Diario de Valladolid

ACOGIMIENTO FAMILIAR

Padres sin apellidos

Más de 600 familias acogen temporalmente a menores y reconocen que la despedida es lo más difícil / Aportan un hogar, normalidad y afecto

Guillermo, burgalés de 35 años, que fue acogido por una familia.-ISRAEL L. MURILLO

Guillermo, burgalés de 35 años, que fue acogido por una familia.-ISRAEL L. MURILLO

Publicado por
Alicia Calvo
Valladolid

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Víctor tenía diez años. Al poco de llegar al hogar segoviano de Soledad y su marido, salía de casa de repente, «echaba a correr y correr por el pueblo y, después de un rato largo», se paraba en una esquina, hecho un ovillo, y gritaba. «Al principio, lo miraba con pena, ya no».

Soledad habla así del niño de acogida que «ni besaba ni abrazaba ni casi hablaba» y que, ahora, seis años después, «sonríe», no escatima en achuchones y «también corre», pero ya no huye.

Quizá porque Soledad conoce demasiado bien lo que es ser una ‘niña de acogida’ –en centros y con particulares– decidió formar parte de esa pequeña familia acogedora de Castilla y León. En la actualidad, hay 656 acogimientos familiares. La mitad de esos menores se encuentran con allegados y otros tantos con familias ajenas, como la de Soledad.

La mayoría de acogimientos tienen carácter temporal, con un máximo de dos años, aunque también hay casos en los que éstos son permanentes, como el de Víctor. Después de los 18 años, si ambas partes quieren, puede continuar juntos. Aunque, en todas las situaciones, la Junta posee la tutela del menor.

Soledad justifica en lo que ella anheló el por qué de su participación en este proyecto. «Quise dar a alguien la oportunidad que en alguna ocasión me dieron a mí. De conocer una familia, normalizar tu vida, no tener que cenar con veinte niños a la vez, poderte ir a la cama tú sólo y no con un montón de niños, sentir que alguien está pendiente de ti».

Todo esto es lo que ella apenas pudo disfrutar. Su padre terminó en la cárcel por robo y su madre se refugió en el alcohol. Soledad ya ha cumplido 54 años, pero cuando tenía 2 reparó en el equivalente a los centros de acogida de hoy, de Soria, Guadarrama o de Pamplona. No recuerda cuánto tiempo pernoctó en cada lugar. Sólo que cuando su madre iba a recogerla, pese a todo, «deseaba verla». Hasta que volvía a recaer y comenzaba la tournée.

Por lo acumulado, comprende la primera máxima de la acogida. «No somos sus padres. No es una adopción y no es para siempre. Les damos un hogar, tranquilidad, valores, cariño, pero hay que tener clara nuestra función», comenta Soledad. «Tenemos que ser muy conscientes de que el crío tiene unos padres y, también, si es temporal, que se marchará pronto con una familia con la que estará bien, o la suya o una adoptiva». Lo subraya y apostilla que, por su experiencia, asume con cierta facilidad la parte, a priori, «más traumática».

De hecho, no sólo han acogido a Víctor, de 16 años, que aún permanece con ellos «porque no tiene ninguna visita» y, de no aparecer ningún familiar, seguirá en su casa «hasta que él quiera». Hace casi tres años, «Isabelita», con sólo 18 días, fue acogida por la pareja, que también tiene una hija de 36 años.

Fueron dos meses de biberones cada cuatro horas, de chupete cuando lloraba, de tumbarla alternando un lado y otro para que estuviera más cómoda... «Fue muy agradable». Tanto que al marido de Soledad le costó despedirse y lo afrontó peor. «Claro que les coges cariño. Le expliqué que tendría una familia para siempre; que la querrían y que estaría bien. Al final, se hizo a la idea y la recuerda con cariño».

A la inversa también sucede. Soledad habla con afecto de la mujer que indirectamente provocó que en su casa puedan convivir niños a los que no les une el apellido. Cuando Soledad contaba seis o siete años, pasó una temporada, que no sabe precisar, con una señora llamada Maura. «De pequeña no valoras cuando te coge gente, pero ahora me acuerdo mucho de ella. Me sentía como en una familia», cuenta esta mujer, que espera que el ciclo continúe y cada vez se apunten más «a ayudar al otro».

Han pasado casi cinco décadas, pero trae al presente aquellos días en los que ayudaba «a hacer las camas, cenaba en familia, veía la televisión» y le decían ‘cállate que es la hora del telediario’. «Me gustaba que alguien se ocupara de mí». Igual que ella se desveló más de una noche por Isabelita y Víctor.

