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ALFREDO NOVAL, ACTOR

«El silencio que se impuso a la mujer creó fantasmas»

El vallisoletano, que ha trabajado a las órdenes de Blanca Portillo y Helena Pimenta, es uno de los protagonistas de ‘Firmado Lejárraga’, montaje del Centro Dramático Nacional que estos días se puede ver en la cartelera madrileña

-MARCOSGPUNTO

Publicado por
Julio Tovar
Valladolid

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El Centro Dramático Nacional vindica estos días la memoria de un ilustre, de una persona culta, viajada, emprendedora, comprometida con el progreso en una época en la que se cernía sobre España la sombra del conflicto. Se codeó con las grandes luminarias de la época y firmó títulos para la posteridad como Canción de cuna (1911), obra de teatro que adaptaría al cine José Luis Garci en los noventa, o el libreto de El amor brujo (1915). Su nombre, sin embargo, pasó desapercibido durante muchísimos años...

Esa persona llena de talento era María de la O Lejárraga (1874-1974) y fue, durante dos décadas, la mujer del reputado Gregorio Martínez Sierra, empresario teatral y ¿dramaturgo?. Durante medio siglo de colaboración entre ambos, él firmó las obras que al parecer escribía ella. Su verdadera historia está siendo relatada estos días –hasta el 22 de diciembre– sobre las tablas del Teatro Valle-Inclán con el espectáculo Firmado Lejárraga, con un reparto que cuenta con el vallisoletano Alfredo Noval y con Cristina Gallego, Miguel Ángel Muñoz, Jorge Usón y Gerald B. Fillmore.

Aún de gira con La viuda valenciana, estrenada en el último Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro, y con el sueño de poder levantar pronto un nuevo montaje junto a su compañía vallisoletana Malalengua, el de Medina del Campo desentraña en esta entrevista las claves de Firmado Lejárraga.

Pregunta.– Es hacer memoria y surgen nombres de mujer como Colette o Böhl de Faber que también tuvieron que esconder su firma para poder publicar. ¿Firmado Lejárraga es algo más que la reivindicación de una gran intelectual?

Respuesta.– Es también el retrato de una época y una sociedad. El CDN cuenta la historia de María Lejárraga para contar la de tantas y tantas mujeres que han quedado en la sombra, que han sufrido esa marginación. Es una reflexión también sobre el paso del tiempo, pues al final ese problema, ese silencio impuesto, creó fantasmas. Eso nos ha empujado a hacer esta obra.

P.– Al padecimiento impuesto en vida por una sociedad machista se añade el olvido al fallecer, como en una segunda muerte.

R.– Eso es. Lo que Vanessa Montfort y Carmela Nogales, la dramaturga y la documentalista, han intentado plasmar en el texto es que María Lejárraga nunca quiso en vida dar un paso adelante, por respeto a su marido: dejó que él apareciese como autor de las obras, hasta que murió éste, cuando ella ya vivía en el exilio en Argentina. Lo cierto es que María fue también dejando como migas de pan, pistas en su correspondencia con Falla, con Turina, con Pérez de Ayala o con Juan Ramón Jiménez. Ellos sabían que, más que colaboraciones, como había dicho su marido, la mayoría de las obras las había escrito ella de forma íntegra.

Y es cierto eso de una segunda muerte: en su obsesión por María, que nos ha contagiado a todo el equipo, Vanessa visitó el cementerio de Buenos Aires para ver su tumba, durante un viaje que hizo a Argentina para presentar su última novela. Se dio cuenta de que no existía tumba e investigando en los registros del cementerio descubrió el certificado en el que constaba que había sido incinerada y sus cenizas arrojadas al río de la Plata. Ni sus sobrinos-nietos conocían ese dato. Acabó sola.

P.– Era alguien brillante.

R.– Era una mujer adelantada a su época. Diputada en el Congreso, una de las mayores defensoras del feminismo en la Segunda República, maestra, hablaba idiomas y traducía, le encantaba viajar, escribió en torno a cinco novelas y 40 obras de teatro... Incluso escribió una obra (Merlín y Vivian o la gata egoísta y el perro atontado) para vender en Hollywood, que fue rechazada; años después, vio su trama copiada en La dama y el vagabundo. Parece que le perseguía esa maldición de permanecer ignorada.

P.– ¿Y cómo lidiaba con su talento su marido, el empresario teatral Gregorio Martínez Sierra?

R.– Este montaje se basa, en parte, en documentos y en testimonios de la familia que aún vive. En una entrevista, alguien le preguntó a Gregorio sobre el rumor que sugería la mano de María en los textos teatrales que firmaba él. En ese momento reconoció que era su mayor colaboradora y que tenía más talento que él, aunque no admitió que era, en realidad, la autora. A lo máximo a lo que llegó es a escribir un certificado en el que reconocía que la mitad de las obras estaban hechas en colaboración con su mujer.

No nos olvidamos de mostrar que él escribir no escribía, pero era, eso sí, un empresario fabuloso. Fue el primero que confió en Lorca; dio salida a El amor brujo de Falla; trabajó con Turina y con Marquina. Cuando conoció a la actriz Catalina Bárcena, María pasó a un segundo plano hasta el punto de que todos los derechos de sus empresas se los cedió a la hija que tuvo con aquella.

P.– Interpreta usted a un investigador actual, que indaga en la vida de Lejárraga, y al mismísimo Juan Ramón Jiménez. Suena a reto.

R.– Es un trabajo complejo. Miguel Ángel Lamata, el director del espectáculo, ha tenido un gran acierto: queriendo contar al público todo el momento histórico que vivió la pareja, ha evitado que esto parezca una clase académica, montando una especie de juicio en el tiempo en el que se ha de decidir, con la labor de tres investigadores, si María escribió o no los textos. En ese contexto, en ese juego escénico de investigación en el que uno está en contra de que eso ocurriera, otro es favorable a esa tesis y otro se mantiene dudando, aparecen como en flashbacks Lorca, Turina o Falla según son nombrados por los investigadores. Ellos, a su vez, traen a escena al fantasma de María. Mi JR es un asistente universitario en prácticas que apoya su investigación en las cartas que escribió Juan Ramón Jiménez. Cuando las saca a relucir es cuando ‘aparece’ él. Ha sido una pasada haber podido investigarle tanto para este papel y descubrir cosas que jamás nos explicaron. Era un melancólico empedernido, un hombre fascinante con no pocos traumas.

P.– Lejárraga es ‘hija’ de la Institución Libre de Enseñanza y esos nombres que cita son algunos de los protagonistas de la Edad de Plata de la cultura en España. ¿Reivindica la obra ese legado masacrado por el Franquismo?

R.– De alguna manera sí, porque uno de los momentos centrales de la obra es cuando ella va al exilio, se marcha a Argentina como hizo Falla, o como Juan Ramón, que se va a Washington con Zenobia.

P.– ¿Usted, que hace poco más de un lustro andaba haciendo con Dran Teatro Himenea, se imaginaba al salir de la Esadcyl en 2011 que trabajaría tan pronto para el Español o el CDN, que formaría parte de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, que acturaría para Blanca Portillo o Helena Pimenta?

R.– Para nada. No ha sido fácil. Sabes que vas a dar lo mejor de ti, que vas a trabajar todo lo que tu cuerpo y tu mente te dejen, pero nunca imaginas que todo ese esfuerzo te va a traer cosas como las que he tenido la suerte de hacer.