EDUCACIÓN EN LOS CENTROS PENITENCIARIOS
El libro es la llave
Uno de cada tres reclusos, de los 4.390 de la Comunidad, estudia. Un centenar cursa grados universitarios y la mayoría opta por convertirse en abogado, educador social o titulado en Administración de empresas. Puede generarles beneficios y adelantar la libertad condicional . Un docente: «Tratamos de que vean que hay otro camino»
Ese día faltaron dos alumnos, pero no hay riesgo de que hicieran pellas. Su paradero era de sobra conocido y su ausencia no podía estar más justificada, ya que el juez les había reclamado en tribunales.
Las clases en los centros penitenciarios tienen muchas singularidades. Las cuestiones procesales influyen en su desarrollo y, también, la diferencia de niveles en un mismo curso. Pero ya son muchos los presos que saben que no hay una lija escondida dentro del libro, sino que el libro es la llave.
«No puede entenderse como una maquinaria de expender títulos; hay muchas lagunas que condicionan el trabajo y a veces es más importante escuchar que hablar», defiende un profesor, que para acudir al aula no va a un colegio, instituto o facultad cualquiera. Tiene plaza de funcionario en una prisión de Castilla y León.
Cada día, trata de crear un ambiente adecuado, difuminando el carácter carcelario, «desprisionalizándolo, para que el interno libere tensiones y se sienta motivado». También, para que «vea que hay otro camino y sepa que si se prepara se puede adaptar mejor a la sociedad».
Las cifras sitúan estudiando a uno de cada tres reclusos que cumple su pena en alguna prisión de Castilla y León.
En la Comunidad, 1.495 presos están matriculados en algún tipo de enseñanza y representan el 36,2% de los 4.390 presos que conformaban la población reclusa de Castilla y León a finales de 2015. Este censo autonómico incluye a 4.091 hombres y a 299 mujeres.
De todos los reclusos convertidos de nuevo en alumnos, sólo un centenar (95) estudia enseñanzas universitarias.
Entre aquellos internos que estudian, proliferan los que quieren cambiar el papel que hasta ahora han interpretado en la vida, si hubieran tenido un mejor abogado, una ayuda en el momento oportuno o más medios económicos. Aspiran a situarse al otro lado del banquillo o de la mesa, y convertirse en abogados, educadores sociales y expertos en Administración de empresas.
Estos tres títulos son los más demandados entre los internos que cursan estudios universitarios en los ocho centros penitenciarios de Castilla y León. Salvo la clara preferencia por Derecho, Educación Social y Administración de Empresas, no se aprecia ninguna titulación más deseada.
Constan matriculados en otra decena de títulos distintos, como Trabajo Social, Estudios Ingleses, Turismo, Geografía e Historia, Psicología, Pedagogía, Antropología o Filosofía.
A lo complicado de su estancia entre barrotes, se suma el vacío del después. La temida reinserción, condicionada aún más por los efectos de la crisis, lleva a muchos reos a aprovechar el tiempo en el que están privados de libertad para adquirir nuevos conocimientos y un título que les sirva para volver a empezar con alguna esperanza de éxito. «Tratamos de aumentar su interés por los libros, para que mejoren su nivel cultural y, a la vez, sus expectativas de futuro», indica a este periódico un docente.
Los beneficios que pueden conseguir por estudiar son otra fuente de atracción para el alumnado.
Por cursar alguna enseñanza se abre la posibilidad de acceder a un adelantamiento de la libertad condicional de hasta 90 días por cada año efectivo cumplido de pena.
Además, tienen posibilidades meritorias en sus expedientes, más fácil acceso a comunicaciones especiales o al vis a vis, aunque depende de la evolución de cada persona.
En el caso concreto de los grados universitarios, para cursarlos, los reclusos están matriculados a distancia, gracias a un acuerdo entre el Ministerio de Educación y la Universidad a Distancia (Uned), y los cursos los sufraga el Ministerio, en virtud de ese marco de colaboración.
Con el desarrollo de la legislación penitenciaria, existe firmado un convenio de colaboración con la Universidad Nacional de Educación a Distancia y con la Secretaría General de Universidades, por el que las personas que están en prisión pueden realizar los estudios que imparte la Uned en «idénticas condiciones que el resto de los ciudadanos».
Pese a esta premisa, el funcionamiento, a la fuerza, viene condicionado por el entorno.
Por lo general, no existen límites de plazas, los profesores realizan un esfuerzo extra para que la situación que vive cada uno en la propia cárcel «no les disperse más», y el efecto perseguido va más allá de tener nociones de una materia en concreto; pretenden dejar huella «en su comportamiento y en cómo se enfrentan a su día a día».
A pesar de las diferencias con cualquier otro centro, estos profesores también se enfrentan a uno de los principales y clásicos enemigos de las aulas: el absentismo; muchos reclusos optan por acudir a actividades ocupaciones [«en ocasiones están remuneradas», aclaran] y hacer ‘novillos’.
Por ello, redoblan esfuerzos en la coordinación monitores, psicólogos, equipo médico y equipo de tratamiento.
Los programas educativos que se imparten en la institución penitenciaria son programas de alfabetización para adultos, programas de consolidación de conocimientos, de educación secundaria para adultos, de alfabetización y castellano para extranjeros, además de Bachillerato y ciclos formativos de grado medio y superior y, también, de la escuela oficial de idiomas.
Por lo general, las enseñanzas que más proliferan son las de menor nivel educativo. Las iniciales de Educación básica de personas adultas las cursan 882 personas, el 21,3% de los internos de la Comunidad.
Estas clases cubren aspectos elementales como la alfabetización, la postalfabetización y los conceptos previos a la Secundaria.
Este escalón, el de la Educación Secundaria, es el segundo más demandado entre quienes cumplen una pena privativa de libertad. Tres centenares de alumnos (302) acuden dentro de alguna de las prisiones a estas clases, en las que se imparten lengua, matemáticas, ciencias o historia, entre otras asignaturas.
El tiempo pasa despacio y varios internos combinan el estudio con la realización de talleres o el desempeño de distintas labores, pero el porcentaje de reclusos que optan por estudiar se mantiene estable cada año.
A finales de 2013 la proporción fue similar a la del último año y, desde entonces, la cifra continúa constante, alrededor del 30%.
Desde Instituciones Penitenciarias aseguran que «en los últimos años se ha realizado un notable esfuerzo para potenciar la actividad docente, aumentando el número de profesionales en este campo y realizando planes de captación entre los internos menos motivados».