Nelly, la imagen de resistencia de la Sierra de la Culebra: «Se quemó mi casa recién comprada, pero la reconstruiré»
La Sierra de la Culebra vuelve a la supervivencia una semana después de que se apagara el incendio que la arrasó
- "El humo nos ahogaba. Las niñas no paraban de llorar"
- "Estábamos en el infierno. Como en medio de un volcán"
- Las abejas de los apicultores atrapadas en su propia miel
- "No quería irme. Temía que se murieran mis canarios y mis gatos"
- "El ejemplo es Navalacruz. Y un año después ¿qué? Nada"
- "Vete a saber por dónde va ahora el lobo"
Nelly ha tenido una azarosa vida y ha visto muchas cosas. Francesa de nacimiento, en sus 70 años de vida ha viajado por todo el mundo, desde EE.UU. a Suiza, hasta que al final hace 15 años recaló en la Sierra de la Culebra y acabó viendo lo nunca imaginado: un volcán caído del cielo.
Nada más la dejaron entrar al pueblo tras el desalojo por el incendio fue a visitar su ganadería de cabras y no la casa recién comprada en el pequeño Otero de Bodas y ante la cual lloró, en unas imágenes que la convirtieron en un símbolo involuntario de la catástrofe .
Apenas 15 días antes del mayor incendio de la historia reciente de Castilla y León había firmado la adquisición de una vivienda junto a la carretera. « Me han quemado la casa que acababa de comprar. Es una pena muy grande. Es mi casa, pero que nadie dude que volveré para arriba y la reconstruiré sea como sea. Y que Dios me deje más años para aprovecharla».
Ahora no piensa en la morada que no llegó a estrenar y que no podrá pisar pronto. Le preocupa más cómo sobrevivirán sus cabras sin poder sacarlas a pastorear, su entorno devastado «y lo que han perdido otros» . «Cada vez que miro alrededor se me arranca el corazón . Gracias a la acción de las cuadrillas, de los bomberos, y de la suerte, la nave, los perros y las cabras estaban vivas, aunque dos de ellas habían abortado del estrés». Incluso el remolque había resistido y sus ruedas no prendieron.
La tormenta de ese miércoles 15 de junio, en plena ola de calor, «parecía como otras anteriores» para los vecinos zamoranos acostumbrados a los envites inesperados del tiempo, pero tras varios rayos, varios focos y viento, el fuego fue descendiendo con la inexorabilidad de la lava, imposible de detener en una agónica cuenta atrás para los cientos de paisanos de esta zona zamorana que se vieron asediados por las llamas.
Desalojos forzosos con lo puesto y una bolsa con la ropa interior y la pasta de dientes, noches en vela en el polideportivo de Benavente o en casa ajena preguntándose qué quedaría en pie a su vuelta, miradas continuas al grupo de WhatsApp del pueblo «por si el alcalde informaba» de que se podía volver...
Apenas unos días después de que se haya apagado el incendio en la Sierra de la Culebra, que arrasó más de 30.000 hectáreas de masa forestal, de recursos de los que bebían los municipios para subsistir, por el turismo, la micología, la miel... en este rincón de la Castilla y León más despoblada y aislada, el impacto de esta tragedia se aprecia al mirar al paisaje, que fulminó su verde y amarillo, y a los lugareños, que tratan de recomponerse uniendo fuerzas.
El día anterior pasó el presidente del Gobierno, el primer avistamiento de esa especie. Hoy es un día normal, lluvioso, pero antes de que el agua caiga, del viento pintea ceniza. Todo aquel que trabaja al aire libre, como quienes cortan la leña quemada «que compraran por dos duros», tiene los tintes del minero.
Una semana después de que comenzara el «desastre ecológico» que ya asfixia a la precaria economía de esta tierra, las precipitaciones llegan a destiempo. Lamenta Nelly que aquellos días, tras la tormenta inicial, «viniera el aire maldito, a lo bestia, y la lluvia no cayera».
Similar reflexión se escucha en un corrillo de una esquina de Ferreras de Abajo. Conchita, José, Manuela y María se encuentran tras hacer recados y se arremolinan para comentar la desgracia que comparten, mientras a lo lejos señalan al paisaje quemado donde cayó uno de los primeros rayos de la tormenta eléctrica. Coinciden en que «otros están peor» : «Al menos aquí no ha entrado en el pueblo». Una tragedia que, por fortuna, no se ha llevado ninguna vida humana, pero no ha dejado ninguna vida intacta.
"El humo nos ahogaba. Las niñas no paraban de llorar"
Ellos encontraron refugio en el bar de la localidad. María, que suma 70 años y vivió en pocas horas un doble desalojo, repite varias veces que «fue un drama». «Tras las chispas por el primer rayo nos fuimos al bar. El humo nos ahogaba. Era horrible. No veíamos nada. Casi no nos veíamos entre nosotros, caían cenizas así de gigantes (y extiende las manos) y las niñas, mis nietas, estaban histéricas, asustadas, no paraban de llorar. Se nos iba a quemar todo».
