El alcalde leonés que murió en Mauthausen
Un libro salva del olvido la vida de Elpidio González, último edil republicano de Palacios del Sil / Su biografía sirve para describir la España rural en los años previos a la Guerra Civil, cuando se incubó un enfrentamiento personal e ideológico entre vecinos / Una crónica donde «la microhistoria se engarza con la historia del mundo»
Ochenta años se cumplieron el 20 de agosto desde que partió de Angulema con destino incierto el llamado ‘convoy de los 927’, un vagón con 437 mujeres y niños y 490 hombres, españoles todos exiliados en Francia . Hacinados en un vagón de mercancías, sin apenas aire para respirar y usando como letrinas unos cubos cuyo contenido se desparramaría una y otra vez con el traqueteo, los ocupantes tuvieron cuatro días de viaje para elucubrar sobre el lugar adonde llegarían. Los más optimistas confiaban en alcanzar Rusia o la zona libre francesa; los más pesimistas temían ser devueltos a una España de cuyo régimen franquista habían salido huyendo. Ninguna hipótesis podía entonces siquiera imaginar un destino más pavoroso: el 24 de agosto aquel tren paraba en el apeadero de Mauthausen, el primer campo de concentración construido fuera de las fronteras alemanas y el que recibiría con el paso de los años al mayor número de españoles de cuantos recintos levantaría el III Reich para la esclavitud y el exterminio. Así lo relata Víctor del Reguero en su libro Anatomía de una discordia. De Palacios del Sil al campo de Mauthausen, un documentado trabajo que cumple con dos grandes propósitos, uno de ellos «salvaguardar» del olvido la vida de Elpidio González, uno de los pocos ocupantes de aquel convoy cuya identidad hoy se conoce.
Para entender cómo aquel berciano nacido en 1905 en Palacios del Sil acabó prisionero en Mauthausen y encontró la muerte en el anexo campo de Gusen en 1941, el autor recorre la vida del protagonista y rescata algunos episodios desconocidos por sus propios familiares. Pero la reconstrucción del relato, a su vez, trasciende lo particular y sirve al autor para el otro propósito principal: escribir un libro de historia donde a partir de lo concreto radiografía la sociedad rural española durante el primer tercio del siglo pasado. Y lo hace desde un pueblo remoto de la provincia de León donde los conflictos y las inquinas personales ente vecinos o, incluso, entre miembros de una misma familia, se fueron incubando durante años, para estallar con virulencia durante la contienda y permanecer en algunos casos activos en la actualidad. Es «un libro en el que la microhistoria se engarza con la historia del mundo» , resume Víctor del Reguero en la introducción.
El autor, nacido en Villablino pero con vínculos familiares en Palacio del Sil, conocía «de siempre» la figura de Elpidio González, que fue el último alcalde republicano de este municipio antes de la Guerra Civil. «Ví que había una historia y empecé a recopilar documentación», relata. Y lo que en inicio «iba a ser un librín de cien páginas» fue engordado a medida que escarbaba en los archivos y brotaban nuevos episodios, nuevas imágenes, hasta completar las 390 caras de hoja finalmente cosidas en este trabajo, incluyendo los anexos con manuscritos, registros del padrón municipal o resultados electorales que dan fe de un «relato histórico lo más minucioso posible».
Porque en esta anatomía, el historiador aplica la precisión y el rigor de un forense para diseccionar unos episodios de los que, durante décadas, «se hablaba poco o no se hablaba». «No se trata de reabrir heridas, como tantas veces se ha dicho con nula empatía hacia las víctimas y sus familias, ni tampoco de instaurar un pensamiento equidistante de la lucha de las ‘las dos Españas’ con ideologías e intereses enfrentados que poco se aproxime a la realidad» , anticipa el autor en la introducción. «A partir de la observancia de lo que aquí se cuenta», apostilla, «cada uno arrastrará el relato que le hayan brindado, tendrá su opinión o no, o podrá formarla, enriquecerla, rectificarla, mantenerla o matizarla» al menos «con una certeza»: «en estas páginas no está todo ni lo estará nunca, pero sí está lo esencial y, ante todo, lo documentado».
Con este trabajo ha podido atestiguar, por ejemplo, algunas de las historias que escuchó siendo guaje. Cuenta el autor que primera noticia que él tuvo de la Guerra Civil –que entonces era «la guerra» a secas– la escuchó en boca de su abuela y su tía abuela, que siendo niñas fueron testigo del día que «el puente apareció volado» o cómo en ese mismo lugar «habían cortado la cabeza» a un hombre. El libro da cuenta de ambos hechos y relata cómo las fuerzas populares republicanas volaron los pasos de ferrocarriles y carreteras para obstaculizar el avance de las tropas golpistas, entre ellos el puente de la carretera en Villarino del Sil, cuya imagen incorpora el libro, así como el relato de aquel paseado cuyo cuerpo sin vida fue abandonado junto a aquellas piedras de mampostería.
