Diario de Valladolid

‘Malasganas’ luce su rebeldía ensabanada antes de enfilar las calles de Cuéllar

Los astados de Condessa de Sobral, de ennoblecida embestida, lucen su diversidad cromática y sus hechuras en un cuarto encierro sin heridos

Un mozo citando al toro de la ganadería Condessa de Sobral en el cuarto encierro de Cuéllar.-ICAL

Un mozo citando al toro de la ganadería Condessa de Sobral en el cuarto encierro de Cuéllar.-ICAL

Publicado por
César Mata

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El cromatismo diverso de los astados de Condessa de Sobral desvela su origen genético, su procedencia y la amalgama de sangres bravas creada a los pies del castillo de Torrestrella, en las faldas de la gaditana Medina Sidonia. Desde allí fueron hasta tierras lusitanas, cerca de Beja, a los predios de Herdade dos Montezes, donde se cría esta vacada que desde hace un puñado de temporadas es propiedad del empresario Manuel Vázquez. El Guadiana, con su tranco leve y lento, vigila esta vacada, habitual en los últimos años en los encierros y la feria cuellaranos. Su nobleza encastada les facilita la contraseña para anunciarse en la villa mudéjar.

En el sexteto que llegó, primero, a la finca vallisoletana de Carmona, en Castronuño, y después a los corrales del río Cega, rodeados de pinares, predominaba el pelo burraco, salpicado. También el negro, y un ejemplar cuya coloración se ubica en una tonalidad entre el colorado y el melocotón. Ninguno jabonero, como en años anteriores. Sí un hermoso y musculado ejemplar de pelo ensabanado, capirote.

‘Malasganas’, que ese era el nombre del utrero de Condessa de Sobral, tomó la iniciativa en la suelta, con pulso y galope potentes, para introducirse en los pinares como conquistador de una tierra ignota, arenosa. Los bueyes colaboraron con un ritmo sostenido y vibrante, como legionarios gallardos, que provocó la formación de pequeños grupos diseminados. El paso por la angostura de Las Máquinas, apenas pasados cinco minutos desde que se abrieron los portalones del Puente Segoviano, mostró un desgaste de energías inusual.

Era evidente que, ante tal velocidad de navegación de las reses por el mar de pinares se imponía un descanso profundo. Quietud y recuperación de fuerzas. Regreso al orden, a la convivencia de la pequeña piara de bravos y mansos. La compensación no solo opera en los créditos, por obra y gracia del Código Civil, también tiene su sentido en el campo, con los animales. Recuperar la calma necesita congelar las emociones y ralentizar las pulsaciones.

La suave inclinación de la inmensa rastrojera colabora para ir reuniendo a los astados. Sin prisa, incluso creando la sensación de que van donde quieren… aunque se les haga querer lo que conviene para que la costumbre inmemorial no se quede sin cobertura, colgada.

Tras atravesar el túnel de la autovía que une las capitales de Segovia y Valladolid, las garrochas imponen un nuevo descanso. Largo. Dibujan un enorme peine inverso que clama hacia el cielo; una simetría campera y aguerrida. Pepe Mayoral y Pedro Caminero contemplan con inquietud al grupo. La respiración de los animales se templa e iguala. La calma es tensa, pero los seis utreros de Condessa de Sobral están juntos, reunidos. Nos es lo mismo uno más uno hasta contar seis, que media docena en un palmo de terreno.

Como los coches de fricción, los ejemplares del hierro lusitano han recuperado fuerzas y en cuanto se les permita reanudar la marcha no van a parar. Los saben las monturas más expertas. Con los primeros trancos la comitiva va tomando velocidad, sin desbocarse, pero sin visos de ralentizar su marcha. Y así sucede…

Uno, dos, tres… hasta cinco. Enfilan y descienden por el embudo los de Condessa de Cobral. Cinco, falta uno por tanto. Es ‘Malasganas’, ese ejemplar ensabanado, de aspecto fiero, con aire de toro antiguo, que ha decidido pasearse, lucirse, con galope serio, por el páramo desde el que se divisa la silueta mudéjar de la villa cuellarana.

La buena tarea de los caballistas, que lo reconducen, permite que enfile las calles, donde ya los mozos templan suaves embestidas de ibérica mixtura y temple soberbio. Un encierro, cual Viriato, que conquista la tradición.

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