escenario. Pero luego te pones a tocar y las transformas en otra cosa:las canciones son lo único que importa y, además, cuando nacieron con una guitarra y una voz ya eran hermosas y funcionaban. No necesitaban nada más para que te llegaran. Ahora pasarán de tener una forma lujosa, increíble y maravillosa, a mostrar la que da una banda de rock and roll, la de esos músicos que me acompañan desde El último hombre en la tierra. Será un espectáculo de rock muy poderoso, muy bestia.