El papel público que tuvo Elpidio González ha permitido seguir las muchas huellas documentales que dejó a lo largo de sus 36 años de vida, una «suerte», recuerda el autor, que no existe sobre la mayoría de sus coetáneos, que no dejaron rastro. De hecho, a este historiador recurren a menudo paisanos decididos a recuperar la memoria de algún familiar desaparecido . «Es que mi padre desapareció, era albañil o minero... puedes devanarte los sesos pero no encuentras ni la esquela» , como mucho la anotación de su nacimiento o muerte en la parroquia o en los registros civiles. En la mayoría de los casos, por más que se quiera indagar, es imposible hacerlo, lamenta Del Reguero.
En eso Elpidio González es una excepción. Su rastro documental no se debe tanto a haber ocupado la alcaldía, ya que apenas sostuvo el bastón de mando durante cuatro meses, de marzo a julio, sino por sus actividades industriales en el seno de una conocida familia con prósperos negocios en la zona.
Hijo del secretario municipal, comerciante de patatas, dedicado al transporte de mercancías y a la elaboración de mantequillas, ejerció también como administrador de arbitrios, cumplió el servicio militar y participó en sonados juicios que también dejaron su registro judicial. De todo ello hay papeles que atestiguan sus pasos y que han hecho posible seguir las pistas de su vida.
Aunque la narración podría extrapolarse a tantos otros municipios de la época, confluyen aquí elementos singulares. Excepcionales fueron las pugnas derivadas de la práctica cinegética en una zona con una reserva muy importante, donde la caza era un entretenimiento para los señoritos pero también fuente de alimento para las clases menos pudientes. En ese contexto transcurre la discordia que da título al libro y que tiene su punto de inflexión en el año 1929, cuando el médico José Sabugo Álvarez , junto a otros vecinos de tendencia derechista y monárquica , se hacen con la concesión del vedado de la mancomunidad de montes. Aumentaron entonces las denuncias cruzadas. De un lado, a los socios, por prácticas no autorizadas como cazar en días de nieve. De otro lado, las acusaciones de caza furtiva.
La polarización se fue recrudeciendo. En el mismo bando que el médico, el sacerdote, el somatenista, el juez municipal... Al otro lado de la discordia, familiares y amigos de Elpidio González, un sector del vecindario que comenzó a ser perseguido y que «coincidía en buena medida con los que iban a formar parte del círculo republicano local y que, al cabo de pocos años, terminarían en su vida represaliados». «La mecha» se fue encendiendo durante años, explica el historiador. Ya en el 35 se dan episodios violentos y a partir del 36 la lucha es «despiadada entre los vecinos, entre miembros de las mismas familias, con enemistades que incluso se mantienen hoy en día».
Víctor del Reguero destaca otro elemento poco común que alimentó este escenario de posturas enconadas en Palacios del Sil: la intensidad del activismo antirrepublicano como demuestra la fuerza de las Juventudes de Acción Patriótica , las JAP, un movimiento que apenas caló en otros entornos rurales.
Tras la sublevación del 18 de julio, Elpidio González huyó junto a otros compañeros republicanos a Asturias y a Cataluña para cruzar después a Francia por los Pirineos «como uno más de aquella riada de refugiados» que «buscaban la esperanza en una Europa en la que en poco tiempo iba a comenzar la guerra». «Otra guerra y la misma guerra», apostilla el historiador.
Su paso por Francia queda atestiguado primero en campos de refugiados y luego en una granja al suroeste del país. Desde allí, desde Angulema, Elpidio González fue conducido la tarde del 20 de agosto de 1940 «en un tren sin conocer su destino» par a ingresar cuatro días más tarde en el campo de Mauthausen con el número 4.180, su única identidad allí junto a un triángulo de tela azul y una letra ‘S’ en su interior que reconocía a los apátridas españoles .
Dado que el trabajo se demoró más de lo previsto, no ha sido premeditada su publicación ahora coincidiendo con el 75 aniversario de la liberación del campo de Mauthausen por parte de las tropas estadounidenses.
Cinco meses después de llegar, ingresó en el anexo campo de Gusen, adonde llevaban a los prisioneros débiles y enfermos, inservibles ya como mano de obra nazi, esta vez con el número 9.310. A los ocho meses, en septiembre de 1941, murió y fue incinerado en el crematorio de Gusen con el mismo «adiós silencioso con que miles de vidas se convirtieron en humo de cenizas y polvo de olvido». Un olvido revertido gracias a este libro, que «salvaguarda ya para siempre» la historia personal que escondían esos números.