ÁNGEL VALLECILLO - ESCRITOR
«Los nacionalismos se nutren teniendo enemigos»
El autor de ‘Colapsos’ vuelve de la mano de Difácil a las librerías con ‘Akúside’, novela distópica y evocadora sobre los nacionalismos etnicistas en la que recrea a un pueblo obsesionado con la pureza racial y el aislacionismo
Un pueblo cuyo origen se pierde en la memoria; un libro sagrado, El Sílex, que destila violencia a raudales; gobernantes corruptos y sin piedad que perpetúan su poder con leyes que sentencian a inocentes; héroes en la encrucijada, a los que su patria les arrebata lo más preciado; un pueblo forzado a dar la espalda al porvenir... Después de casi diez años de trabajo, en los que el texto conoció hasta cinco versiones distintas «con cambios extremos», Ángel Vallecillo vuelve al catálogo de Difácil con Akúside, novela distópica en la que el autor de Colapsos ajusta cuentas con los nacionalismos etnicistas.
Una labor de criba en la que Vallecillo, junto al editor César Sanz (en este año que expira Difácil ha cumplido 20 años) que le animó a recuperar descartes, ha despojado a la novela de su carga metafórica inicial para llegar como un jab al mentón del lector.
Pregunta.– En 2008 comenzó a levantar Akúside, territorio que tanto evoca. Lo cierto es que en este tiempo la realidad a la que remite esta historia distópica ha cambiado sustancialmente. ¿Cómo ha evolucionado la novela estos años?
Respuesta.– La mía es la ‘Generación ETA’. Desde niño he tenido muy presentes las imágenes del terrorismo en televisión, en todas sus fases. Es algo que me ha desarbolado, incluso moralmente cuando se decía que era invencible, que jamás se acabaría con ella. Ese sentimiento ha sido el motor de este libro.
Desde que empecé a escribir la novela, hace casi diez años, hasta hoy, se ha producido un intento de modificar la historia, de blanquear o suavizar ciertos episodios. Yo, que no viví la Guerra Civil ni el Franquismo, siempre había confiado en el género histórico, hasta que he visto ese afán de manipulación.
Sólo he querido dejar testimonio de algo que fue terrorífico, dado el grado de perversión y maldad al que llegaron ETA y el nacionalismo violento vasco. Si he tardado tanto en sacar esta novela es por respeto a aquello: uno en la ficción puede hacer lo que quiera, y Akúside es ficción, pero no quería resultar frívolo.
P.– Ese deseo de respetar esa memoria, en qué medida afectó a la escritura.
R.– Por encima de todo, uno se hace una reflexión como artista que no tiene que ver con la autocensura, sino con que nadie se sienta ofendido. En el tema de ETA yo nunca he podido comprender la equidistancia, aunque entiendo que pueda haber quien diga que la mía es la visión de una parte.
P.– En qué momento decide que lo mejor para plantear esta crítica a los nacionalismos es levantar este universo tan singular, en el que incluso el tiempo parece diluirse hasta el punto en que, por momentos, uno piensa en esas novelas de frontera de Cormac McCarthy.
R.– Hace años viajé a Burkina Faso; lo hice pensando en el tema vasco, buscando la raíz de la sangre, de las piedras... Durante años la izquierda abertzale se remitía a eso: al respeto por las montañas sagradas, a mantener la tierra limpia de la contaminación de agentes extranjeros... Todo eso, para mí, suponía una especie de regresión en el tiempo.
En Akúside hablo de ese intento de los gobernantes de volver a una Arcadia paradisiaca, que lo único que supone es ir en contra del progreso, ralentizarlo hasta el punto de buscar la autarquía, de permanecer encerrados en su propia raza.
Esto hoy puede resultar fuera de lugar, pero hubo un momento en el que se defendía esto. En el documental La piel contra la piedra (Julio Medem, 2003) Otegui habla del respeto a esas montañas sagradas.
P.– Monjes que buscan la perfección del alma y acaban entregados a la violencia, soldados que predican silencio y acaban siendo ajusticiados... El odio está en la esencia de muchas de las leyendas fundacionales sobre las que se levanta Akúside.
R.– Más que sobre la idea de odio, se construye sobre la idea de que todo se puede conseguir con la violencia, que es un elemento tan válido como la política, como el diálogo.
Esas historias, ‘balas’ como las he llamado, son una especie de caricatura de ese mundo. En un momento dado, cuando el nacionalismo vasco intenta defenderse, aun sosteniendo algo del pasado que no tiene encaje en una Europa moderna, reivindica el RH, el ser un pueblo con 7.000 años de antigüedad... Como si esos argumentos conformasen una armazón racional. Por eso inventé estos documentos al estilo de los hallados en el Mar Muerto: son escritos sobre el caparazón de una tortuga que hablan del uso de la violencia para resolver los conflictos y defender la raza, que dicen que cualquiera que pretenda entablar buenas relaciones con los vecinos del Sur, con los Basuras, ha de ser eliminado.
P.– Uno de los personajes advierte del miedo de los gobernantes a que la sociedad deje de odiar.
R.– Lo vemos ahora con Cataluña: lo importante es tener enemigos. Los nacionalismos, todos, se alimentan de eso. En Akúside, el pueblo del Sur son los Basuras; en el País Vasco, al resto del país se le ha acusado de retrógrado, de bruto, de fascista. Se ha generalizado a toda una comunidad tachándola de enemigo... Así es más fácil matar.
P.– ‘Nos educasteis en la utilidad de la violencia. En el todo vale por la independencia de la patria’, lamenta el hijo del gran héroe del pueblo akusara. ¿La paz está en las manos de las nuevas generaciones?
R.– Es la clave de toda la novela. Aquí hay una catarsis, un arrepentimiento de Axiómaco, el gran general que fuera terrorista radical. Su hijo entiende que la sociedad no puede seguir alimentándose de sangre; que la violencia, aunque pueda triunfar, no lleva a nada bueno. Por eso se sacrifica.
Cómo se deshacen las nuevas generaciones del odio que les han inculcado. Yo fui educado en una religión muy estricta, pero fui capaz de ponerlo todo en duda y salir de ello. En el País Vasco hubo una generación de padres que, sin mancharse las manos de sangre, lanzaron a sus hijos a esa espiral, aunque fuera mirando hacia otra parte. Ahí están los ‘niños de la gasolina’, esos gudaris...
P.– Dónde nacen Akúside o el Gran mar Alado. Aparecían citados en su documental Mar de nadie (2009), por ejemplo. ¿Cuánto hay en esta ‘patria’ suya de invención y cuánto de reformulación?
R.– Casi siempre hay un origen fónico en lo que creo. Hay mucho juego: aketom, el emigrante que vuelve a la patria, es el maketo, por ejemplo; los cíos líticas son los niños de piedra, la izquiérda abertzale más radical que vive en un mundo telúrico. Hemos aprendido muchos términos, la mayoría con una connotación bélica, aunque he intentado que no hubiera referencias continuas.
Hay vínculos entre mis obras. En Colapsos tenía pensado incluir una serie de relatos cortos que eliminé y que llevaban por encabezado la palabra Akúside, título también de un cuento infantil escrito para el documental. Lo que ocurre es que esta novela la he tenido muy presente a lo largo de todos estos años.