El MNE da voz a sus ‘Olvidados’
El Nacional de Escultura saca de su almacén 300 esculturas y piezas artísticas nunca antes mostradas, de los siglos XIII al XVIII, reivindicando el legado de artistas desconocidos y anónimos y su papel como custodio y difusor del patrimonio
Permanecían ocultos a la vista, privados de luz, sin poder ser nombrados por el asombrado visitante y, por lo tanto, casi sin existir. Eran los nadies, los que no son aunque sean. Simples ecos de voces ‘olvidadas’ hasta que ayer, abriéndose las entrañas, mostrando sus arterias, el Museo Nacional de Escultura inauguró la muestra Almacén. El lugar de los invisibles, descubriendo los ‘otros’ tesoros de su colección.
Una exposición en el Palacio de Villena con la que la institución saca a la luz cerca de un 15% de sus fondos, con casi 300 esculturas y piezas artísticas nunca antes exhibidas, en su mayor parte.
«Son los restos del naufragio en el que el patrimonio español, a lo largo del tiempo, ha salvado y ha perdido una parte de su historia en guerras, expolios, ventas fraudulentas...», explicó instantes antes de la inauguración María Bolaños, directora del Museo Nacional de Escultura y comisaria de El lugar de los invisibles, que ha contado con un cuidado y meditado diseño expositivo de Anna Alcubierre, responsable de ‘Espai e’ y que fuera candidata en 2017 a un Max por su escenografía para Jane Eyre, del Teatre Lliure.
El lugar de los invisibles «quiere dar a conocer el misterio» que parece encerrar siempre un gran almacén, al que Bolaños asemejó con una suerte de «cueva de Alí Babá» inaccesible y repleta de tesoros. «Hemos querido dar vida a esos artistas menores, secundarios y anónimos y a esas piezas de segunda y tercera fila del museo, cuya colección, al contrario de lo que ocurre en ElPrado o la National Gallery, nunca se ha planificado», advirtió la responsable de la muestra.
Y esa naturaleza azarosa, que marca el carácter «desvariado» de una colección que en parte «no tiene coherencia», se hace visible en el «aspecto imprevisible y desordenado» de una exposición que «juega con la mezcla de tiempos múltiples» y con una «cierta anarquía natural». Bolaños animó a contemplar este palimpsesto como quien se «enfrenta a la obra de arte sin las muletas del conocimiento, de una manera desnuda». «Cada sala es un paisaje visual. Lo formal es prioritario», subrayó Alcubierre. Tan es así, que el visitante no encontrará cartelas informativas en las paredes –los datos sí pueden consultarse en las hojas de sala–, por más que haya tallas, por ejemplo, de Pompeo Leoni.
Así, El lugar de los invisibles extiende unas obras que en el almacén se vuelven contemporáneas entre sí a lo largo de nueve ámbitos distintos. ‘Repetición’, por ejemplo, saluda al visitante con un despliegue de relicarios napolitanos del XVII y unos medallones con bustos de mártires que dan fe de algo tan habitual en la historia de la escultura como la seriación de modelos.
‘Contrapuntos’ lleva la vista al suelo y el cielo, ensalzando la quietud y el dinamismo. Yacentes y apóstoles adormecidos frente a ángeles alados. Todas, figuras llenas de gravidez para el escultor.
‘Reversos’ muestra la dimensión siempre oculta de las esculturas, su cara posterior tallada a golpe de gubia, vacía por lo general como un árbol seco, reforzada con listones, tensada con paños, pintada en raras ocasiones.
Los crucificados de ‘Variaciones sobre un tema’ servirían para abordar «una historia de la escultura» mediante el estudio de «la torsión de los cuerpos, las formas del paño o la expresividad», con esos Cristos de los siglos XIII al XVIII.
En ‘Estructuras’, la muestra levanta una suerte de bosque repleto de columnas, capiteles y pilastras; también hay frisos y molduras. «Es la arquitectura al servicio de la escultura. Tienen la función de construir un espacio para albergar una escena», resumió Bolaños.
Como los protagonistas de una ópera trágica, en Almacén hay una ‘Coral’, con una colección de santos, mártires y clérigos que, en la individualidad de su mundo propio, parecen dialogar entre sí, y unos ‘Solistas’ con historias singulares, como una Dolorosa que perteneció a un diplomático japonés en la España franquista, o un San Juan casi decapitado «en un ataque iconoclasta en plena Guerra Civil» salvado por el Servicio de Defensa del Patrimonio Artístico Nacional, explicó Bolaños.
Por último, El lugar de los invisibles se cierra con ‘Libreto’, con imágenes que ponen de manifiesto el peso y la presencia de las sagradas escrituras en la cultura cristiana, y ‘Fragmentos’, los últimos y más frágiles restos de los desastres de la historia: brazos de crucificados, bustos sin cuerpo, pequeñas molduras, un San Félix de Valois vestidero...
Bolaños, durante su presentación a los medios, reconocía los hallazgos que había deparado el montaje. «La sorpresa es que las obras tienen tal contundencia física que se acaban imponiendo. Cada una tiene su propia personalidad y cuenta su propia historia», apuntó la comisaria. Historias como la de ese relicario en cuya base se descubrió, durante la preparación de la muestra, un dibujo burlón. «¿Sería la obra de un aprendiz aburrido? ¿Una tabla reaprovechada, quizá?», se preguntó la directora del MNE. Y es que en una colección como la del Nacional de Escultura, «fragmentaria» y «lagunar», aún hay zonas oscuras que han de ser iluminadas por unos conservadores que, si bien tienen todas las piezas catalogadas, no tienen todas aún documentadas por los avatares de la historia convulsa. Al menos, El lugar de los invisibles alumbra una parte ante los ojos del simple espectador.