«La sociedad disimula la existencia del psicópata, el cine la aflora»
El periodista y escritor vallisoletano David Felipe Arranz propone en el ensayo ‘Héroes y villanos en el cine’ un recorrido por los grandes personajes del cine y una reflexión ética sobre la frontera entre el bien y el mal
El vallisoletano David Felipe Arranz, profesor de periodismo en la Universidad Carlos III de Madrid, propone en Héroes y Villanos en el cine. De Shakespeare a Indiana Jones (Editorial Pigmalión) un recorrido por grandes personajes de películas y una reflexión ética sobre las fronteras del bien y el mal a través de la labor de lectura e investigación de cineastas y guionistas.
Pregunta.- ¿Cuál es el objetivo de este trabajo? ¿Cómo surgió la idea?
Respuesta.- Creo que el cine determina conductas y plantea, aun sin que sea la intención inicial de los cineastas, modelos de conducta, tal y como indican filósofos como Stanley Cavell o Eugenio Trías. Esos arquetipos se imprimen en el subconsciente porque en el momento del visionado activan en el espectador una sensibilidad determinada. En mi caso, ese mecanismo se ha producido desde siempre con cineastas como William Wyler, Raoul Walsh, Orson Welles o Stanley Kramer, cuyas obras maestras tuve oportunidad de ver en el Cinematógrafo que coordinaban Luis Martín Arias y Pedro Sáinz Guerra en la antigua Caja de Ahorros Popular en la década de los ochenta.
P.- Hay muchos libros sobre cine. ¿Qué hace diferente a este libro de los otros?
R.- El libro conecta a la literatura y al cine a través de los personajes. A través de una serie de artículos que he ido escribiendo a lo largo de muchos años para la revista Making of. Cuadernos de cine y educación, han aflorado unos denominadores comunes con una base literaria muy fuerte. El libro se sumerge en los orígenes de todos esos personajes maravillosos provenientes de lecturas de guionistas y cineastas. Es lo que Harold Bloom llama «la angustia de las influencias», quien cree en los valores permanentes y perdurables de la literatura. Estamos en esas películas sin siquiera reconocerlo. Woody Allen coincide en eso con Bloom en Sueños de un seductor. Después de Eisenstein, Griffith y Fritz Lang, al que abordo en el libro, todo es una ‘mala’ lectura o lectura desviada a la búsqueda de la originalidad.
P.- Tinta y celuloide unidos en un ensayo de casi 400 páginas. ¿Qué comparten estas dos disciplinas?
R.- El cine es una evolución de los métodos de la narrativa y muchos escritores como Dashiell Hammett, Raymond Chandler, William Faulkner o James Ellroy trabajaron como guionistas. Ambos son relato y aquel es una simplificación de la materia literaria, más rica y sutil porque el lector ha de imaginarse absolutamente todo lo que cuenta el narrador. El salto intermedio entre la novela y el cine es el teatro y el cinematógrafo adapta esa puesta en escena y el rito del público de la teatralidad, no solo porque fue ocupando su espacio tradicional, sin adaptar siquiera las salas, sino porque al principio el cine era simplemente teatro filmado, una barraca de buhoneros que mostraban milagros al público que aplaudía enfervorecido cuando parecía que el tren que llegaba a la estación de Lyon iba a atravesar la pantalla de los Lumière.
P.- Tras escribir este libro, ¿ha llegado a la conclusión de que en la historia del cine existen más héroes o villanos?
R.- Hay tantos héroes como villanos. La diferencia está en que para que el bien triunfe tras un gran esfuerzo, salvo en cintas verdaderamente oscuras como la escalofriante Henry, retrato de un asesino, el malvado ha de desarrollar unas dotes de seducción e ingenio a la altura del reto. El cine expresa la lucha eterna del bien y del mal y ha ido de un reduccionismo –los villanos del cine mudo, casi caricaturescos, o de opereta del cine de Chaplin– a una complejidad en series como Los Soprano, Breaking Bad o Narcos, donde el protagonista es el villano, seres amorales que no dudan en matar para alcanzar la consecución de unos fines nada humanitarios, sino personales y ambiciosos, relacionados con la manipulación, la codicia y el ansia de poder. La sociedad disimula la existencia del psicópata: el cine, en cambio, la aflora. Las Naciones Unidas han anunciado que en 2025 habrá 85.000 psicópatas peligrosos sueltos por el planeta. Es un ejército. Pero es mejor hacernos los suecos y desayunarnos con que un joven ha descuartizado a sangre fría a sus tíos y primos y se ha hecho fotos con sus cadáveres. El cine ya nos ha advertido de eso, ya nos ha contado que el mal en su máxima expresión insondable existe.
P.- ¿Quién sería el héroe por excelencia?
R.- Las virtudes del héroe homérico en La Ilíada y La Odisea son la valentía, la libertad, la justicia y, no lo olvidemos, la venganza. Sus proezas son después cantadas por los poetas solidificando así su fama. Para mí, el cine del Oeste ha sido el que mejor lo ha entendido y el poeta es sustituido por un periodista, que fija en el papel el relato del salvaje Oeste. Ethan Edwards en Centauros del desierto, de John Ford, encarna estas virtudes, y el propio Ford dio un paso más allá en el Tom Doniphon de El hombre que mató a Liberty Valance, en la que propone a un héroe modesto extraordinariamente atractivo y con un gran tormento interior que renuncia a la fama y a la gloria, atributos que se ha encargado de transmitir el reportero Dutton Peabody en una serie de artículos protagonizados por un abogado simpático y pusilánime, Ransom Stoddard. Entonces Doniphon desata su hibris de héroe épico y quema su casa, porque ha perdido incluso a la chica a la que amaba, que se ha enamorado del más popular Stoddard. El mensaje está claro al final de la película en boca de otro periodista, Scott: «Cuando la leyenda se convierte en un hecho, publica la leyenda». Así se fabrican los ‘héroes’ en la modernidad: con más leyenda que méritos.
P.- ¿Y el mayor villano?
R.- Me quedo con la complejidad poliédrica y evolutiva de Darth Vader en la trilogía clásica de los años setenta y ochenta, que creo insuperable: el momento en el que en El retorno del Jedi el malvado por antonomasia, el señor oscuro, rectifica su conducta y salva la vida de su hijo de las garras del emperador a la vez que sacrifica su vida, creo que es de lo mejor escrito nunca para la gran pantalla. Pero en el apartado clásico también me quedo con sir Brack de El príncipe valiente con un James Mason sublime, o el caballero De Bois-Guilbert en Ivanhoe. También tengo debilidad por los villanos de opereta a los que dieron vida Jack Lemmon en La carrera del siglo o Terry-Thomas en Aquellos chalados en sus locos cacharros. Eran cintas que contaban con un gran presupuesto, guiones complejos que pivotaban en torno a las fechorías de los villanos en las carreras de coches y competiciones de aviones a comienzos del siglo XX. No me canso de verlas. También el lado oscuro tras el fracaso tiene su necesario punto de humor y parodia.