De la familia que adoptó a Isabelita recibe fotos por WhatsApp, pero responde con un escueto ‘gracias’. «No quiero interferir y sus padres parecen buena gente. No se acordará de mí y no pinto nada en su vida. Si fuera más mayor y ella quisiera visitarnos y, a la familia le pareciera bien, todavía, pero es mejor que esté lo más tranquila posible».

Soledad asegura que decidió acoger sin tener la certeza de cuál sería el resultado. Sin embargo, ya está agradecida. «Es un orgullo ver su evolución. Miro a Víctor y veo que va bien, que está mejor, cómo se ríe. ¡Tiene una sonrisa!».

Aunque matiza que «es enriquecedor, con lo bueno y lo malo». Lo más complicado lo resume en la primera etapa. «Al principio era difícil, pero empezó a abrirse cuando comprendió que lo aceptábamos tal y como era. Hasta la psicóloga dejó de tratarle cuando supo que había encontrado su lugar», relata. Un lugar en el mundo que Soledad insiste en que «no ha sido tan difícil» ayudarle a conseguir.

Similar perspectiva plantea otra familia que, a varios kilómetros, en un municipio abulense, trata de practicar la misma filosofía. La de «mejorar la vida de niños desamparados».

Arsenio y Verónica, farmacéutico y psicóloga, precisan que en un centro «no están mal, pero tampoco tan bien como con una familia». Un anuncio en la radio les empujó a dar el paso. Acogerían temporalmente a un niño que no tuviera un hogar.

Han pasado ya casi tres años desde que apareció en su vida Bo, un chico de seis años de capacidades especiales, cuya acogida parece permanente. «A esta edad y con alguna malformación, como él, no los quiere nadie», lamenta Arsenio. «Tiene seis años y habiendo niños de tres y sanos... Aunque no debería ser así».

Arsenio recomienda a muchas familias a que den el paso. «Pueden apadrinar a un niño en África, pero aquí al lado hay muchos que sólo necesitan que les hagas un hueco en tu vida».

Ser autónomos, tener cierta flexibilidad de horarios y una economía estable son aspectos que este matrimonio –que hace siete meses tuvo un hijo– reconoce que ha facilitado su día a día con un niño que ha requerido distintas operaciones en hospitales de Madrid y Salamanca. También su edad. «Tenemos 37 y 39 años y al ser joven, más facilidad de desplazarte, de muchas cosas».

Verónica reconoce que al principio les asaltaron dudas y temores, pero indica que «el miedo inicial se va pasando». Y apunta que al final se comprende que sólo se trata de dar al niño «un poco de estabilidad, unos valores, de que vaya a un colegio», y señala que eso «ya le cambia totalmente». Su marido lo refrenda. «Te planteas que demanda una seguridad y que aquí va a estar bien. Es así de simple».

Verónica subraya que siempre estuvo preparada para la despedida. Sobre todo porque debía pensar en el menor. «Tienes que prepararlo para que salga de tu hogar. Nuestro papel es sufrido y duro, pero hay que ayudar al niño, transmitirle que va a ir a un hogar mejor y para siempre. No tienes que pensar en ti y sólo recordar que se marcha a un sitio mejor».

En esta aspecto distingue esta pareja su concepto de adopción y acogimiento. «Los que van a adoptar quieren un niño para ellos, para llenar un hueco; pero esto es distinto. Es para ayudar al niño porque tenemos cosas que ofrecerle. Tiene unas necesidades, de figuras paternas, de atención personalizada, y tú las cubres hasta que encuentra un lugar definitivo», indica este matrimonio que se plantea repetir cuando Bo y su recién nacido sean más mayores.

Ambos reconocen que, de inicio, pensaron en tener «un poco de reserva y no darse del todo» para simplificar el momento de decir adiós. Su caso es especial y todo apunta a que Bo permanecerá con ellos mucho más tiempo. Probablemente, para siempre, aunque la tutela corresponde a la Junta. Pese a que lo quieren «como a un hijo», insisten en que desde el principio han asumido la temporalidad. «Sabes que va a estar bien y que tu función ha terminado».

El balance de este tiempo es positivo es esta familia y en la de Soledad. «Estamos contentísimos por él y por nosotros», afirma Arsenio. «Siempre escuchamos que él ha tenido suerte; es al revés». Palabra por palabra las pronuncian, a cientos de kilómetros y en diferentes ciudades, tanto Soledad como Verónica.

Esta última añade que a la hora de afrontar la vida, «te da otra fuerza distinta». «Nuestra forma de pensar y de ver la vida ha cambiado a positivo. Compensa. No lo digo con palabras vacías. De verdad. Vemos al niño y es otro, y nosotros, también».

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