El viernes esta vecina marchó a casa de sus consuegros a Junquera de Tera . Creía que al menos ahí estarían a salvo, pero las llamas, como la sierra, culebrearon como un torrente y les volvieron a alcanzar. «El fuego cruzó el pantano y nos evacuaron otra vez. No nos lo creíamos».
No hacen falta mapas ni señales que indiquen la dirección de las localidades, basta seguir la tierra quemada, las laderas de pinos y alcornoques calcinados que absorben la luz del día. A un puñado de kilómetros se encuentra Ferreras de Arriba . «Ahí sí que les ha pillado más», apunta el grupillo improvisado.
El agrio en la garganta , ese mal sabor y sequedad, se confunde con la abrumadora sensación de lo que se ve. El olor a quemado surge a mitad de camino entre ambas localidades. Y ya no se irá.
A medida que se acerca uno a Ferreras de Arriba se hace más intenso, igual que la tierra negra que deja el verdor atrás.
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"Estábamos en el infierno. Como en medio de un volcán"
Cuenta Montse desde detrás de la barra del bar Acuario que se vio «en el infierno». «Fueron tres noches con mucho miedo. Y ya la última, el viernes, nos desalojaron, nos invadió el humo y nos veíamos casi rodeados. El miércoles empezó y parecía que se había acabado, pero el jueves se reinició y el viernes dio la vuelta por el otro lado y nos tuvieron que desalojar. Salíamos por la carretera, había llamas de 20 metros y nos parecía que estábamos en el infierno. Humo rojo como en medio de un volcán , aunque quedó alguna gente para proteger los rebaños porque quedaban abandonados».
Esa palabra y sus sinónimos se escuchan en varios rincones de las localidades próximas. Abandono, olvidados, perdidos, solos ... «Qué triste que haya tenido que pasar esto para que sepan que estamos aquí», comenta la hostelera, que desconoce si acabará el verano con la persiana subida porque tras los años de pandemia, «esto es la puntilla».
Aun después del desastre, la Sierra de la Culebra sigue manteniendo parte de su atracción. Tanta, que una quisiera ver cuadrillas limpiando con afán a la manera de lo que ocurrió en Galicia tras el desastre del Prestige. Pero este es el chapapote de la España vacía y olvidada. Una isla en tierra.
Y sus habitantes sienten rabia, dolor, pérdida y fatalidad sin aspavientos. Las lágrimas se fueron con el humo, pero el rescoldo queda en el interior. No rinden culto a la televisión, cuya señal muchas veces no llega. Se enteran que han salido en ella por terceros y sin la menor emoción. Saben que necesitan ayuda, pero en su fuero íntimo no la esperan del todo. Saben que, como siempre, lo único seguro son ellos mismos y su resistencia.
Hay fiesta en el pueblo, en Ferreras de Abajo, y la van a celebrar después de dos años de Covid y a pesar del incendio. Los ancianos de la residencia al ser evacuados se sintieron desorientados, después de pasar de la reclusión de la pandemia al desalojo. Ese hilo temporal de calamidad en calamidad lo intentan romper en una celebración de vida en San Juan. Eso sí, sin hoguera. «Sería un insulto para los vecinos».
Entretanto, la sensación común se enquista: «Estamos abandonados. Olvidados. Somos tercermundistas en esta zona» , comenta de refilón Manuela , que no quiere soltar todo lo que opina de quienes administran recursos, quienes decidieron «tarde» elevar el riesgo y no adelantaron el operativo contraincendios o de quienes dependen que reciban ayudas económicas.
«A ver si nos hacen caso y empiezan a tenernos en cuenta, vamos a necesitar muchísimo apoyo», agrega sin demasiada convicción María, sobre los políticos que hoy los visitan y los «olvidarán mañana» . «El daño es incalculable», coinciden Conchita y José, que piden que «a ver si con todo esto arreglan de una vez la cobertura». «Llevábamos varias semanas sin poder hablar, solo a ratos, ahora después del incendio, peor», reivindica Conchita, consciente de que este mensaje tampoco tiene largo alcance. «Te da pena ver todo esto tan negro», señala José, alguacil, en una afirmación que sirve tanto para lo que abarca la vista como para lo que intuyen sus vecinos sobre el porvenir local.
Hay otros, eso sí, como José Luis, que se ve a sí mismo como «el más afortunado del pueblo» . «Ya las puedes dar por perdidas», le dijeron todos por sus dos hectáreas de encinar. «Fui y estaban milagrosamente intactas».
Las abejas de los apicultores atrapadas en su propia miel
Milagro o algo similar parece puesto que «se han perdido multitud de fincas con árboles, con castaños, huertos...». Trozos de terruño que mantenían familias. Las abejas de los apicultores atrapadas en su propia miel. « Con las castañas muchos se sacaban un dinero importante, como con las setas, que las recogían y las vendían y suponía los ingresos fundamentales de algunos vecinos, solo que los castaños eran centenarios y de la propiedad de cada uno, los plantaron nuestros abuelo o tatarabuelos. Si ahora levantaran la cabeza y vieran todo esto así...», recuentan en la barra de Montse, Fonsi y José , dos de esos paisanos que vienen de cortar leña y recuerdan cómo «hace 30 años se quemó parte de lo mismo que ahora». «No nos desalojaron y los vecinos salieron a apagarlo».
También hubo en esta ocasión quienes desoyeron la orden de abandonar el pueblo y se escondieron sin que los detectaran los agentes de la benemérita. Entre ellos, un pastor «que se quedó con sus ovejas a defender el rebaño. Encendió la manguera y se puso a refrescar la zona».
Con el incendio apagado, José y Fonsi realizan un escueto pero certero resumen de la situación general a varios kilómetros a la redonda: « Ya todo está perdido . Tantos pueblos de la reserva. Mal. Fatal».
"No quería dejar mi casa. Temía que se murieran mis canarios y mis gatos"
En Villardeciervos , Pilar, Teresa y César son tres vecinos que salen a la puerta de casa a contarse cómo lo pasaron. César, octogenario como Pilar, no quería dejar su casa «por nada del mundo». «Tenía miedo de que se murieran mis canarios y mis gatos». Sobrevivieron. Pilar reconoce que tuvo «mucho miedo». « Lo teníamos aquí al lado , veíamos que las llamas llegaban al pueblo. Todo el mundo miraba al fuego. Cada vez estaba más para acá», indican Teresa y Pilar. «Fue muy intenso y con mucho estrés, nos asustamos», apostillan.
También en Otero de Bodas se muestran «apesadumbrados» y reclaman que esas compensaciones económicas de las que ahora hablan desde la Junta y el Gobierno central no se queden en anuncios rimbombantes.
"El ejemplo es Navalacruz. Y un año después ¿qué? Nada"
Hasta la pared trasera del bar de Pedro en esa localidad, una de las más devoradas, se aproximaron las llamaradas, pero no rebasaron el límite del negocio. «No sabía si se iba a salvar», reconoce desde dentro del bar que regenta, El Portalico , en el que pensaba cuando les echaron del pueblo por el elevado riesgo. «Con el fuego aquí cerca, uno estaba a unos cuantos kilómetros, pero la mente se encontraba aquí, con incertidumbre por si cuando volviera iba a haber algo o no iba a haber nada. Fue un sinvivir eso ».
Superada esa preocupación inicial, le invade la tensión por el futuro, el más inmediato y el lejano. «No sé yo si nos van a hacer mucho caso, si nos van a ayudar de verdad», apunta Pedro. « El ejemplo lo tenemos en Ávila, con el incendio de Navalacruz. Y un año después ¿qué? Nada ».
Le escuchan con atención Olegario, Alberto, Isidro, Martín Jesús, Ángel ... algunos de los habituales que tampoco pueden conversar sobre otra cuestión. «Está claro que faltaron medios y que estamos aquí en el olvido», asevera Ángel, albañil retirado. «Una pena. Los verdaderos héroes fueron los de la UME y los bomberos» , aporta Olegario. «Pensábamos que, bueno, lo controlarían, había unos vientos muy complicados y al final terminó así», reconoce Isidro.
Desde la cristalera de la cafetería se alzan enfrente las marcas del fuego. Una casa quemada. «Estaba deshabitada», celebra, con las huellas del incendio bajo sus pies, Isidro , profesor jubilado que ha salvado la casa rural que ahora gestiona.
Poco a poco, algunos fieles de El Portalico se van sumando y se dan el parte de novedades. « Los corzos me han saltado al huerto , algo tienen que comer, no son tontos», informa Ángel. Isidro, preocupado por de qué se van a alimentar los animales ahora que han perdido el entorno natural, forma parte de una plataforma espontánea que se dedica a recopilar donativos y comida para las ganaderías y para los animales que todavía se encuentren por la zona. Preparan improvisados abrevaderos y dejan repartidos al aire libre pan duro, maíz o lo que consiguen.
"Vete a saber por dónde va ahora el lobo"
Cada uno se afana en echar un cable en lo que pueda. Afirma Isidro que «todo el mundo está un poco desolado». « Sales a pasear y ves todo negro. Por la economía, pero también por las pérdidas que hay para los animales, para el hábitat, tenemos muchos ciervos, jabalíes, incluso el lobo, que vete a saber por dónde ha ido ahora».
Montse sigue tratando de asimilar la traumática experiencia. «En la vida habíamos vivido algo así. Y aunque lo veas por la tele... Se nos va a quedar en la memoria a todos para siempre. Pensábamos que ahí se acababa todo, que no volveríamos a ver nuestras casas. Lo veíamos tan cerca del pueblo...».
Hoy el cielo lagrimea por llegar tarde, pero, empapada y tiznada, los ojos de Nelly no lloran. Incluso sonríe. Ha conseguido algo de cobertura y así hablar con la familia en el extranjero que no sabían de su suerte. Ama esta tierra que le ha concedido una vida plena. Administra con cautela el forraje que el Ayuntamiento le envió como urgencia y calcula con preocupación que durará apenas quince días para que sus cabras no pasen hambre.
Calcula el crédito o «lo que sea» que pedirá para levantar el tejado de su casa. Su mantra. El tejado. «Voy a volver construirlo». Y al levantar las manos abarca toda la sierra.